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domingo, 8 de octubre de 2017

La pregunta por Venezuela.

Siempre ha sido una constante, una duda existencial y una piquiña emocional saber la posibilidad y las implicaciones de nuestra genuina autonomía cultural. Es decir, la manera como nos situamos en la actualidad global, los alcances de la tradición hispánica de donde aparentemente venimos, nuestro enredo al no sabernos si occidentales o algo aparte, sabernos si venezolanos o ciudadanos del mundo, entre otras cuestiones fundamentales.

Una vez, no hace mucho tiempo, le dije a Germán Carrera Damas que me llamaba la atención nuestra situación, esta suerte de inestabilidad al no sabernos a nosotros mismos, esto que fácilmente podríamos llamar una crisis de identidad. De la conversación surgió, entre otras cosas, la idea de hacer un foro en la Escuela de Sociología de la UCV titulado: “Colonialismo intelectual y autonomía científica”. De aquel foro recuerdo muy poco, excepto el repaso por parte de nuestro distinguido historiador a propósito de los logros y las particularidades del pueblo venezolano.

Todo muy cronológico, muy sistemático, y, como era de esperar, nada atractivo para los asistentes. A veces nuestros relatos pueden caer en el tedio.

Traigo este problema y este recuerdo a colación por la suma de lo que ha sido el año 2017 para nosotros los venezolanos: crisis, protestas, asesinatos, torturas, corrupción y un lamentable silencio. No es, por supuesto, el silencio de las víctimas, sino el silencio aquellos quienes en su momento apoyaron al régimen.

¿Cómo conectar este silencio con el tema de nuestra crisis de identidad? Se conecta en la medida de que, tras el claro talante dictatorial del gobierno de Nicolás Maduro, tras más de 100 muertes durante las protestas, con una crisis alimentaria que va dejando a nuestra juventud desnutrida y desatendida, luego del desfalco a la nación y tras tantas otras situaciones en las que el país nos deja estupefactos y con la mayor de las impotencias, hay aún personas que se ocupan más de lo que pasa en cualquier otro lado del mundo que de lo que acontece en Venezuela.

Vemos, por ejemplo, venezolanos que reclaman la actuación de los cuerpos policiales españoles en el territorio catalán y, más allá de vivir en un país donde quien protesta tiene grandes probabilidades de morir en el intento, no comentan nada al respecto de la actuación del gobierno venezolano durante las protestas de este año.

Lamentablemente he llegado a leer un joven estudiante de ciencias sociales que decía orgullosamente  que durante el plebiscito del 16 de julio, organizado por la oposición venezolana, no hubo ni una sola muestra de represión gubernamental; caso distinto al de España, donde la Generalitat llevaba un conteo de casi 800 heridos durante la jornada del referendo catalán[1]. Se le olvidaba a nuestro cuasi-colega que ese día murió una persona[2] a manos de los (siempre eficientes) cuerpos parapoliciales del Estado venezolano. La mujer que murió, junto con el centenar de personas que perdieron sus vidas durante el año 2017, no quería otra cosa que expresar su descontento con el estado actual de las cosas. Su derecho fue burlado, no momentáneamente como el de los catalanes, sino para toda la vida. Todo gracias al arrebato de los secuaces de la muerte.

¿Por qué situarnos fuera del país cuando en él tenemos hermanos, familiares y amistades de toda la vida que viven las miserias del mundo moderno? La hambruna, el éxodo, la corrupción, los asesinatos, el narcotráfico, la delincuencia y la impunidad. No es ficción, no son cuentos de camino, ni es un guión orquestado por los medios de comunicación: son las causas y las consecuencias de la crisis que vivimos actualmente. Y entiéndase: no es que los problemas de los demás no sean importantes, sino que a la hora de buscar una realidad lamentable y repudiable, no hace falta ir y evaluar cualquier otro país mientras se calla pasivamente ante lo que sucede en Venezuela.

Lo sé, algunos lo hacen inconscientemente, otros son simplemente los tontos útiles de un gobierno militar que hace mejor gestión con el narcotráfico que con sus ciudadanos. Sin embargo, el problema sigue ahí: ¿cómo evaluar nuestra situación cultural cuando ni en nuestra lamentable actualidad tenemos los ojos puestos sobre nuestro país? ¿Cómo lograr la autonomía deseada cuando el mínimo destello de preocupación es ridiculizado al compararnos con otras realidades? ¿Cómo salir de la calamidad si hay gente que ha elegido no darse cuenta de que vive en ella?

Es una de las problemáticas que ha marcado a la venezolanidad y creo que marcará de manera definitiva nuestro siglo XXI. Mientras tanto conviene recordar el consejo que nos da un afamado escritor venezolano: todo aquello que se escriba que no perjudique a la dictadura, es inútil y le hace el juego al régimen[3]. Yo incluiría en aquella frase al discurso y a nuestra capacidad de interrogarnos: todo aquello que se escriba, que se diga y que se cuestione que no perjudique al gobierno, le hace el juego a la peor de las dictaduras: la de la pasividad, la del silencio, la del régimen de la normalidad y del discurso canalla que pretende vendernos que nada sucede en nuestro país.

Por eso, cuando alguien nos comente sobre la situación española, argentina, brasileña, estadounidense, mexicana, alemana y pare usted de contar los escenarios de la geopolítica mundial, lo mejor que podemos y debemos hacer es siempre preguntar por Venezuela. Porque nunca será innecesario ni contraproducente.

Aunque nos quieran obligar y convencernos de lo contrario, colocarnos en la pregunta por nuestro país es de las acciones más subversivas y autónomas que existen hoy en día. Y nunca es demasiado tarde para eso. Aún estamos a tiempo…