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sábado, 12 de mayo de 2018

Ensayo sobre el desierto y la política venezolana.



Hace años me dijiste:
«Te acordarás cuando yo muera»
Pues no hizo falta enterrarte
Porque has muerto de pena


Al inicio de este desdichado año lo advertíamos: hacer un recuento de lo que nos sucedió como país es doloroso, muy doloroso. Constatar las grietas, intrigas, traiciones y claudicaciones deja un mal sabor de boca. Comprobar que actualmente el mal reina sobre el mundo, que la crisis y el caos se normalizan como política de estado, es nefasto. Es la derrota (no sabemos si momentánea o definitiva) de la libertad.

Valga esto para corroborar una situación que genera malestar, preocupación. No obstante, y por doloroso que sea, es necesario asumir dicha tarea y realizar el recuento de lo sucedido. En la ausencia de diálogo con la historia se bloquean tanto la verdad como la proyección de posibles acciones futuras. Pues sí, el odio, la ambición y el resentimiento triunfan actualmente, pero vale la pena preguntarse cómo llegamos a esta calamitosa situación.

Pensando al respecto siempre se ha tenido en mira a las víctimas, siempre en un extraño deseo de culpabilizarlas de la paupérrima vida a la que han sido arrojadas. Y sí, la ciudadanía siempre pudo haber hecho más y más por la democracia, pudo haberse inmolado por los grandes ideales de occidente, pudo haberse sacrificado en beneficio de las generaciones futuras, hacerse mártires en una lucha justa y necesaria. Pudimos unificarnos en torno a una sola meta, alrededor de una sola interpretación de la cuestión. Sin embargo, la ciudadanía en el mundo disciplinario –que es el actualmente concebible, y el predilecto por los formados dentro de la órbita técnico-profesional– es multiforme, diversa en sus preferencias y puntos de vista. En el mundo de la racionalidad instrumental somos arrojados a nuestra formación y, con gusto o sin él, hacemos sociedad desde esa óptica particular. En ese sentido el artista actúa desde la órbita de la estética, los científicos desde la investigación, los abogados desde las leyes, algunos periodistas desde la búsqueda de la verdad (que tanto flaquea hoy en día) y así sucesivamente. No quiere decir que sea la única manera de concebir la cuestión[1], pero sí es la más dominante. La pregunta, sin embargo, queda planteada para los políticos.

Los políticos por su formación son los hombres y mujeres de lo público. Quienes así asumen la carrera política deben, en teoría, enfocarse en la transparencia y el rescate de la discusión pública de diversos temas como derechos humanos, economía, ecología, servicios, sociedad, veeduría, fiscalización de los recursos, entre muchos otros. Y, conviene recordarlo, en las sociedades occidentales la carrera política no deviene en una obligación. La política se asume desde la convicción, es una elección de vida –en la que bien se puede desarrollar la persona o no, puesto que al igual que el resto de disciplinas no hay ataduras al respecto.

Una de las cosas exigidas a las personas que se dedican al ámbito de lo político con respecto a su elección de vida es explicitar su postura ante las cosas, pues en su decisión y opinión se engloban las aspiraciones de sus electores, a quienes en última instancia pretenden representar. Son así representantes de una determinada opinión conjunta que emerge de la sociedad y que se eleva como posibilidad de reconfiguración de lo político y social. Por lo tanto, su accionar corresponde idealmente a una articulación de esa determinada opinión en beneficio del debate público en general.

Dicho esto, y adentrándonos en nuestro tema, vale decir que la articulación requerida para la acción política ha estado ausente de la actividad política venezolana de los últimos años. Se ha pretendido hacer creer a la opinión pública que la existencia de dos actores políticos preponderantes –chavismo y oposición– hacía de la sociedad venezolana una dualidad monolítica en la cual las personas debían ubicarse disciplinadamente y mediación alguna. Bien sabemos a la luz de las guerras intestinas del chavismo que tal visión tan rígidamente polarizante ha sido una farsa. Lo mismo sucede con la oposición, la cual en cuestión de tres años ha pasado de ser fiel representante de los deseos de la gran mayoría de los venezolanos a una cosa extraña que cuenta con tres o cuatro cabezas visibles cuyos planes, desconocidos para la población, no sabemos si son un refrito de un país pre-hiperinflacionario o una genuina atención a lo que ya es, no hay duda de ello, una crisis humanitaria. Apuntando hacia esa dirección, conviene tomar en cuenta el recuento hecho por Héctor Schamis en el año 2017[2]: la oposición contó (hasta ese momento) con al menos cuatro estrategias para afrontar un hipotético cambio de gobierno. Vale recordar que ninguna de dichas estrategias triunfó en su cometido, todas fracasaron en mayor o menor medida.

Traigo a la memoria este recuento por la venida de una nueva estrategia que formula una nueva promesa de cambio de gobierno: las elecciones del 20 de mayo. Ya es harto conocido que las condiciones de dichas elecciones no son las ideales en tanto que benefician únicamente a la dictadura[3], sin embargo algunos miembros de la dirigencia opositora han decidido participar. Es una decisión entre muchas, difícilmente respetable si se mira que el país estuvo en velo ante un nuevo proceso de diálogo entre el gobierno y la oposición que hacía promisoria la defensa del proceso electoral en todos sus ámbitos[4]. Es una nueva estrategia enclavada única y exclusivamente en el presente, en el aquí y ahora –puesto que no se plantean los problemas que vienen al día siguiente de la elección. La única  proyección que tenemos al respecto es un supuesto equipo de gobierno, la dolarización de la economía y demás elementos que seguramente la dictadura sabrá vencer con más desanimo y decepción.

