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jueves, 10 de noviembre de 2016

Contemplar la exégesis propia (o el andar de la sociología venezolana).

Muchos de los que compartimos este momento histórico hemos tenido que llevar a cuestas varias decepciones. La disolución de las utopías, la emergencia de los autoritarismos corporativos, el surgimiento de la delincuencia como forma de ejercer el pensamiento crítico, la pérdida de un horizonte claro como país y como generación y la debacle de las aspiraciones de cada cuerpo político. Se conoce como posmodernidad, más específicamente como posmodernidad negativa en cuanto que la perspectiva vivida no es la que enaltece la concreción de libertades individuales, el sueño hedonista y la razón sensible; no, la nuestra es una posmodernidad que se hace tangible en  la etapa liquida de la instancia del hombre en sociedad (Bauman dixit).

No hay institución, personalidad, sueño posible o busque usted otra entidad que provoque un optimismo generalizado en la gente. Ni la figura de Bolívar se nos hace intocable ya, pues la razón de Estado se ha valido de su figura, pensamiento y letra. Lo que fuera una imagen con interpretación unívoca en la actualidad nacional –figura intocable valga la pena mencionar– ha sido degradada a excusa y chantaje para los desmanes del régimen que hoy está en el poder.

Es un periodo extraño para nuestra nación, vivimos la crisis política más aciaga de nuestra vida republicana y, además, hemos de acarrear las consecuencias del fin del modelo rentista, que a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI pareció ser la cura y causa de todos los males de la nación.

Nos encontramos aquí. Es una crisis de identidad que puede llevarnos al pesimismo de avizorar el fin del país como lo conocemos (como bien lo ha planteado el Padre Alejandro Moreno) o, por el contrario, a ver en la misma crisis las posibilidades por las cuales podemos encausar el pensamiento y la acción de quienes hemos tomado por vocación reflexionar al país.

Y la ilusión está a la vuelta de la esquina: ¡Sociólogos de Venezuela, uníos contra la apatía y el cierre del pensamiento! Discúlpennos, pues aunque seamos optimistas, no lo somos tanto. En el caso de la sociología –o al menos aquella que se comienza a hacer institucionalmente desde 1956 en adelante con la creación de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela– es muy poco lo que podamos aprender y aprehender como guía teórica (y hasta espiritual) para la crisis que actualmente vivimos.

No pareciera ser que la solución a nuestros problemas se encuentre en lo que la academia ha plasmado en sus libros, artículos, entrevistas o tempranas enseñanzas. Al menos no en el caso de la sociología venezolana.

Ha podido ser visto en lo real, lo concreto de nuestras vidas. En nuestro caso somos compradores y coleccionistas de libros. El área de la sociología venezolana ha llamado nuestra atención desde el inicio de la carrera en el 2011, en parte por la ausencia de autores venezolanos y en parte por la innegable impronta marxista de la educación que aún se imparte en la universidad. Lo venezolano, si es que existe, es mera referencia y reflejo del pensamiento europeo.

Con esto no descubrimos nada nuevo. Ha sido el destino de nuestra disciplina desde su inicio hasta entrado el siglo que corre. El caso es que en una de mis jornadas de búsqueda de libros di con tres libros de tres de autores fundamentales de la sociología nacional: El psicoanálisis: discurso fundamental en la teoría social y la epistemología del siglo (1978) de Jeannette Abouhamad; Razón y dominación: contribución a la crítica de la ideología (1988) de Rigoberto Lanz; y Contribución a la crítica del marxismo realmente existente: Verdad, ciencia y tecnología (1990) de Edgardo Lander. Abouhamad, madre de la sociología venezolana; Lanz, precursor de la entrada de las lecturas posmodernas en Venezuela; y Lander, uno de los grandes sociólogos que aún quedan vivos y principal promotor del Programa de Cooperación Interfacultades de la UCV. Todos venezolanos, todos como el testimonio de lo que ha sido el paso de la modernidad por nuestro país.

