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viernes, 29 de mayo de 2015

Sobre el disenso, la soberanía y la deliberación

El siguiente ensayo fue elaborado para el seminario: "El Sentido Deliberativo de la Democracia", dictado por la profesora Carolina Guerrero para el PCI del segundo semestre del año 2014.

El disenso como bien hemos observado es parte fundamental dentro de todo el entramado de relaciones políticas en el marco de una sociedad democrática. Si bien el discurso político particular de nuestra realidad venezolana la mayoría de las ocasiones se direcciona hacia el consenso, como en el caso actual de las primarias de la oposición y la designación de los rectores del TSJ por ejemplo, la política venezolana tiene altamente olvidada y obviada la posibilidad de disentir.
Las causas de este olvido se pueden motivar a muchas razones: la crisis de los partidos políticos, la anti política de los años 90s, los rasgos totalitarios de nuestro actual gobierno, entre otras cosas. Sumando a esto lo que es el lugar común de la crítica liberal al Estado: resaltar el alto grado de paternalismo que caracteriza históricamente al Estado venezolano.
El Estado venezolano puede ser caracterizado como uno que progresivamente y a través de los años ha ido en el aumento de su control sobre los estadios de la socialidad y los espacios de libre desenvolvimiento de la ciudadanía. Desde Juan Vicente Gómez donde el Estado se convierte en el principal terrateniente del país, hasta Hugo Chávez con su control absoluto sobre PDVSA. Si bien hemos referido a elementos de carácter económico de la sociedad también podemos ver el aspecto específico donde la sociedad civil tiene sus esferas de ejercicio político en plenitud.
Por ejemplo, tan solo a partir el año 1989 se procede a una genuina descentralización del aparato del estado con la elección de gobernadores y alcaldes. Dicha elección como ya es sabido fue vista de muy mala manera por el partido de gobierno, Acción Democrática - al cual pertenecía el presidente Carlos Andrés Pérez-  por hacer perder el monopolio del poder político al mismo. En ese contexto también vale la pena hablar del gobierno de Jaime Lusinchi, antecesor del gobierno de CAP-II, que fue de dominado en plenitud por el mismo partido. Puede que este fenómeno explique parte del carácter político venezolano: democrático y convivencial en palabras pero sectario y poco crítico en lo fáctico.
Sin la crítica, sin el disenso y sin la posibilidad de la convivencia entre distintas opciones políticas puede que suceda que nos encontremos en una especie de desierto como lo menciona Hannah Arendt. Claro está, la metáfora del desierto mencionada por Arendt estuvo seriamente influenciada por el nazi-fascismo, y salvando las grandes distancias no intentamos para nada decir que el caso venezolano hable de una crisis política de tal magnitud. Lo que intentamos salvar de la metáfora de Arendt es el vaciamiento del espacio político que tuvo Venezuela por aquellos años; la política perdió cualquier sentido y conexión con sus ciudadanos.
Es un desierto en tanto la desaparición de la política comunicativa. No en vano el Caracazo irrumpe como fenómeno político social que aún al día de hoy resulta difícil de explicar por parte de la dirigencia política de aquel entonces. Solo algunos se aventuran a dar una que otra argumentación: el político venezolano había perdido comunicación con la población, con el ciudadano de a pie. En términos más académicos y propios de lo que ya hemos elaborado podríamos afirmar entonces que el ciudadano había perdido deliberación con el Estado dentro de la esfera pública.  Parte de esta crítica fue bajo la cual Hugo Chávez sustentó su estrategia electoral, argumentando la necesidad de una nueva  representatividad y mayor participación por parte de la población.
Si bien el sentido comunicativo cambió y fue rescatado a medias –Aló Presidente podría considerarse como una nueva configuración de la concepción comunicativa del Estado dentro de la política nacional- sucedió que, en ese trayecto de nueva comunicación y de representatividad en la política venezolana, el debate político fue dirigido por una sola persona, el presidente, y con un fin específico: desmeritar el disenso a partir de la hostilidad hacia su oposición política.
Hoy la historia ha dejado al chavismo como un proceso político poco partidario de eso que llamaba Chantal Mouffe como la necesidad de un pluralismo agonista que rescate siempre el disenso como parte esencial de la democracia. El discurso político del chavismo durante estos últimos años ha sido el de potenciar la idea de una sola historia, una sola nación, un solo pueblo, una sola ideología, un único partido y un solo protagonista político: el presidente.
Si bien Venezuela ha sido históricamente un país presidencialista el chavismo ha llevado a la máxima potencia esta característica de nuestro sistema político. Muestra de esto lo podemos observar en la manera que le presidente se despide de la nación antes de su operación en Cuba para diciembre del 2012, cuando lo enfático de aquella cadena no fue pues la necesidad de tomar con preocupación la recesión a la que entraba el país sino más bien puntualizar quien sería el heredero en la silla presidencial.
Y aquello, una vez más, fue muestra de la importancia que se le da al consenso en la vida política nacional. Hoy en día el consenso que se intenta imponer desde las altas cúpulas de poder es el de reducir a la  nada la soberanía de la sociedad civil. Desde el gobierno se intenta someter a la población por medio del proyecto del Estado Comunal –llamado por Héctor Silva Michelena como el Estado de Siervos-  y desde la oposición aún no se tiene ni un atisbo de mediana comprensión de la identidad y de los distintos sectores de la sociedad venezolana.
Pues durante los últimos años la oposición venezolana no ha sabido capitalizar el descontento de la ciudadanía con el gobierno nacional en parte por la eterna búsqueda de consensos, pero también por no entender que la soberanía, aún en periodos no democráticos, es elemental si se pretende construir una oposición política con base solida. El caso más llamativo de esto que traigo a colación lo podemos encontrar en el papel jugado por la oposición venezolana durante las protestas del año 2014, las cuales según el discurso oficial –tanto de la oposición como del gobierno- fue que las protestas eran manifestaciones irracionales, casi barbáricas, que atornillaban al gobierno al poder o que perturbaban la conciencia pacífica de un pueblo conformado con su realidad.
Desconocer la situación nacional y desconocer a su ciudadanía puede llevar inevitablemente a no reconocer la importancia de la soberanía. Habermas entiende a la  soberanía como la voluntad expresa entre comunes alejados del ejercicio activo del aparato estatal o del aparato económico de la nación. Si se desconoce a la soberanía y se entra en la imposición eterna de consensos puede que de alguna manera u otra, en menor o en mayor medida se esté doblegando la participación ciudadana en beneficio de proyectos poco o nada democráticos. Puede que asistamos a la totalización de la vida a partir de un discurso único; en sí, la negación de la diferencia.
Nos encontramos pues ante la necesidad de refundar el disenso y rescatar a la soberanía por medio del encuentro comunicativo entre políticos y sociedad. Sin esto, quizá, nos encontramos aún a largo trecho de recuperar el signo democrático de nuestra vida nacional.

Referencias bibliográficas
1.      Arendt, Hannah, La condición humana. Barcelona: Paidós, 2005.
2.      Mouffe, Chantal, En torno a lo político. México: FCE, 2007. 
3.      Habermas, Jürgen, La inclusión del otro. Barcelona: Paidós, 1999.