Desde exigir el abandono del cargo[5], hacer un antejuicio de mérito a Maduro[6], fundar figuras paralelas (legítimas sí, pero paralelas al fin)[7], hasta exigir la renuncia del dictador bien sea apelando a su buena intención[8] o al discurso que refiere a su nacionalidad y el problema (jurídico o racial, da lo mismo) que eso significa[9]. La idealización de la calle y la protesta[10] también ha servido como supuesta estrategia, otra más del montón que se cuenta por sí misma y que no tiene un correlato o relación a futuro. Se han probado distintos modos de abordar el ejercicio de oposición política, y el fracaso sigue siendo continuo –e incluso se podría sospechar que deliberado. Pues la imposibilidad de articular una respuesta política a propósito de la innegable existencia de una dictadura y una crisis humanitaria es llamativa, cuanto menos preocupante.

Uno de los aspectos llamativos de nuestra crisis es la ausencia de proyección a futuro, tan característica del venezolano y el americano en general[11]. El futuro, como sueño de concreción de las acciones de la actualidad, esperanza de un mundo mejor y proyección de la voluntad, desempeñó en su momento un papel similar al de una institución moderna. No en vano existieron futuristas, futurismos y demás. La ausencia de futuro, siendo este tan importante para nosotros, es a su vez la ausencia de toda institución confiable, es la muerte de todas las promesas de un mundo mejor, el abandono de la idea de un mundo estable y aprehensible para los artilugios de comprensión moderna. Se pasa entonces de una interpretación anclada en la certeza a una interpretación libre, relativista, sin anclaje alguno más que el presente mismo. El futuro, como tantas otras instituciones, ha dejado de contar. El ambiente moderno se desvanece en la imagen del desierto de la cual nos habla Gilles Lipovetsky (1944), autor para el cual vivimos en:

“(…) un desierto posmoderno que está tan alejado del nihilismo «pasivo» y de su triste delectación en la inanidad universal, como del nihilismo «activo» y de su autodestrucción. Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo…” (2016, p. 36).

                El fin de las finalidades es a su vez el fin del futuro, es el fin de cualquier propuesta –dado que toda propuesta es en sí misma la significación del futuro–, el fin de cualquier estrategia discernible o digna de planificación. Aunque este fin no es un fin cerrado, más bien a la vista del autor es una apertura, es el fin de una cierta manera de abordar la vida pero a su vez el comienzo de la multiplicidad, de la emergencia de lo diferente y lo diverso. En ese sentido el momento posmoderno no es algo meramente negativo pues supone la posibilidad de que en él crezcan diversas perspectivas y posiciones al respecto de la vida en sociedad. El momento posmoderno entonces devendría en:

“(…) mucho más que una moda; explicita el proceso de indiferencia pura en el que todos los gustos, todos los comportamientos pueden cohabitar sin excluirse, todo puede escogerse a placer, lo más operativo como lo más esotérico, lo viejo con lo nuevo, la vida simple-ecologista como la vida hipersofisticada, en un tiempo desvitalizado sin referencia estable, sin coordenada mayor” (p. 41).

La cohabitación sin exclusión es parte de este momento posmoderno y que, al menos de primer momento, vemos en la dinámica política nacional. Por años hemos visto cohabitar en el gobierno a militares, narcotraficantes, ideólogos de la revolución, distinguidos personajes del mundo financiero, a la clase media, a la clase baja, a Alberto Völlmer, a Mario Silva y demás. En el seno de la unidad opositora también ha surgido una cohabitación, bien desde el plano político-económico (los bolichicos, Derwick y Ramos Allup, por ejemplo) o, desde lo que nos interesa específicamente, el plano de la articulación de una estrategia política. Pues desde la oposición han surgido distintos lemas, distintas consignas que aún siguen quedandose en lo promisorio del desierto. La posibilidad de existencia de una nueva forma de aproximarse al juego político atrae, la sola proclamación de una nueva táctica política es seductora, pero sin articulación alguna el desierto deja de ser promesa para convertirse en realidad desoladora y sin salida. Conviene en ese sentido ubicarnos junto a Lipovetsky en nuestra llegada al desierto:

“¿Alguna vez se organizó tanto, se edificó, se acumuló tanto y, simultáneamente, se estuvo alguna vez tan atormentado por la pasión de la nada, de la tabla rasa, de la exterminación total? En este tiempo en que las formas de aniquilación adquieren dimensiones planetarias, el desierto, fin y medio de la civilización, designa esa figura trágica que la modernidad prefiere la reflexión metafísica sobre la nada. El desierto gana, en él leemos la amenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiempos modernos, hasta su  término apocalíptico” (p. 34).

                El desierto deviene por el triunfo de la aniquilación, de los grandes poderes desmitificadores de la razón moderna que optimistamente se propuso planificar y ordenar la vida y se encontró con el estruendoso rostro del azar, la muerte y lo inexplicable. Incluso la revolución murió en la mente de sus simpatizantes: el consumo la absorbió[12] y la convirtió en una carpeta de dólares preferenciales[13]. La revolución fue el desinteresado desfalcado de nuestra nación, la desaparición del dinero de un país petrolero en cuentas de los neo-yuppies de nuestra generación. El desierto en efecto barre con todo, sin distingo de credo o preferencia política.

