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domingo, 9 de noviembre de 2014

Un amigo en Berlín.

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Desde temprana edad he tenido a Alemania entre ceja y ceja. Mi hermano es un intransigente seguidor de la Mannschaft, tenía 5 años cuando Andreas Brehme marcaba de penalti el gol que daría a los Panzers su tercera Copa del Mundo. Ahí nació un amor inquebrantable que hasta el año que corre y más allá de Bulgaria, Croacia, Brasil, Italia, España y 24 años de no dar pie con bola mi hermano pudo celebrar el Mundial pasado con genuina alegría.

Fue el futbol, fue el Bayern, fue Schumacher, fue Oliver Kahn, fue Klinsmann, fue Oliver Bierhoff, fue Michael Ballack. Mi hermano desarrolló una simpatía sin igual por el país que yo poco conocía y del que fui conociendo a medida que el tiempo fue pasando. En algún punto de su vida mi hermano tendría que ir a Alemania, a cumplir el sueño de visitar el país de sus sueños.

La oportunidad se presentó cuando fuimos en el verano de 2010 a Berlín y a Munich. Ya para aquel momento tenía claro bastantes cosas sobre el país tan admirado por mi hermano: grandes pensadores, grandes filósofos, terribles guerreros y demenciales asesinos habían pasado por Alemania durante el siglo XX. La historia del III Reich y del Führer ya la tenía memorizada. El terror de la Gran Guerra que hundió al hombre y a la mujer a la duda de su razón y su existencia.



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Al llegar a Friedrichstraße mi  sorpresa era incontenible. Estábamos ya en terreno alemán. Era realidad lo que vimos por tanto tiempo por la Deutsche-Welle; las calles limpias, los edificios imponentes y un transporte público que acogía cómodamente a sus ciudadanos. Una impresión inmejorable.

De aquel viaje en Berlín, que duró 4 días, pudimos visitar la Torre de la TV, el Museo de Historia de Alemana, Charlie Checkpoint, el campo de concentración de Dachau y demás monumentos que por el momento escapan a mi memoria.

Un sitio al que iríamos con total seguridad era el Estadio Olímpico de Berlín. La magnitud e importancia de este sitio erradicaba en la historia que contenía. En el Olympiastadion Jesse Owens ganó la medalla de oro en las olimpiadas de 1936, Italia ganó el Mundial de Futbol del año 2006 y Usain Bolt había roto el record de velocidad en 100 y 200m  en el Mundial de Atletismo de 2009.

Fue por eso que decidimos visitar este gran monumento al deporte al final de nuestra estancia en la ciudad. No sabíamos en aquel instante que en el Estadio encontraríamos a un peculiar y extrovertido  alemán.



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El estadio fue imponente. La experiencia de aquel fue impresionante. Rescataré de aquel día la anécdota que marcó mi estadía en Alemania: la de nuestro amigo Rainer.

Al salir del estadio y de tan grata experiencia dispuse a comprar unas cervezas para mi hermano y para mí. Lastimosamente –creíamos- no quedaba nada abierto cerca al estadio. Lo único que pudimos divisar fue la presencia de un hombre de unos 50 o 60 años que se disponía a cerrar un puesto donde vendía salchichas y emparedados.

Fuimos y al parecer le quedaban solo dos cervezas a este señor que desde lejos lucía mínimo pero que frente a frente era una torre de 2 metros de altura. Compramos las cervezas y dispusimos a beber frente al pequeño puesto del señor. Habremos durado 3 minutos ahí, hasta el momento en que sucedió alguno inusual. El alemán, en perfecto inglés, nos pidió el favor de que cuidáramos su puesto por 15 minutos; que lo vigiláramos mientras el volvía.

Este favor nos pareció muy extraño; en Venezuela no se tiene tal confianza en desconocidos que se acaban de conocer. Pero ante lo extraordinario del día y del efecto de las cervezas (alemanas y de un litro cada una…) aceptamos. Y fue dicho y hecho: el señor se fue, nos dejó cuidando su puesto por 15 minutos para luego volver en una minivan.

Agradecido por nuestra espera y vigilancia el hombre dispuso a regalarnos dos frankfurters que le quedaban. Todo aquello nos parecía irreal; es decir, la vigilancia sin temor a que nos pasara algo, la puntualidad del señor y su enorme gratitud. De aquel punto en adelante era imposible estar ahí sin entablar conversación con nuestro nuevo amigo. Nos presentamos al igual que lo hizo él: su nombre era Rainer.



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Cuando charlábamos con nuestro amigo surgieron distintos temas: el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid, la situación del equipo capitalino, el Hertha de Berlín, y lo que fue de su vida durante el Mundial del 2006.

Vale recordar una vez más que en el Olympiastadion fue donde se celebró la final, donde Zidane disputó su último partido y donde Italia ganó en penaltis a Francia. Lo que uno pudiera haber esperado era una respuesta y un relato enérgico y emocionante, imaginábamos que aquella experiencia debió haber sido realmente inigualable para nuestro amigo Rainer.

La sorpresa que nos llevamos fue enorme. Rainer nos comentó que durante todo el mes de junio y parte de julio su humilde puesto fue alquilado a McDonald’s. Esta fue una orden de la Federación Alemana de Futbol (Deutscher Fußball-Bund) y de la FIFA, por la cual nuestro nuevo amigo había sido privado de la ganancia que el Mundial pudo haberle generado.

