-

[DESAPARECE AQUÍ]

sábado, 11 de febrero de 2017

Dislocación cognitiva.

"I crossed into a valley,
a valley so dark
that when I looked back
I can´t see where I begin,
I can´t see my hand
I don´t even know if my eyes are open…"
Empty Box – Morphine


Me pone de un extraño malhumor. Es como un hedor cercano; la reacción a una imagen que veo y no logro reconocer. Una incomprensión o una cierta manera de no sentirme totalmente representado. Casi como el disgusto de estar ahí, de tener el reflector viendo hacia mí y que una horda de sordos balbucee mi nombre. Mientras, mi cuerpo amarrado y amordazado; mientras, los sordos y el público arrojan basura, desperdicios y más… en fin, una injusta manera de darme a conocer.

Una interpretación que me saca de mi lugar, de verdad lo hace. La verdad sea dicha: sobran esos grandes hermeneutas del gentilicio que nos ven desde unos lentes que, además de tener gran influencia, dejan de lado todo aquello de los sujetos de carne y hueso. Van de idea en idea, saltando de desgracia en desgracia. Eligiendo cuidadosamente los elementos de la próxima obra,  representando a los desdichados que tan maravillosamente sirven de inspiración. Desdichados, sí, esos que ni si quiera pueden reflexionar por su insalvable cercanía con la genuina –y rentable– hecatombe nacional. Grandes intérpretes, su manera de acercarse es una maravilla, una verdadera hipocresía.

Son políticos, músicos, grandes empresarios de la cultura, encuestadores, periodistas, figuras importantes del medio: todos dispuestos a degradar la totalidad de la vida en beneficio de una genuina aprehensión. ¿Qué será interpretar? ¿Intensificar, casi saturar, la realidad para salir victoriosos en el discurso de la ceguera? ¡Vaya discurso! Es aquel que se masturba a sí mismo, que se convence de estar atinado, que quiere atrapar a las masas por medio de la justa exaltación de su estupidez.

Convencen al tarado, encuestan a sus billeteras, cantan a los descerebrados: leen a la sociedad. Van en busca de su reconocimiento, van camino a encontrarse con las palabras que ellos mismos producen. Para qué ser ecuánime, cuando la Reina Indiferencia todo lo puede y todo lo debe. Es la trama perfecta para una vomitiva realidad: al no pertenecer, al no encontrarse inmersos, los que quieren pertenecer (y defenestrar) verán con buenos ojos el mínimo espectáculo. Todo desde la perspectiva más ligera, menos comprometida y más obscena. Prepárense y hagan cola, el gran discurso pesimista vuelve al ruedo.

 El camino al desconocimiento es sencillo. Vengan al escenario y con los ojos cerrados susurren sus ideas, levanten la voz y progresivamente capten la atención. Sean aplaudidos, sean vitoreados. Lo han logrado, la faena no los recicla una y otra vez. Abran los ojos, vean el estruendoso reflejo de miles de espejos apuntando a una sola dirección, sin diálogo ni mediación. No se sorprendan si en el reflejo ven una imagen reconocible, una imagen venida desde la macabra mismidad


Como diría el cantante: tiempo de blandos, tiempo de rígidos. Todo organizado en la era de la dislocación cognitiva. Sólo la apatía nos salvará y nos entregará al próximo ídolo, la próxima estrella del malestar. Hagan fila, la nación pesimista los espera –si es que algún día deciden regresar– con los brazos entreabiertos. ¡Qué viva la violencia!  ¡Muerte a la otredad! No puede haber un discurso más elocuente… ¿verdad?

sábado, 4 de febrero de 2017

Sobre la metrópolis en el discurso moderno (y posmoderno).