                Los grandes cometidos sociales y las promesas de un cambio político lucen ya lejanos. Los discursos políticos actualmente sirven de artefacto lúdico en beneficio del cual nuestros políticos han sabido reafirmarse constantemente –tanto en el fallido intento de tomar el poder una y otra vez como en nuestra normalísima tradición de cohabitación y repartición de la renta petrolera. Uno puede comprobar dicha reafirmación en la medida de que los políticos venezolanos han devenido en una suerte de monaguillos, hombres de fe, cuya principal formación intelectual no se sabe si viene de un panfleto de autoayuda o de alguna liturgia religiosa. Al parecer, el diálogo con la realidad ha cesado. Sin embargo ellos son los especialistas, los encargados de sacarnos del hoyo en el que estamos metidos, los elegidos para normalizar la vida democrática[14], no hay duda de ello. La opinión pública, formada en la órbita disciplinar, así lo ha exigido. La consigna es: “dejen a los políticos trabajar”, lo mejor es no interferir, lo público y lo político es de los especialistas. A la ciudadanía, masa de infames analfabetos políticos, le toca la pasividad o algún milagroso porcentaje de encuestólogos que agregue credibilidad.

La ciudadanía así fijada dentro de la dinámica disciplinar debe seguir el juego de los profesionales, que ya no asumen su formación desde una elección de vida sino casi como un mandato divino. No olvidemos que

“(…) el sistema funciona, las instituciones se reproducen y desarrollan, pero por inercia, en el vacío, sin adherencia ni sentido, cada vez más controladas por los especialistas, los últimos curas, como diría Nietzsche, los únicos que todavía quieren inyectar sentido, valor, allí donde no hay otra cosa que un desierto apático” (p. 36).

                El sentido flaquea, tal como lo hace la razón pública (p. 51). Con lo que nos encontramos en el desierto es con la emergencia del narcisismo radical que parcialmente uno distingue en nuestros especialistas. La solución ya no es traducida en una estrategia, menos en una articulación de propuestas. No, de lo que se trata ahora es de la reafirmación egocéntrica de la persona, de cuál idea y cuál la ilusión es la más atractiva de cara al mar de propuestas de nuestra actual desvarío político. El narcisismo en ese sentido es el olvido del pasado, la superación de lo preestablecido, de lo que formamos parte, pues

“(…) el inconsciente abre camino a un narcisismo sin límites. Narcisismo total que manifiesta de otra forma los últimos avatares psi cuya consigna ya no es la interpretación sino el silencio del analista: liberado de la palabra del Maestro y del referente de verdad, el analizado queda en manos de sí mismo en una circularidad regida por la sola autoseducción del deseo” (p. 55).

                Esta circularidad regida por la autoseducción se entiende como el fin de la relación tradicional y modernamente concebible, el fin de los esquemas con los cuales conocemos y damos fe de la existencia del otro. Ahora nos abrimos a nuevas relaciones, nuevas formas de concebir la verdad y de interpretarla. Eso sí, el peaje necesario para cualquier interpretación y aprehensión de la realidad es la conveniencia de Narciso[15]. Es decir, las soluciones pasan a ser objeto de la circularidad de una individualidad. No hay ya soluciones o recetas que vengan de un conjunto o alguna unidad de diferentes. Gracias al desierto todo, en especial la aspiración de la transparencia y discusión de lo público, ha quedado en la nada. Lo político en ese sentido es acción privada dado que “(…) vivir sin ideal, sin objetivo trascendente resulta posible” (p. 51). La sociedad, su bienestar, los derechos humanos, ideales que viene y van, pasan al plano de la intrascendencia. El desierto es interpretado desde la individualidad sin vínculo, desde un narcisismo inédito en nuestra humanidad.

                Es por ello que en el escenario donde compiten nuestros políticos vemos la muerte de los ideales, una reiteración del caos pero no basada en la política del hambre –propia de la dictadura, además– sino en la multiplicación de visiones panfletarias de la realidad que poco ayudan en la articulación de una política genuinamente basada en la unidad de los diferentes. La concertación de una agenda común es superada por las apetencias individuales. En la dirigencia se exige el derecho a la diferencia, que cada opinión sea escuchada y legitimada, mientras la otredad concreta, los diferentes a los profesionales de la política, muere a la espera de algo distinto. ¿Cómo es posible en ese sentido un rescate tan frívolo al derecho de autodeterminación individual mientras existe un desconocimiento hacia las demandas de la gran mayoría que ha sido golpeada por la crisis? ¿El narcisismo enaltece la adoración de la persona a tal punto que olvida las vidas de los demás? Se olvida el conjunto, los ideales y el consenso por una preocupación individual propia del momento posmoderno, en la que no reina el cuidado de la persona sino, curiosamente, el odio hacia sí mismo. Dirá Lipovetsky:

“Al activar el desarrollo de ambiciones desmesuradas y el hacer imposible su realización, la sociedad narcisista favorece la denigración y el desprecio de uno mismo. La sociedad hedonista sólo engendra a nivel superficial la tolerancia y la indulgencia, en realidad, jamás la ansiedad, la incertidumbre, la frustración alcanzaron estos niveles. El narcisismo se nutre antes del odio del Yo que de su admiración” (p. 73).

El desprecio por el Yo, por la mismidad, arroja al narcisismo a una situación de compleja atomización. La inexistencia de una estrategia conjunta, la falta de articulación de un mensaje común, de una política común, puede explicarse de esa manera en el hecho de que la ausencia del otro es ya una realidad consumada. El odio del Yo es también el odio hacia el otro, dado que nuestra única referencia del otro está en su mismidad, en su individualizada corporalidad y no en su pertenencia a un grupo, tradición o institución. Ya no es posible divisar a la humanidad en el desierto, pues la humanidad misma es una institución en desuso. Por lo complejo que resulta el camino vaciado de referentes nos hemos entregado a la quimérica realización y confirmación de las mentalidades mesiánicas, a los especialistas en autoayuda cuya única política deviene en la reafirmación de ellos mismos fuera de cualquier relación con la realidad, el tiempo, el espacio o los seres vivos. La reafirmación es, pues, cónsona con este desprecio por la mismidad. Esta ratificación y odio a la personalidad se expresa en tanto que:

“La relación con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al proceso de desencanto. El Yo ya no vive en un infierno poblado de otros egos rivales o despreciados lo relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto, la extrañeza absoluta ante el otro. «Déjame sola», deseo y dolor de estar solo. Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y los urca, incapaz de «vivir» el Otro. No contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que, una vez conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente no se soporta a sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin” (p. 48).