Es por esta y muchas otras cosas que nuestro amigo no era tan afecto al futbol, aunque la verdad sea dicha, nuestro amigo era repelente al tema pero tampoco mostró gran dolor al contarnos aquella historia. Recuerdo que su serena manera de contar aquello me impresionó, pues pensaba en la posibilidad de que a un venezolano le pudiese pasar tal cosa y no cabía en mi mente imaginar tanta tranquilidad al momento de relatar dicha experiencia.

Mi hermano y yo quedamos un poco desencantados luego de la historia del Mundial del 2006 que Rainer nos había contado. No recuerdo exactamente quién de los dos preguntó pero nos interesó saber desde cuando había estado trabajando Rainer en aquel puesto. Aparentemente nuestro amigo había estado trabajando ahí desde 1991. Ha sido su único trabajo desde que llegó de la Alemania Oriente. Desde el otro lado del Muro.



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Cuando Rainer nos comentó que había vivido del lado oriental del Muro nuestras caras fueron de incredulidad. Estábamos hablando con un sobreviviente del “Berliner Mauer”. Al ser interrogado sobre los recuerdos de aquella parte de su vida lo que nos respondió fue sencillamente conmovedor:

“No deseo a ninguna nación del mundo lo que a los berlineses nos tocó vivir”

Rainer nos relató de las condiciones de vida, la pobreza, la crueldad y el aislamiento al cual fue sometido el pueblo berlinés. Parte de su familia había quedado en el lado occidental del Muro y no los vio sino hasta la caída del mismo. La industrializada Berlín del oeste se encontraba con el despojo alemán del este. Los recuerdos de Rainer eran de felicidad y luego de más de una hora de haber estado charlando por fin su cara mostraba una sonrisa que daba pista de la importancia histórica de este suceso.

Luego del relato de su historia nuestro día terminaba, así como nuestra charla con Rainer. Al día siguiente partíamos y en aquel momento nos despedimos de nuestro amigo alemán, del cual ni el apellido supimos.

No miento cuando digo que aquella fue la experiencia más enriquecedora de toda nuestra estancia en Alemania. La del testimonio de un berlinés que sobrevivió al comunismo y hoy día sobrevive a McDonald’s y a la FIFA.



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Pienso en este momento y recuerdo de Berlín las torres, la Puerta de Brandemburgo, Potsdam, el Reichstag y el monumento a los judíos caídos en la Segunda Guerra Mundial. Pero aún así recuerdo por encima de todo aquello a nuestro amigo Rainer.

Lo recuerdo a él y la enseñanza que pudo dejar en mi hermano y en mi persona: no importa nada en la vida si nuestra libertad nos es arrebatada. Su testimonio sobre el Muro era el testimonio de un pueblo que fue sometido.

Y al final del día no importaba lo ostentoso y lo imponente que fuese Berlín, lo que importaba era que aquellas personas que habían sufrido tanto durante la Gran Guerra y durante la división de su nación pudieron levantar aquel país, unificar lo que parecía irreconciliable y dar esperanza a aquellos que en los años posteriores han sufrido de divisiones que no se sustentan en lo material sino en lo ideológico.

¿Es la experiencia de Rainer una de la cual los venezolanos podamos aprender algo? Yo creo que sí, creo que en la época depresiva que nos ha tocado vivir hace falta mirar hacia atrás y dar un vistazo el sendero por el cual hemos andado. Ver además lo que podemos evitar; lo que son nuestros  errores históricos sin hacer la vista gorda.

Uno camina por Berlín y hay una línea de cemento que navega a lo largo de la ciudad. Es la huella de donde se asentó  lo que fue el Muro de Berlín. Los alemanes no han borrado aquella huella; considero que no lo hacen para recordarles a sus ciudadanos lo terrible que a veces puede ser la razón política que aniquila y niega a la otredad y que intenta aparentar un eterno olvido para tomar provecho de la ignorancia.

Mientras los alemanes aún conservan los campos de concentración, para dar ejemplo a sus ciudadanos de lo terrible que puede ser la guerra y la razón instrumental tan denunciada por la Teoría Crítica, nosotros los venezolanos hemos ido olvidando a la Rotunda y la Guasina.

¿Cómo combatir al despotismo y al militarismo si hemos insistido en olvidar que forma parte de nuestra historia? Mientras los alemanes al día de hoy recuerdan la euforia que supuso la caída del Muro de Berlín nosotros apenas recordamos la Rotunda porque hay una esquina en Caracas llamada Cárcel en su honor.

Derribamos y demolimos la cárcel e hicimos una plaza y un complejo residencial en donde se postraban aquellas ruinas. ¿Desapareció con ella el fantasma militarista de nuestra Nación? La actualidad nos da una cruda y cruel respuesta.

Con el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín desearía recordar que al día de hoy Alemania sigue en la lucha por curarse del lastre fascista. Es una lucha sostenida que ha durado más de 70 años.
 
¿Qué podría haber comentado nuestro amigo Rainer de nuestra situación? Luego de pasar 28 años detrás de un muro, que era el simbolismo de la anacronía totalitaria, puedo pensar que su respuesta nos hubiese dado aliento y nos recordaría la herencia de aquellos hombres y aquellas mujeres que han dado su vida en la lucha por la Libertad.

¿Qué tan prolongada ha de ser nuestra lucha para curarnos de nuestros males? Nadie lo puede saber, pero recordar y denunciar la barbarie es un buen comienzo.