La construcción del discurso pasa por muchos elementos; bien sea su correcta adecuación gramatical, su atinado nivel de coherencia o, justamente lo que nos interesa para este ensayo, su potencialidad representadora. Como bien dice el colega Erly J. Ruiz: la potencialidad de representar, no la de describir. No buscamos una descripción o una suerte de inventario fidedigno sobre la realidad que estudiamos al sumergirnos en la lectura. Quizás por lo anticuada de dicha idea[1], o porque el lenguaje no se basa en una sola manera de representar la realidad[2].

El punto es el siguiente: todo discurso es social, y todo lo social es a su vez discurso. Entre idas y vueltas comprendemos que por cada sociedad hay una manera de aprehender y hablar la vida misma, de esa cualidad particular se hace aquello de los círculos hermenéuticas y diferencia de perspectivas. Ahora bien, partiendo de esa premisa habría que establecer otras dos tesis al respecto: la primera, que a la sociología como disciplina le ha costado muchísimo reconocer la apertura de discurso sobre lo social; la segunda, que cuando se sabe que la disolución de lo social está a la vuelta de la esquina, es mucho más complejo de lo que se cree aquello de formular discursos cohesionadores y que den sentido a sociedades enteras.

De la primera tesis, es sabida aquella pretensión de la sociología de homogenizar la realidad social a través del lenguaje del positivismo. Desde la Reforma se abre el abanico para diversas interpretaciones de la vida, generando así una ruptura con la cosmovisión teológica de la vida. A partir de ese momento en adelante la episteme moderna busca un discurso dador de sentido, un discurso que otorgue la certeza pérdida.  Así, los modernos van cambiando de piel. Desde la religión de Ockham, hasta la filosofía de Descartes. Todos en el fondo en búsqueda del nuevo centro que, como bien sabemos, propone Comte en su formulación sobre los tres estados de la evolución del pensamiento. De la religión se pasa a la filosofía y de la filosofía a la ciencia exacta. Exactitud, despeje de incertidumbres y concertación: es la gran aspiración moderna.

Ahora bien, como diría Nietzsche, se corta la cabeza de la deidad para poner al hombre en el centro. Pero éste no es un hombre cualquier sino un hombre individualizado, no ordenado hacia Dios sino separado de cualquier relación y con la única certeza que le proporciona la ciencia natural de su momento: un cuerpo, un cerebro, separación entre el alma y la máquina, funcionalidad orgánica y demás. Vale la pena decir que las certezas con respecto a la corporalidad son aún algunas de las certezas que hoy mantiene la racionalidad técnica con respecto a la humanidad; no siendo el mismo caso con el aspecto social y lo referente a lo subjetivo de la persona. El ser, o lo interno misterioso que continúa siendo un verdadero dolor de cabeza para la mente calculadora moderna.

Pues la sociología, que tanto se ha propuesto la funcionalidad del individuo a través de su trabajo (discurso positivista funcional) o su inevitable liberación del capital (teleología positiva marxista), aún no reconoce que la persona, siendo individualizada, siendo vejada de un centro unificador, busca certeza en el centro del mismo discurso moderno: el individuo, la mismidad en pleno.

Entraríamos de esa manera a la segunda tesis, pues la individualización del mundo –la mentada posmodernidad e hipermodernidad– no ha supuesto un verdadero quiebre con la episteme moderna inicial. Al contrario, lo que se busca es la certeza en el individuo, se buscan respuestas en un yo que poco a poco se desdibuja ante la paradójica (pero totalmente esperable) caída de los grandes relatos de la modernidad. No hay partido político, nación, frontera geográfica, gusto estético, o busque usted el pretexto de preferencia, que pueda delimitar a la persona ante la saturación de la vida actual. Las sociedades también sufren de esta suerte de explosión de identidad: las nociones sobre lo social se individualizan, se particularizan hacia encuentros mínimos, ligeros y ambivalentes. Dice la sociología pesimista que es la disolución y el fin de la vida como la conocemos, mientras que otros no tan alarmistas avistan tan solo una nueva manera de vivir aquello que denominamos la vida en sociedad.