Estudiantes y profesores en la universidad venezolana de la segunda mitad del siglo XX, con formación en algunas de las grandes potencias, no sólo económicas sino también ideológicas de occidente (Abouhamad y Lanz hacen doctorados en París, Lander culmina su pregrado en Harvard).  Mucho de lo que se puede conseguir hoy en producción sociológica en Venezuela se debe en parte a la influencia de estos tres autores, pues sin lugar a dudas con ellos la lectura marxista avanza rápidamente en el claustro universitario.

Si vamos a los libros previamente mencionados podríamos rescatar los siguientes aspectos:
  1. Ponen a la sociología venezolana al día con las discusiones que se llevan a cabo en la Europa del momento de sus respectivas publicaciones. Abouhamad cita holgadamente a Althusser y a Lacan, ambos autores centrales hacia el cierre de la década de los 70s; Lanz a Marcuse, peaje obligatorio para la liberación del pensamiento crítico de su enclave soviético; Lander a Habermas, autor recurrente que cristaliza la misión moderna de mantener (aún) algún parámetro mínimo para la crítica y la construcción utópica.
  2. Unen sus discusiones con la necesidad de nivelar la teoría al campo de la práctica. Era suya la aspiración de lograr que las condiciones subjetivas de las que hablaban se convirtieran en certezas para el campo venezolano. Es decir: era necesaria la explicación de la verdadera y falsa consciencia para aspirar a la primera y arrojar al pensamiento venezolano hacia la segunda. Nada distinto al desarrollo teórico del marxismo más clásico.
  3. Hablamos de discusiones ajenas que, si bien tratan al lenguaje moderno como fin último, no tienen correlato alguno con la realidad específica de nuestro país. Entiéndase: la información sobre el venezolano era la que cierta modernidad marxista nacional les decía que era. Más allá de eso no hay el mínimo asomo o interés de tomar algún discurso que fuese ajeno al dogma racional-científico.

Son parte de un primer canon sociológico venezolano. Hermenéutica marxista, ímpetu anticapitalista e impronta crítica. Nadie puede negar hoy el impacto del trabajo de la sociología que se teje desde estos autores; ahora bien, valdría la pena preguntar cuál es la posibilidad real de situar sus teorías en el contraste de la actual realidad nacional. Tres libros y  tres autores, todos se desenvolvieron en un país rentista que permitía mantener no sólo la aspiración del crecimiento indetenible sino también el perenne flujo de dinero, la posibilidad de una formación en el extranjero, el status de un profesor universitario, el verdadero deseo de ver transformada la realidad a la manera que el catecismo marxista así lo profetizaba.

¿Dónde podríamos ubicar esas aspiraciones? ¿En el país que al día de hoy tiene a miles de personas haciendo colas para comprar comida que ni se produce en el país? ¿En el país donde el Estado decide quién es delincuente y quién no a partir de la misma lógica del autoritarismo corporativo? ¿Proponiendo más control en la economía más estatizada de la región? ¿En el país donde la gran mayoría de los consejos comunales están tomados por delincuentes devenidos en personas comprometidas con la revolución? ¿Teorizar dentro del marxismo a la Venezuela socialista? ¿Aún?

Debemos grandes cosas a la sociología venezolana, pero una de ellas no es la perspectiva histórica o la del hombre concreto (Unamuno dixit). Hago tamaña afirmación ante la fiereza con la que la realidad devora la dignidad de las personas en este país y lo insignificante, por no decir inútil, que ha resultado ser todo aquel gran sistema teórico seguido por los autores que aquí mencionamos.

Pensábamos en aquello cuando caminábamos con los libros recién comprados. Caminando en la Plaza del Banco Central por la Esquina de Salas, veíamos el gran edificio del Ministerio de Educación, su monumentalidad contrastaba con la otra imagen que se hacía ante nosotros: diez muchachos, unos dentro de un basurero sacando los desperdicios, otros afuera desgarrando las bolsas que quedaban o simplemente esperando. Todos buscando el consuelo en la basura, en el desperdicio, en la miseria. Hambre revolucionaria, consecuencia –¿accidental?– del advenimiento del hombre nuevo en Venezuela.

Algunos adjudicarán la responsabilidad a una política mal aplicada, otros a la imperfección del pueblo venezolano. Ambas explicaciones están ancladas al pesimismo moderno y a la priorización de las ideas sobre el mundo de los seres humanos.