                Sin principio ni fin, pero el desierto cuenta con una determinada actitud narcisista que puede llevar a la política a desenvolverse en elementos tales como la oración, el rezo y la creencia de que en un país con demonios históricos y hondos problemas sociales podrá salir del atolladero desde la multiplicidad de consignas inconexas entre sí. Desde el surgimiento de un nuevo liderazgo que re-encante a las masas o tan sólo con la llegada de los nuevos especialistas que, esta vez sí, pueda leer y sepan evitar el desastre. Las esperanzas, así como las consignas, tienen asidero en el desierto, en las ensoñaciones del vació.

No podemos, entonces, descartar absolutamente nada. Esa es una de las maravillas del momento posmoderno, del desierto que todo lo absorbe. Todo es posible. Aunque bien sabemos que cuando todo es todo, en realidad todo es nada. Es curiosa la paradoja en la que nos encontramos, ¿no les parece?


Referencias bibliográficas

Caldera, R. T. (2000): Nuevo mundo y mentalidad colonia, El Centauro ediciones, Venezuela.
Lipovetsky, G. (2016): La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Editorial Anagrama, Colombia.



[1] Algunas veces los mundos disciplinarios se tocan e influencian, generando así empresas tan atractivas como lo son la inter y transdisciplinaridad. Ambos cometidos suponen movilidad dentro de lo estático que puede llegar a ser nuestro actual esquema de formación profesional. Se aboga de esa manera por una formación integral, reconociendo límites del conocimiento propio y admitiendo a su vez la posibilidad de verdad en el discurso del otro.
[2]El problema de la oposición no es solo qué decide sino cómo lo hace. Decidir unilateralmente viola el principio fundacional de cualquier coalición. Un patrón se reproduce en el tiempo: cuando el régimen está contra las cuerdas, la MUD pide la campana. Tómense los tres ejemplos aquí narrados como ilustraciones de esa claudicación.” En: https://elpais.com/internacional/2017/09/03/actualidad/1504390791_100148.html
[3] "(...) el principio de separación de poderes está severamente comprometido, dado que la asamblea nacional constituyente continúa concentrando poderes sin restricciones". En: http://www.el-nacional.com/noticias/mundo/alto-comisionado-onu-cuestiono-legitimidad-elecciones-venezuela_225856
[4] Todavía menos se comprende la decisión de participar si recordamos que quienes han optado por asistir a los comicios dijeron en su momento que se retirarían del proceso de no haber condiciones, las cuales aún siguen sin existir: https://elpais.com/internacional/2018/03/10/america/1520637935_533623.html
[5]La mayoría opositora de la Asamblea Nacional votó y declaró que Nicolás Maduro ha abandonado sus funciones como presidente de la República y por lo tanto abandonó su cargo.”En: http://www.el-nacional.com/noticias/asamblea-nacional/asamblea-nacional-declaro-abandono-del-cargo-maduro_74475
[6]Delsa Solórzano, diputada a la Asamblea Nacional (AN), informó este miércoles que el Parlamento debe tratar como "urgente" la notificación del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) en el exilio sobre el antejuicio de mérito del presidente Nicolás Maduro.”En: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/solorzano-debe-tratar-como-urgente-antejuicio-merito-contra-maduro_230572
[7]La Asamblea Nacional (AN) aprobó este viernes la designación de los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).”En: http://www.el-nacional.com/noticias/oposicion/asamblea-nacional-designo-nuevos-magistrados-del-tsj_194449
[8]El movimiento Soy Venezuela exigirá la dimisión del presidente Nicolás Maduro en la VIII Cumbre de las Américas que se realizará en Lima, Perú.”En: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/soy-venezuela-exigira-dimision-maduro-cumbre-las-americas_230465
[9]El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) designado por la Asamblea Nacional ordenó a los poderes Ejecutivo y Electoral a demostrar la partida de nacimiento del presidente Nicolás Maduro, con la finalidad de esclarecer si puede ejercer funciones como primer mandatario.” En: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/tsj-designado-por-exigio-maduro-mostrar-partida-nacimiento_218364
[10]La dirigente opositora opinó que se debe “reinventar” la calle para protestar en contra del régimen. “Le decimos al mundo entero que necesitamos liberar a Venezuela. Sí necesitamos que la comunidad internacional nos acompañe”, declaró Machado.” En: http://www.el-nacional.com/noticias/oposicion/machado-aceptaremos-ningun-acuerdo-que-implique-salida-maduro_201340
[11] El filósofo venezolano Rafael Tomás Caldera comenta al respecto la formación cultural que tiene el hombre del continente americano en razón de ser el hombre del nuevo mundo. Dice el autor que al estar enmarcados al nuevo mundo nuestro signo es el de la novedad, la innovación, el eterno experimentar y reconocimiento con lo diferente. Esta relación se ve en nuestras formas de consumo como en nuestras ciudades, en las ideas políticas y las modas literarias. Ha habido un afán por lo novedoso en nuestras mentalidades que en cierta medida ha servido para luchar por ideales elementales del occidentalismo tales como la democracia, la igualdad y la justicia. No obstante, este afán por lo novedoso arroja al americano a perder perspectiva de su situación histórica, de su herencia y tradición cultural. Al otorgar primacía a lo nuevo, lo viejo queda en desuso. Lo viejo no es más que rememoración romántica, cerrando así la posibilidad para que el pasado sirva para la distinción de trayectorias y posibilidades históricas. En ese sentido el pasado no genera mayor interés. Es el futuro donde están nuestras mentes y aspiraciones.
[12] “(…) si la revolución se ha visto desclasada, no hay que achacarlo a ninguna traición burocrática: la revolución se apaga bajo los spots seductores de la personalización del mundo” (Lipovetsky, 2016, p. 57).
[13]La verdad es que la estafa cometida a la nación tuvo como origen las políticas económicas del gobierno muy principalmente, y toda la gran disparidad económica del dólar incontrolable ayudado por los propios importadores de las mercancías, felices y callados en la obtención del dólar preferencial; para luego vender el producto al precio del dólar negro. Auténtico negocio multimillonario que provocó la existencia de actuales empresarios bolichicos y ricachones con poco esfuerzo. Allí estaban también gente perteneciente a todos los estratos de la sociedad  (pequeños, medianos, altos empresarios y particulares aventureros), en muchos casos, gente o sectores vinculados de una forma u otra a funcionarios del gobierno, dichas solicitudes de divisas se hicieron a través de autorizaciones previas otorgadas a través certificados de no producción nacional, para luego ir a Cadivi y solicitar sus dólares y con ello el gran negocio del siglo.” En: http://www.el-nacional.com/noticias/historico/los-dolares-preferenciales-hora-verdad_30829
[14]Hernández calificó como “caído del catre” e “ingenuo” que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se planteara el referéndum revocatorio como una salida para 2016. El analista dijo esperar que el nuevo presidente de la Asamblea Nacional (AN), Julio Borges, lleve al país de la confrontación de poderes “al equilibrio de poderes”. Que se llegue “a una normalización de la vida democrática del país”.” En: http://www.contrapunto.com/noticia/carlos-raul-hernandez-la-gente-quiere-solucion-a-sus-problemas-y-no-discursos-politicos-124084/
[15] “A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo” (p. 49).