Se habla entonces de discursos (en plural), dejando de lado la pretensión cientificista y reconociendo la hiperindividualización de la persona. De los elementos que hacen posible esta pluralidad se encuentra el sitio característico de la filosofía moderna: la polis. El lugar de encuentro con el otro, sitio de deliberación o disenso, de encuentro o choque, permanente encuentro con la diferencia de credo y opinión. La polis, metrópolis o simple ciudad, ha sido el centro en el que más se constata aquello de la pérdida de norte conceptual y profundización del individuo como motor moderno.

Basta situarnos desde la sociología de Georg Simmel (1858 - 1918) para constatar dichas afirmaciones. De su ensayo Metrópolis y vida mental (1974) se desprenden varias pistas, que si vemos a la distancia hablan de un autor lúcido en cuanto a lo que la comprensión de lo social se trata. Pues, no lo olvidemos, se trata de comprender, de mantener una actitud dialógica y no acusadora; éticamente ecuánime que otorgue dignidad a la verdad del espíritu del tiempo que se trate.

Esa era la perspectiva del autor, nutrida entre otras cosas por la herencia de la hermenéutica de Dilthey, que como bien sabemos se basaba en la psicologización de la interpretación. Preponderaba el individuo y su legado material como representación de la sociedad. Ya en Dilthey y Simmel el individuo se imponía, sus interpretaciones así no se distanciaban demasiado del discurso moderno del que se querían deslastrar.

Partiendo desde el individuo, Simmel se propone a visualizar la reacción que desemboca toda la metrópolis y su dinámica en el proceso mental, en el individuo como punto de inicio y fin del ensayo. Vale acotar que, como bien mencionamos en el inicio, este individuo ya está parcialmente separado de la relación religiosa; ahora está arrastrado por las fuerzas sociales sin contar si quiera con un vínculo histórico estable[3]. Lo único que cuenta del individuo es la certeza de su funcionalidad, de su papel dentro de la división social del trabajo. Simmel lo establece claramente: se prima su función dentro del engranaje moderno, nada más[4].

Ni la subjetividad, ni la emocionalidad de antaño. Lo verdaderamente importante es la cualidad objetiva, la cualidad que se manifiesta en monetización de la vida[5]. Predominio monetario, entrega objetiva del individuo[6]: todo formando parte de la cadena de ensamblaje moderna.

Ahora bien, la paradoja que plantea Simmel sobre los individuos de la metrópolis es la siguiente: mientras más se exige objetividad de la persona mayor privatización subjetiva hay por parte de ella[7]. No interesa para el circuito de trabajo alguna manifestación que correspondería a una población rural, pues, recordemos, el vínculo histórico ahora está vetado dentro de la maquinaria moderna[8]. Y en la medida que la persona se ve desalentada a interactuar con el otro va haciendo que su pensamiento, deseo y entrega emocional se sitúen fuera de la metrópolis y su desenvolvimiento[9].

Parte de esta privación de lo subjetivo también deviene de la rapidez de la ciudad. Las imágenes, a diferencia de las del mundo de vida tradicional, pasan rápidamente; las caras, los cuerpos, los edificios, todo dispuesto y enrarecido por la velocidad de la vida moderna[10]. Dice el autor que uno de los mecanismos bajo los cuales se resistía a este constante cambio de rostros y formas era la actitud del hastío y la reserva[11]. Hastío en la medida de que los impulsos externos de las sociedades modernas, al ser tan elevados y tan diversos, dejan al individuo perplejo ante una hipotética posibilidad de comprensión e interpretación profunda. No es ya la época de la interpretación honda de la vida, pues lo que hace el tránsito moderno es darnos una noción efímera que va prefigurando la relación del individuo con el resto hacia una relación meramente objetiva[12]. No en vano el diagnostico parece ser correcto: el hombre moderno es un práxico de las cosas[13], no de las relaciones estables y duraderas.