Volvemos al inicio. Es una crisis profunda la que vivimos, tan profunda que las grandes enseñanzas de la ciencia social parecen quedar en desuso; han contraído esa sutil condición que no es otra que la liviandad de las interpretaciones. No hay una sola idea que se pueda mantener por sí sola cual profecía pre-Luterana, ni sistema o teoría que sea inmune al paso del tiempo. Al menos todo el análisis que optimistamente abrazó a la episteme moderna del siglo XX se encuentra hoy en una gran diatriba.

El fin de la utopía ha llegado. Lo concreto superó a la aspiración moderna. No es la muerte de las ideas pero sí el resquebrajamiento de las mismas. ¿Hará falta buscar más soluciones en la exterioridad de nuestro pueblo? Quizás. Sin embargo, sospechamos que en el universo de otras interpretaciones daremos con varios indicios necesarios para poder entablar un genuino diálogo con nuestro país y sus realidades.

Supone ese el reto de la reflexión sociológica que viene. Cotejar las aspiraciones de la sociología con las ideas que se tejen a lo interno de Venezuela. Una verdadera tarea a futuro: hacernos con nuestra historia y sus procesos para así contemplar la posibilidad de una exégesis propia.

No es cosa del otro mundo. Es cosa nuestra y de nosotros. Nada más y nada menos.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Bauman, Z. (2014): "Offline, online", en: 44 cartas desde el mundo líquido, páginas 23-24, Paidós, España.

“Para los jóvenes, el principal atractivo del mundo virtual proviene de la ausencia de las contradicciones y los malentendidos que caracterizan la vida offline. A diferencia de la alternativa offline, el mundo online hace concebible –es decir, posible y viable– la multiplicación infinita de los contactos. Lo logra mediante la mengua de la duración y, en consecuencia, el debilitamiento de los vínculos que propician y refuerzan la duración, en marcado contraste con el mundo offline, que se caracteriza por el continuo afán de reforzar los vínculos, limitando severamente el número de contactos al tiempo que se amplían y profundizan. Esto representa una notable ventaja para los hombres y las mujeres que se atormentan sólo de pensar que un paso que han dado podría haber sido (acaso) un error y de que tal ve (quién sabe) sea tarde para reparar la pérdida. De ahí el resentimiento contra todo lo que recuerda a un compromiso “a largo plazo”, ya sea la planificación de la propia vida o los compromisos con otros seres vivos. Un anuncio reciente, apelando a los valores de la generación más joven, presentaba una nueva máscara de pestañas que “promete belleza durante veinticuatro horas” con el siguiente comentario: “Atrévete con una relación comprometida. Con un solo toque, esas preciosas pestañas soportarán la lluvia, el sudor, la humedad, las lágrimas. Pero no temas, esta fórmula especial se limpia fácilmente con agua tibia”. Veinticuatro horas semejan una “relación comprometida”, pero ni siquiera un “compromiso” tan breve sería una opción atractiva si las consecuencias no fueran tan fáciles de eliminar.


La elección que se tome tendrá reminiscencias del “manto liviano” de Max Weber, uno de los fundadores de la sociología moderna, la prenda que podía retirarse de los hombros a voluntad, en un instante y sin gran esfuerzo, a diferencia de la “coraza de acero”, que ofrecía una protección eficaz y duradera contra las turbulencias, pero resultaba difícil de desmontar y entorpecía el movimiento de la persona, además de limitarle el espacio para el ejercicio de la libre voluntad. Para el joven lo más importante es conservar la capacidad de redefinir la “identidad” y la “red” en cuanto surge –o se sospecha que surge– la necesidad (o el antojo) de redefinirlas. La preocupación de sus ancestros por la identificación única y exclusiva da paso a un creciente interés por la perpetua reidentificación. Las identidades deben ser desechables; una identidad insatisfactoria o no suficientemente satisfactoria, así como una identidad que revela su avanzada edad, debe ser fácil de abandonar, la biodegradabilidad sería tal vez el atributo ideal de la identidad más deseada en nuestro tiempo.”