domingo, 1 de abril de 2018

La estética de la incongruencia.


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No hace mucho tiempo estuve en un seminario. El mismo giraba en torno a la comprensión del fenómeno del racismo y la posibilidad de superarlo a través de la representación artística. La verdad es que el seminario fue bastante entretenido. Vimos videos musicales, escenas de una película estadounidense, leímos literatura infantil, entre otras exposiciones artísticas y culturales.

Los que me conocen saben que llevo algunos meses en Colombia, los que me conocen aún más saben que ese tiempo ha transcurrido en el Valle del Cauca. Una de las particularidades de la zona en la que me encuentro es el tema étnico[1]. La preponderancia y la separación estratificada de la sociedad entre indígenas, comunidades afros, mestizos y demás es algo que, al menos en mi burbuja caraqueña, nunca había visto en toda su complejidad.

Comento esto con doble intención: en primer lugar, revelar un ambiente de tensiones en el que el pensamiento sobre lo social pudiese tener muchísimo terreno, más aún en un país en pleno proceso de paz[2]. El tema me interesa, no para tomarlo como línea de investigación sino para ver las raíces de la cultura en la que me he desenvuelto en mi condición de hijo de colombianos. Dicho eso, y con esto empalmo mi segunda intención, he encontrado que mi interés no es compartido por las personas con las que me he rodeado. Con quienes he podido comentar la cuestión de manera holgada, y más allá de mis limitaciones al respecto, ha sido justamente con algunos compañeros de las etnias indígenas del Cauca. De resto, he percibido un desinterés muy particular.

La falta de interés la pude evidenciar justamente en el seminario al que asistí. Los ejemplos bajo los cuales evaluábamos el tema giraban en torno a reflexionar sobre la música pop estadounidense, la complejización de las actuaciones cinematográficas de Oprah Winfrey, entre otros. Al menos desde el ámbito académico no parecía una forma adecuada de atender el tema racial (si es que al menos ese fuese el propósito real). Y sí, el arte y la expresión artística globalizada cumplen como elementos justos y necesarios para la discusión; sin embargo, no deja de llamar la atención que en un seminario sobre racismo se saltara tan olímpicamente el tema sobre los grupos étnicos de Colombia y su situación en la actualidad.

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Llama la atención, pero no sorprende. La verdad sea dicha, esa misma tendencia la viví durante mis años de estudio en Venezuela. Aún cuando la sistemática violación de derechos humanos, la hiperinflación y la hambruna no habían ocupado seriamente nuestras mentes, aún cuando pensábamos que el sistema político pudiese ser flexible, aún cuando pensábamos que la posibilidad de una convivencia pacífica era “real”, muchos de los intereses teóricos y reales de las personas iban en contravía a lo que sucedía a nuestro alrededor.

En las ciencias sociales venezolanas, por ejemplo, podemos ver camadas de sociólogos expertos en temas que afectaban realidades ajenas a la nuestra. Especialistas de lo que sucedía en España, en Wall Street y la Franja de Gaza,  analistas en lecturas geopolíticas anti-sistémicas e indignadas que nunca pudieron ni quisieron visibilizar los entramados de corrupción del Estado venezolano. Muchos construyeron su objeto de estudio a partir de la fantasía, el fanatismo y la evasión. Ignoraban por conveniencia los ademanes y arbitrariedades del régimen.

Así, nuestros esfuerzos teóricos fueron encaminados a desentramar temas tales como la crítica de la sociedad capitalista, el proceso de reflexión decolonial de los últimos años, la teorización de la democracia como espacio del disenso, uno que otro retazo nietzscheano, pliegos posmodernos de izquierda y una que otra cosa rara, como por ejemplo el ecosocialismo o algo así como una lectura cercana al anarco-comunismo (cosa que aún sigo sin descifrar).