El hastío y la reserva, la actitud objetivista que otorga cualidad de cosas a las personas: no queda duda de que el andamiaje moderno dista de tener una sola lectura sobre los individuos. De la tarea de urbanizar y organizar la vida en sociedad, las ciudades pasan a tener una nueva lectura con respecto a una suerte de extrañamiento por parte del individuo en sus instancias. En su autopreservación las personas buscan en sí mismos categorías y formas de alejarse de la rutinización de las formas y el tránsito de voces y entes.

Dicha manifestación no es representación única de la sociología comprensiva, pues si volvemos a la primera tesis de este corto ensayo es posible dar cuenta de lo social fuera de la manifestación de las distintas vertientes sociológicas. Una de esas manifestaciones, portadora de gran poder interpretativo y comprensivo, se encuentra en la literatura. En el caso venezolano podemos dar cuenta de este drama moderno-citadino en la que aún es considerada como la primera novela moderna (y no modernista) venezolana: hablamos, por supuesto, de Los Pequeños Seres (1977) de Salvador Garmendia (1928 - 2001).

Los pasajes rurales –entiéndase, el campo desde la óptica ilustrada– tan típicos en Gallegos u Otero Silva van haciéndose a un lado para dar paso a la escena moderna por excelencia: la ciudad, específicamente la Caracas de mitad de siglo XX. Una ciudad que vive pleno apogeo demolicionista de ambición moderna. Una ciudad que, como diría Federico Vegas, va perdiendo su esencia de lengua española y se diluye en una red de distintas tramas. Se piensa en una Caracas a la manera de una ciudad del sur de los Estados Unidos, se piensa en Caracas a la manera de una barriada española, se piensa en Caracas a la manera de una ciudadela hebrea: lo cierto es que lo único que emana de este pensamiento es el escombro, el polvillo y la prefiguración estética definitiva de una ciudad que se va haciendo distinta, que se va haciendo, por qué no, moderna.

 Moderna en la medida de que su convivencia se va haciendo desde el individuo y no desde la relación. Autopistas, vehículos, viviendas alejadas, torres para la masa que llega a la ciudad. Mayor autonomía, mayor empuje económico. Más humanidad, más individuos, más modernos. ¿Cómo no ver entonces cumplida la interpretación de Simmel? El hastío y el desdén se apoderan del caraqueño que, ante la llegada de la nueva mentalidad y los nuevos vecinos, se ve arrojado a un ensimismamiento inédito en nuestra historia pasada. En Garmendia es palpable esta sensación en la idea que se va formando de la ciudad moderna: “Andar[14], la única acción posible bajo la cual el hombre puede concretar su ya nombrada función en la maquinaria, pero este andar es un andar sin objetivo, sin sentido. No vale la pena aferrarse a esos viejos vínculos históricos, lo único que vale es la fugacidad, el contacto efímero que es definido por la inutilidad de la marcha de rostros y personas desconocidas[15]. La unidad no reina, es la diferencia de personas nacidas en un mundo, un escenario, sin relación ni tacto con el otro.  En definitiva, simplemente ¡andar!

Dicho esto, convendría entonces ubicar la actualidad de esta discusión en la narrativa más reciente. Pues bien sabemos, la Caracas de Garmendia es una Caracas que a la interpretación actual es casi inexistente, al menos en su constitución material. ¿Hará esto que precisamente la actitud haya cambiado?

No parece ser así, pues el hastío en la ciudad se mantiene, mucho más allá de la operación estética del valle. Tomemos por ejemplo Pim Pam Pum (2010) de Alejandro Rebolledo (1970 - 2016), conocida por ser novela de culto, de retórica punk y, a nuestro juicio, discurso posmoderno del cierre del siglo XX por excelencia. Los personajes no pueden ser considerados unos pequeños seres garmendianos; sin embargo, en su discurso aún se encuentra una cierta reserva, una cierta dislocación cognitiva con respecto a su ciudad. Eso sí, con el agravante de que las voces que representan a esta realidad, los protagonistas, dan ya por ganada en su totalidad la problemática del individuo; es decir, el individuo no se cuestiona a sí mismo sino que es punto de partida, quimera y solución de la trama trazada por el autor[16].

La suya es una Caracas que ya vivió la fiebre de los tractores, una Caracas que ya removió de sí gran parte de su herencia hispánica. La promesa de la metrópolis se cumplió, muy al (inconsciente) pesar de nuestros personajes. No son las imágenes de una gran ciudad las que impactan en ese sentido, es el constante flujo del tiempo el que supone un malestar ahora[17]. El sueño no es el futuro que alcanzaremos gracias a los grandes relatos de la modernidad, el sueño es revertir el curso y volver al momento donde de verdad fue Caracas una ciudad moderna[18].

Son individuos desdichados, con sueños y deseos de autodestrucción, que aún en su virtual hastío no pueden sino verse en un futuro que aún no concretan. Surge en ellos el deseo de mayor individualización, mayor separación y mayor autonomía de cuerpos para surgir en una trama distinta a la caraqueña[19], la cual a la manera de Rebolledo y de una cierta sociología urbana aún no logra deshacerse definitivamente de su acento tradicional.

Así mismo, la mentalidad monetaria de Simmel se hace presenta también en los personajes de Rebolledo. El dinero es la vía posible para salir del infierno, para pasar a una nueva vida fuera de la ciudad[20]. Recordemos: el valor objetivo es la única vía posible para salvar la cualidad subjetiva. Nada diferente a lo escrito por Simmel, a excepción de la época que viven nuestros personajes. Ya el trabajo no es un valor potenciador de la persona del mundo de vida moderna; de hecho, el trabajo se encuentra en jaque en los tiempos donde la misma autonomía individual cuestiona la noción ascética del laburo[21]. Ni el trabajo, ni la metrópolis y si observamos bien ni los mismos sujetos; sólo el dinero puede y podrá salvar, no al país ni a la ciudad, sino a estos individuos hastiados. En este aspecto específico se puede observar una gran diferencia entre Garmendia y Rebolledo, o mejor dicho entre la estética moderna e hipermoderna: pues mientras en la primera obra el protagonista principal sufre de desequilibrios a causa de un muy necesitado puesto laboral en la segunda el virtud del trabajo no es rescatada en lo más mínimo: vale únicamente la cualidad hedonista y vivencial del placer, el resto pasa a segundo plano.

De esta suerte de delirios y ensoñaciones se constituye lo que creemos es una de las diferencias sustanciales entre la obra moderna y posmoderna. En un principio ensimismada y ascética, luego individualización radical y hedonista; primero centrada y discursivamente lineal, luego liberada y jocosamente desordenada. ¿No ha sido justamente éste el devenir de las sociedades abiertas de occidente? ¿No es justamente el testimonio de una época que ha cesado y el de otra que apenas luce comprensible a los ojos de sus intérpretes? Naturalmente el problema dista de tener una sola manera de ser abordado, y dista de ser clausurado. De esta suerte de cuestionamientos nacen preguntas que se formulan no solo de carácter estético sino también ético, político y, por supuesto, social. Valga la pena salvar a los personajes, pues desde ellos se visualizan caminos para continuar nuestra exégesis, a no ser que éste sea otro delirio hipermodernizado y liberado del siglo que corre…

Referencias:

1.       Becker, Howard (2011): Manual de escritura para científicos sociales. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires.
2.       Garmendia, Salvador (1977): Los pequeños seres / Los habitantes, pp 127-131, Monte Ávila Editores, Caracas.
3.       Moreno, Alejandro (2006): El aro y la trama: episteme, modernidad y pueblo. Convivium Press, Miami.
4.       Simmel, Georg (1974): “Metrópolis y vida mental”; en: La soledad del hombre. pp 99-119. Monte Ávila Editores. Caracas.
5.       Rebolledo, Alejandro (2010): Pim Pam Pum, Ediciones Puntocero, Venezuela.