Sin embargo, y antes de que se me acuse de ser censor de la producción de conocimiento, no podemos soslayar ningún esfuerzo que se haga desde el pensamiento. Todo lo proveniente del adecuado trabajo de comprensión e interpretación de las realidades que vivimos debe ser rescatado, estudiado y puesto sobre evaluación crítica. Se puede hacer básicamente sociología sobre cualquier cosa, es una de las bondades de nuestra disciplina y de eso estamos al tanto.

De quiénes hablo en específico es de los interesados en la libertad y la justicia social, resoluciones de conflictos, situaciones de tensión social, defensa de derechos humanos y de autodeterminación, entre otras vertientes que se encargan de mirar problemas que lindan con los terrenos de la política, la economía, la historia, el derecho internacional y demás disciplinas que atañen al campo de lo público, lo comunitario y lo global.

Similar al caso del seminario de racismo al que asistí, muchas veces se puede observar en la lectura hegemónica que se forman a propósito de esos intereses que, cuando se intenta teorizar al respecto, se opera bajo la lógica de desvirtuar la realidad. Y antes de que se me acuse de viejo lector marxista, hago la aclaración: desvirtuar la realidad es no hacerle justicia a la vida en sus amplias dimensiones. Faltar a la verdad, en beneficio de una manipulación, es también desvirtuar la realidad.

Algunos ejemplos propios del caso colombiano podrían ser los siguientes: desvirtúa la realidad aquel que acusa a las etnias indígenas de fomentar la guerra en Colombia, así como desvirtúa la realidad el que asume que la lucha de la guerrilla nunca estuvo ligada con el narcotráfico, lo mismo que el que sigue sin identificar a los carteles de la droga, la mano invisible del paramilitarismo y al conservadurismo como los pilares que aún se benefician de la sangrienta disputa[3]. Para el caso venezolano serviría lo siguiente: desvirtúa la realidad quien habla de castrochavismo y no de socialismo real, desvirtúa la realidad quien resume los problemas del venezolano al rentismo petrolero. En ese sentido, desvirtuar la realidad es ser injusto con las vidas que analizamos. Y como de la vida y de lo humano, lo verdaderamente concreto, están llenos nuestros análisis, esto nos pone en un grave problema.

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Dicha injusticia deviene en un casi conveniente olvido de los demás factores que están en juego. Zonas olvidadas, amnesia selectiva, todo sobre la marcha en un proceso que pone las coordenadas de comprensión y entendimiento en lugares y discursos alterados o equivocados. Todo esto puede tener una doble causalidad: o la lectura equivocada o pasada de época por parte de quién investiga –producto a veces de las limitaciones de nuestra interpretación de la realidad– o el deliberado y planificado sostenimiento de la injusticia –producto, muchas veces, de intereses que se ocultan a nuestros ojos.

Que una persona haga una lectura equivocada de la realidad es algo que siempre sucede, el universo de complejidad y ebullición social hacen que todo sea sujeto a la prueba del tiempo, de los argumentos, de la pertinencia, entre otros. Nadie se salva de ese proceso, lo que hoy hagamos terminará en un simple testimonio de nuestro atino o nuestro desvarío. Al escribir sobre la sociedad estamos sujetos a esa doble hermenéutica de la que nos hablaba Anthony Giddens[4], que no es otra cosa que la lectura crítica que hacen los otros al respecto de nuestras elaboraciones teóricas, bien sea en beneficio de la verdad o la fundamentación ética de nuestras disciplinas. Sea como sea, nadie tiene la totalidad de la verdad del mundo como para plasmar un tratado que haga plena justicia a la vida que transcurre. Siempre habrán limitantes, de lo contrario no quedaría nada que reflexionar, nada que pensar, todo estaría ya formulado, ya esquematizado y elaborado para nosotros. Nuestra finitud es en ese sentido una bendición.

Dicho esto, vale la pena evaluar el otro caso. El deliberado y planificado sostenimiento de la injusticia no significa otra cosa más que la continua tergiversación de la realidad en beneficio de ciertos intereses. Ya lo hemos abordado someramente en otro escrito[5]. Se trata de esa interpretación que en lugar de utilizar el lenguaje para hacer justicia a las realidades que vivimos, lo que hace es sobre-complejizar lo comprendido, sea para confundir, sea para alterar el curso de las cosas, para relativizar los imperativos éticos en discusiones sobre lo público, o simplemente para justificar la continua pauperización de la vida y lo humano.

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La manipulación es el fin último, y entre eso y la simple e inocente finitud de nuestra interpretación sobre las cosas hay una larga y desoladora distancia. Cuando pienso en ese tipo de manipulaciones pienso en colegas que, siendo supuestos simpatizantes del feminismo y del movimiento LGTBI, apoyaron al gobierno de Venezuela, haciendo caso omiso a la notable y ya documentada homofobia oficialista[6]. En ese sentido, la radicalización de la teoría (que por suerte no significó la claudicación de las personas que en un impulso ajeno al poder siguieron y siguen formulando reflexiones necesarias al respecto) sirvió como chantaje para denunciar una cierta noción del occidente contemporáneo, noción que por cierto no se encontraba del todo en Venezuela[7]. Reflexión sobre lo inexistente, todo en aras de ubicarnos en problemas importantes pero sobredimensionados dadas las características. Era más sencillo, entonces, hablar sobre otras cosas, mirar hacia otro lugar, mientras nuestro país se caía en mil pedazos.