[1] Bien se sabe que lo fidedigno en las ciencias sociales correspondía a la plena descripción de una realidad particular. Aspiración de verdad y positividad total, francamente en decadencia.
[2] Dice Harvey Molotch: “El hecho de haberse entrenado en una tierra de “hechos”, donde se celebran las “respuestas” correctas” –incluyendo la manera “correcta” de acercarse a un libro de química o a su manual de lengua inglesa– los paraliza frente al teclado de la máquina de escribir. Su problema es que hay muchas oraciones correctas, muchas estructuras correctas para un ensayo (…). Tenemos que liberarnos de la idea de que existe sólo una única manera correcta. Cuando no lo hacemos, la contradicción con la realidad literalmente nos asfixia porque es imposible demostrar (ante nosotros mismos) que una oración, un párrafo o un artículo son sin lugar a dudas los correctos. Los estudiantes dejan salir las palabras, pero por supuesto que estas palabras ni siquiera superarían en el primer esbozo la prueba del “ok”, y mucho menos la de encarnar los correcto y la esencia perfecta de lo correcto. Al no tener idea de lo que es un intento, un primer borrador, un borrador a secas, los estudiantes sólo pueden sentir frustración ante la perspectiva del fracaso.” (Molotch en Becker, 2011: 72)  
[3] “Los problemas más profundos d la vida moderna surgen de que los individuos pretenden conservar la autonomía e individualidad de su existencia frente a las arrolladoras fuerzas sociales, a la herencia histórica, a la cultura externa y a la técnica de la vida”. (Simmel en AAVV, 1974: 101)
[4] “El individuo queda reducido a una cantidad despreciable, quizás menos en su conciencia que en su acción y en la totalidad de sus oscuros estados emocionales derivados de esa práctica. El individuo se ha convertido en un mero engranaje, en una enorme organización de cosas y poderes que arrancan de sus manos todo progreso, espiritualidad y valor para transformarles su forma subjetiva en la forma de una vida puramente objetiva.”  (Simmel en AAVV, 1974: 117)
[5] “La mente moderna se ha vuelto cada vez más calculadora. La exactitud calculadora de la vida práctica, provocada por la economía monetaria, se corresponde con el ideal de ciencia natural: transformar el mundo en un problema aritmético, fijar cada parte del mundo en una fórmula matemática. Sólo la economía monetaria ha ocupado los días de tanta gente con pesajes y cálculos, con determinaciones numéricas, con reducción de los valores cualitativos a valores cuantitativos. Mediante la naturaleza calculadora del dinero se ha producido en la relación de los elementos vitales una nueva precisión, una exactitud en la definición de identidades y diferencias, una certidumbre en los acuerdos; precisión que encuentra su manifestación externa en la difusión universal del reloj pulsera.” (Simmel en AAVV, 1974: 105)
[6] “(…) el desarrollo de la cultura moderna se caracteriza por la preponderancia de los que podría denominarse “espíritu objetivo” por encima del “espíritu subjetivo”.” (Simmel en AAVV, 1974: 116)
[7] “Aún cuando los tipos de personalidad independientes, caracterizados por los impulsos irracionales, no son en modo alguno imposibles en la ciudad, se oponen, sin embargo, a la típica vida ciudadana. El odio apasionado de hombres como Ruskin y Nietzsche por la ciudad es comprensible en estos términos. Sus naturalezas descubrieron el valor de la vida sólo en la existencia no esquematizada, que no puede ser definida con precisión para todos por igual. De la misma fuente de este odio por las metrópolis, surgió su odio por la economía monetaria y por el intelectualismo de la existencia moderna.