Así tenemos expertos sobre Foucault y su discusión en torno a la cárcel que desaparecieron al hacerse público el abrumador poder que ejerce el pranato[8] sobre la vida de los ciudadanos. También tenemos expertos en decolonialismo e indigenismo, defensores de la autodeterminación del gobierno de Nicolás Maduro, que callan ante la situación de los pueblos indígenas víctimas del gran negocio de supervivencia geopolítica que es el Arco Minero del Orinoco[9]. Haciéndose pasar por una suerte de posmodernidad negativa, algunas interpretaciones se montaron sobre la ola del anti-occidentalismo más contemporáneo tan sólo para retomar las banderas de algunas ortodoxias olvidadas.

Se podría hablar incluso de una estética de la incongruencia, una de las actitudes que sustenta esta desvirtuación de la realidad. Se trata de ese espíritu que consagra al discurso situado en otras latitudes, olvidando lo propio, omitiendo los errores de sus planteamientos, dejando la coherencia de lado, siempre valiéndose del enredo argumentativo para aglutinar cierto público entorno a la complicidad y la tontería. De esta forma, la estética de la incongruencia se hizo eco en las universidades y ahora encontramos cómo son perfectamente compaginables la democracia radical con el adiestramiento militar, el marxismo-leninismo con el budismo, el feminismo con el radicalismo islámico, el ímpetu ecologista con el avance del neo-estalinismo, la teoría de la liberación con nuestro creciente paramilitarismo endógeno, entre otros. Todo sirve para todo, más allá de que nada de lo que se diga tenga sentido argumentativo lógico: es su finalidad, la confusión y la manipulación son sus victorias personales. La verdad, la transparencia y la coherencia también flaquean en los días que corren. La estética de la incongruencia tiene como finalidad la continua desvirtuación de nuestras vidas.

En ese sentido se podría decir que, de los que se dedicaron a estudiar los conflictos y las tensiones sociales, pocos se dedicaron a la lectura rigurosa de lo que sucedía en el país. Vimos problemas en el capitalismo mundial mientras nuestro gobierno de hipotecaba el futuro de la nación en beneficio del gasto público y la compra de conciencias[10]. Se llegó a ver a la clase media venezolana como un problema por su continua resistencia y escasa voluntad de cohabitación con el chavismo, cuando la violencia de nuestros barrios hacía que nuestro índice de mortalidad fuese similar al de un país guerra[11]. Veíamos enemigos imaginarios en el neoliberalismo mientras la estatización rampante ya iba haciendo estragos en la economía nacional. En fin, los que eran o parecían ser nuevos elementos de la discusión sobre lo político, lo social y lo público devinieron en puntos distractores sobre lo que pasaba en el fondo de nuestra sociedad.

La crisis se vino cocinando a través de los años. Algunos advirtieron los riesgos de mantener una economía de mentira y avizoraron la creciente corrupción; no obstante, muy pocos alertaron sobre la situación de los derechos humanos que comenzaba a ser razón de preocupación internacional[12]. Aún así no pudimos prever la crisis. Irresponsablemente la gran mayoría hizo caso omiso: evadimos todo y miramos hacia otro lugar[13]. No fuimos rigurosos con lo que nos sucedía, la ola vino con toda su fuerza y hoy nos encontramos naufragando en un mar de explicaciones rebuscadas y, en su mayoría, desacertadas.

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No se trata, entonces, de censurar las distintas formas de pensar, por supuesto que no. Siempre será valioso ir a los distintos autores que han nutrido la contemporaneidad en diferentes lugares y circunstancias del mundo. Las diversas posiciones son dignas de la rigurosidad del trabajo crítico en tanto que pongan las cartas sobre la mesa y diluciden claramente de lo que tratan. La transparencia debe ser una constante en ese sentido, no podemos hacer teorías encriptadas ni interpretaciones del todo vale.

A pesar de ello, el ejercicio propuesto es el de discernir lo que puede ser una tendencia que responde al ocultamiento de la verdad y al encubrimiento de la injusticia. Ello puede devenir a la larga en una cuestión de vida o muerte. Creo que muchos de nosotros no dejamos de pensar en qué hubiese sido de Venezuela si hubiésemos prestado atención a quienes ya avizoraban la crisis, qué hubiese sucedido si nos hubiésemos enfocado en los sectores más vulnerables a tiempo y hubiésemos tenido una adecuada lectura de las verdaderas intenciones del régimen. La historia, a lo mejor, hubiese sido otra.
Pero como las ciencias sociales, ni sus allegadas, son cuestiones de superstición ni de buenos deseos, no queda otra opción sino tomar el testigo de las calamidades del mundo para así hacer el mínimo de esfuerzo de prever el surgimiento de situaciones críticas como la nuestra. En ese sentido vale la pena siempre rescatar lo que congrega por encima de lo que divide. Y lo que congrega debe hablar sobre lo común, sobre lo que vincula a los unos con los otros, sobre lo tangible y lo concreto.

Rescatar lo que congrega y lo propio problematiza la relación  de la interpretación (como conjetura de la realidad) con las condiciones concretas de las sociedades en las que vivimos. Pienso por ejemplo en el inicio de este escrito: el racismo y la situación de los derechos humanos de las etnias indígenas del Cauca. ¿La respuesta a ese problema se encontrará en la crítica a la cultura de masas? ¿Son los videos musicales y las películas estadounidenses la respuesta a una situación de histórica desigualdad? ¿Podemos abordar el tema sin adentrarnos a las tensiones reales de un país tan diverso? ¿Podemos siquiera concebir con rigurosidad el hablar sobre el racismo en Colombia sin tomar en cuenta que hablar de ello supone una situación de vida o muerte para las personas implicadas? Rescatar lo propio es también problematizar la tendencia de no mirar los problemas de frente. Utilizar categorías rebuscadas e idear entramados comprensivos que sólo sirven para distraer son también formas de desvirtuar la realidad. La estética de la incongruencia es la forma del pensamiento que se fundamenta, deliberadamente, en la imposibilidad de amalgamar las reflexiones del mundo con la vida humanamente concebible. El pensamiento así gestado opera únicamente desde la frivolidad y el engaño.

Como lo demuestra la historia reciente del mundo, lo sencillo es dividir y polarizar la sociedad. Lo complicado, verdaderamente complejo, es la concertación de diversos actores. Hacia ello podría apuntar las reflexiones sobre lo venezolano, colombiano y latinoamericano en general.
Esperemos que el tiempo y el pensamiento perdido por los unos sea el ejemplo necesario para los otros en sus intenciones de reconciliación. No perdamos más vidas por la injusta y arbitraria interpretación de la realidad. Por favor y gracias.



[1] “(…) la zona norte de Cauca que fue considerado el vórtice de la guerra contrainsurgente, hoy padece varios de los temores planteados ante un eventual proceso de paz con las Farc y con un ingrediente adicional: justo en ese territorio se concentran las dos minorías étnicas (indígenas y negros) que representan el 40 por ciento de toda la población caucana.” En: http://www.semana.com/nacion/articulo/asesinatos-y-amenazas-contra-lideres-sociales-guerrilleros-y-sus-familias-en-el-cauca/531976
[4] “Podemos aceptar que, lo mismo que en las ciencias naturales, en la sociología no hay observaciones o “datos” exentos de teoría; que  un esquema de “falsacionismo refinado” ofrece una aproximación inicial (pero no del todo adecuada) a los problemas de la verificabilidad; y que la aprehensión de una perspectiva teórica importante, o la medición entre tales perspectivas, prescindiendo de que se reserve el término “paradigma” a las ciencias naturales o se proceda de otro modo, son tareas hermenéuticas. Más allá de esto tenemos que abordar una serie de cuestiones que nacen de las profundas diferencias que separan las ciencias sociales de las naturales. La sociología, a diferencia de la ciencia natural, está en una relación de sujeto-sujeto con su “campo de estudio”; no en una relación de sujeto-objeto; se ocupa de un mundo preinterpretado, donde los sentidos elaborados por sujetos activos entran prácticamente en la constitución o producción real de ese mundo; por consiguiente, la construcción de la teoría social implica una hermenéutica doble que no tiene paralelo en ninguna parte…”. Giddens, A. 2012: Las nuevas reglas del método sociológico: Crítica positiva a de las sociologías comprensivas, páginas 187-188, Amorrortu Editores, Argentina.
[7] El dominio de la consigna anti-patriarcal, pasando muy por alto los estudios sobre matricentralidad y matrisocialidad desarrollados por autores como Alejandro Moreno O. y Samuel Hurtado, es elocuente. No hablamos de la inexistencia del patriarcado como genuina preocupación feminista; por el contrario, de ahí nacen parte de nuestras perspectivas al respecto de la familia popular venezolana, pues sin machismo es imposible pensar la dinámica de nuestra institución familiar. No obstante, es notorio que la interpretación feminista venezolana dominante de los últimos años evada este tema tan propio de nuestra identidad cultural. Este olvido, dentro de nuestra polarización política, no es azaroso: habla de la dinámica de los últimos años en la academia venezolana. Lo que venía de la oposición al pensamiento oficial era irrelevante, lo que no convenía a los fines retóricos de la revolución no debía ser ni ser mencionado. Sucedió en el feminismo, en la teoría económica, el discurso sobre la democracia y demás. En ese sentido, la polarización pareció  ser la piedra angular de nuestra propia versión de lo que hoy conocemos como posverdad, tema tan de moda en la actualidad que dice tanto y no dice nada a la vez.
[10]El epicentro del temblor está en la administración de Hugo Chávez y, desde 2013 de Nicolás Maduro, caracterizada por un incesante incremento del gasto como vía para mejorar la calidad de vida y alcanzar respaldo político a través de aumentos de salario, becas, expansión en el número de trabajadores públicos, pensionados y costosos subsidios.” En: http://www.eluniversal.com/economia/140622/el-descontrol-del-gasto-publico-evapora-el-valor-del-bolivar
[11]Los índices de muertes en episodios de violencia en Honduras (90,2 muertes violentas por cada 100.000 habitantes) y Venezuela (72,2) situaron a estos países en 2012 -año de referencia que se usa en el informe del PNUD- sólo por detrás de Siria, donde una guerra civil estalló el año anterior (2011).” En: http://www.eluniversal.com/noticias/politica/venezuela-esta-entre-los-paises-con-mayor-tasa-muertes-violentas_64443
[12] El caso de la jueza María Lourdes Afiuni es emblemático. El ruido, ya casi olvidado, alrededor de su injusto encarcelamiento fue denunciado incluso por el intelectual estadounidense Noam Chomsky, quien en su momento mostrara simpatías por el gobierno venezolano y luego se deslindara a causa de este hecho. En: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/12/111221_venezuela_jueza_afiuni_carta_chomsky_chavez_jp
[13] “Yo he preferido los dólares de CADIVI a que haya competencia económica: transigimos, y en esa transacción entregamos la libertad pero no obtuvimos ningún desarrollo. Y, en última instancia, de lo que se trata es que sólo la justicia va a ser posible donde hay libertad; pues el desarrollo del individuo está atado a su libertad y el individuo sólo puede ser responsable allí donde tiene libertad”. En: http://www.noticierodigital.com/2017/03/guillermo-tell-aveledo-es-un-espejismo-pensar-que-podemos-tener-desarrollo-sin-libertad/