De esta manera, los mismos factores que se han unido en la exactitud y precisión de una forma de vida, lo han hecho en una estructura de la más alta impersonalidad; por otro han promovido una subjetividad altamente personal.” (Simmel en AAVV, 1974: 106)
[8] “Con cada cruce de calles, con el ritmo y multiplicidad de la vida ocupacional, económica y social, la ciudad marca un contraste profundo con la vida rural y de pequeños pueblos con respecto a los fundamentos sensoriales de la vida psíquica. La metrópolis exige del hombre en tanto criatura discriminadora una cantidad diferente de conciencia de la que requiere la vida rural. En ésta, el ritmo de vida y el cuerpo mental de imágenes sensoriales, fluyen más lentamente, más habitualmente y más uniformemente. Precisamente al compararlo con ella se hace más comprensible el carácter sofisticado de la vida psíquica metropolitana, tanto como cuando se le compara con la vida de pueblo, que descansa sobre relaciones emocionales y profundamente sentidas. Estas últimas arraigan en los niveles más inconscientes de la psique y se desarrollan más fácilmente con el ritmo de los hábitos no interrumpidos.” (Simmel en AAVV, 1974: 102)
[9] “(…) la reserva y las indiferencias recíprocas y las condiciones de vida intelectual de los círculos más amplios nunca son percibidos tan intensamente por el individuo en su impacto sobre su propia independencia como en la multitud más espesa de una gran ciudad. Y esto porque la proximidad corporal y la falta de espacio hacen aún más visibles la distancia mental.” (Simmel en AAVV, 1974: 112)
[10] “Para muchos tipos de personalidades, el único medio de rescatar para ellos un poco de auto-estima y el sentido de estar ocupando un lugar es indirecto, a través del reconocimiento de los otros. En el mismo sentido opera un factor aparentemente insignificante, cuyos efectos acumulativos son, no obstante, todavía perceptibles. Me refiero a la brevedad y rareza de los contactos humanos permitidos al ciudadano, en comparación con el intercambio social en los pequeños pueblos. La tentación de aparecer “atinado”, de aparecer concentrado y sorprendentemente característico, es más propia del individuo, en los breves contactos ciudadanos que en una atmosfera en que la asociación frecuente y prolongada asegura la personalidad de una imagen coherente de sí mismo a los ojos de los demás.” (Simmel en AAVV, 1974: 116)
[11] “Quizás no haya un fenómeno psíquico tan incondicionalmente reservado a las metrópolis como la actitud de hastío. Esta actitud de hastío surge en primer lugar de los contrastantes estímulos nerviosos, rápidamente cambiantes y estrechamente apretados. Con esto parece detenerse la intelectualización metropolitana. (…) Vivir en la persecución ilimitada de placeres lo hace a uno hastiado porque agita los nervios hasta su máxima capacidad de reacción y por tanto tiempo que finalmente dejan de reaccionar completamente. Asimismo, mediante la rapidez y contradictoriedad de sus cambios, impresiones relativamente inofensivas provocan respuestas tan violentas, destrozando los nervios con tal brutalidad que agotan sus últimas reservas de energía.” (Simmel en AAVV, 1974: 106-107)
[12] “La atrofia de la cultura individual por medio de la hipertrofia de la cultura objetiva es una de las razones del amargo odio que los predicadores del más extremos individualismo, Nietzsche sobre todos, profesan contra la metrópolis.” (Simmel en AAVV, 1974: 118)
[13] “El burgués es un práxico de las cosas, no de los valores, de las vivencias, de las relaciones.” (Moreno, 2006: 166)
[14] “Andar! Las calles se suceden sin tregua, disímiles, cada una dispuesta para conducir la vida que bulle en el medio de su cauce. Atravesar aceras rebosantes, mezclarse a las manadas impacientes que esperan para cruzar la calle, escurrirse por entre los cuerpos que obstruyen las esquinas. Moverse sin objeto en la estridencia y el fragor.” (Garmendia, 1977: 127)
[15] “Allí todo tiene un sentido de vida pasajera, desarraigada, algo de lo que apenas se detiene por un breve lapso en los cuartos untados de miseria. Existencias sin rastro instaladas en un presente enjuto, bochornoso. O bien es el proceso monótono de las ventanas, de los mil balcones idénticos, las geometrías insensibles de edificios que envejecen sin nobleza.” (Garmendia, 1977: 128)
[16] “Estoy bien gorila. Me mezclo con los pavos. Los odio. Les quiero poner cien bombas y que vuelen en pedacitos a Miami. Maricones. Están tan jalados como yo. Es como verse en un espejo, es hasta más vidrioso.” (Rebolledo, 2010: 15)
[17] “Quiero tener dinero y olvidarme del pasado, no quedarme en la nota, pensar en el futuro.” (Rebolledo, 2010: 11)
[18] “Odio la calle. Odio Los Palos Grandes. Ya la gente de la vieja guardia no está. No sé adónde ir. Parece un pueblo fantasma. Puros recuerdos son los que quedan por ahí. Visito a los panas que han desaparecido. A El Tufo, por ejemplo. Oigo sus cuentos con la policía, el jibareo, lo del secuestro del niño Vegas. De lo tripa que era la Caracas de los años setenta, de cómo se fumaban la yerba, de las rumbas de rock ‘n’ roll, las jevitas vueltas con la onda hippy.” (Rebolledo, 2010: 11)
[19] Recordemos que el centro de la ciudad es el símbolo de la huella hispánica. De sí emana la unidad y la pluralidad de voces venidas gracias a la globalización:
“El centro de la ciudad era para mí el universo.
Tuertos, mancos, cojos. Saqueos, protestas, violencia. Dominicanos, chinos, portugueses, árabes, españoles. Olores a yerba, a mostaza, a parrilla. Smog. Vendedores de plátanos fritos, ofertas de dos por uno. Robos, muerte, pistolas. Frustración, resentimiento, borracheras. LTD, Nova, Caprice. Mendigos, locos, huelepegas. Santeros, evangélicos, hare krishnas. Ruidos, mucho ruido.
Ciertamente Caracas, más bien su centro, era, no sé si sigue siendo, la capital del caos y la miseria. El lugar más espantoso y, a la vez, mágico sobre la tierra.” (Rebolledo, 2010: 86)
[20] “Mi instinto de supervivencia me dice que me cuide, que me ponga pilas, que arranque. Estoy perdido. Mi viejo se murió hace un año y mi vieja está podrida en una cama y no me quiere ver. No hay dinero en la casa. Siempre utilicé el billete para rumbear y joder. Ahora estoy desesperado, quiero ser millonario, quiero irme a vivir a Miami, instalar a mi vieja en sendo apartaco en el Este, comprar una camioneta gigante. No hay dinero.” (Rebolledo, 2010: 23)
[21] “(…) tengo que ir por el camino recto y legal. Está mi vieja: se muere si además de marihuanero me meto a choro, si termino en la última página de El Guardián o incinerado en La Planta como un perro. Tengo que velar por ella, cuidarla. Voy a ir a hablar con Juan Power.
Nos subieron el alquiler, 400.000 bolos, y mi mamá no sabe de dónde sacarlos. Está pensando en la posibilidad de mudarnos al interior. Tenemos un apartamento en Barquisimeto. Yo no me quiero ir de Los Palos Grandes así. Ya verá, voy a producir billete.
Es que soy un idiota, allí está Juan Power, metiéndose burda de dinero. Allí están los hermanos Suave, de mi edad también, los únicos que han hecho algo en esta ciudad. Hace diez años andaban igual que tú o yo, ruleteando, jodiendo y rumbeando por allí. Y de repente, los tipos se perdieron. Comenzaron a traficar coca a Europa. Regresaron, montaron un poco de discotecas. E invirtieron fuertemente en la bolsa. Ahora tienen todo el poder del mundo. Admiro que jode a esos carajos.” (Rebolledo, 2010: 23-24)