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viernes, 20 de marzo de 2015

El Boyscout y el Aviador.

A la memoria de nuestra memoria.


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Hace algunos días atrás hablaba con un amigo sobre lo difícil que era ser padre o madre en este país. Si, usted ha leído bien: un joven de 21 años, y sin hijos, acaba de escribir que en este país es harto complejo ser padre y no ser hijo.

No que lo segundo desmerezca complejidad en la circunstancia nacional, pues como buen joven puedo dar testimonio del hastió y de la desesperanza que abraza a nuestra generación día a día. De esa mentalidad se compone, al menos en mi caso, los muchos días que transito en la realidad venezolana.

Pero en un ejercicio de practicar algo que tanto he pregonado durante los últimos meses, entiéndase pensar a la otredad, comencé a analizar la situación de los padres y las madres que día a día conviven no solo con el hecho de haber visto el desmoronamiento de nuestra republica sino además con el temor de que en cualquier momento sus hijos o hijas puedan caer victimas del hampa o asesinados.

Gran parte de la juventud que protestó enérgicamente durante el año pasado veía como algo común -dentro de nuestra atrofiada sensibilidad-  que hubiese heridos por perdigones o en la frente o en el torso. Hoy, un año después, tenemos  el ejemplo de Kluiverth Roa[1], el joven asesinado a manos de un PNB con un disparo en la cabeza.


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Debo confesar que he estado consternado tan solo tres veces en mi vida: el 5 de marzo del año 2013, el 19 de febrero del año 2014[2] y el día del asesinato de Kluiverth. Aquel ha sido uno de los días en los que más me ha dolido la nacionalidad; día por cierto que arrebató a un joven más de los tantos que año tras año la delincuencia. Todo como consecuencia de de una política dirigida a la división y no la unión, todo como consecuencia del malestar de nuestra sociedad.

Que un joven de 14 años sea asesinado de manera tan vil, en una semana que por cierto contó con 4 estudiantes opositores al gobierno ajusticiados[3] por el aparente poder invisible de nuestra sociedad, habla no solo de una crisis moral sino además de la realidad de una generación: o complaces con el silencio o sucumbes por hablar. Nuestro gobierno nacional en lugar de atender tal problemática hizo la vista gorda al justificar el destino de Kluiverth por supuestamente pertenecer a una secta de derecha…

No sorprende. Es una falacia más del régimen. En dictaduras a los jóvenes y a la historia se les intenta borrar: a los primeros por insurgentes y a la segunda por ser el testimonio.


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Sin embargo al pensar en Kluiverth me imaginaba mi mundo-de-vida a los 14 años: echar vaina, caminar por La Pastora, Mecedores, Cotiza, la Avenida Baralt y mi Quinta Crespo. No era mi prioridad principal la política y tampoco creí que fuese a terminar en la Escuela de Sociología de la UCV. Imaginar salir del colegio y ser perseguido por policías y ser impactado por una bala no estaba en mis planes.

Hoy en día es el pan nuestro de cada día. Salir a la calle es un acto de valentía. Ningún chamo de 14 años podía esperar ser ajusticiado, ser acorralado y ser asesinado en pleno día por el simple hecho de disentir ante el pensamiento absoluto. Hoy en día, tal imposibilidad se ha vuelto una realidad tan cruda que arrebata el animo a más de uno.

Yo lloré por Kluiverth, no por conocerlo, sino por lo que representa: una generación de jóvenes que intentan sobrevivir en este país de balazos. Y en ese punto pensaba en mis padres y en lo difícil que ha debido ser para ellos convivir con mi mediana participación política. Lo normal es que nosotros veamos envejecer a nuestros padres y amargamente soportemos su partida, no que ellos tengan la desdicha de identificar cadaveres en una morgue o en un ataúd.

El padre de Kluiverth es el padre de muchos muchachos que han decidió destinos distintos al del país o que han sido asesinados. Recuerda esta situación a una broma de mal gusto, a un chiste muy cruel, quizá a un comentario de un miserable canciller venezolano en VTV.

Nuestros padres han visto desmoronarse a las instituciones y al espíritu nacional. Hoy más que nunca Venezuela flaquea ante la violencia, verdadero problema que nos atañe a todos y cuyos responsables se sitúan en lo más alto del ejecutivo nacional.

No imagino peor dolor que ver a un hijo morir. No imagino peor destino que ser asesinado después de salir del colegio. No imagino que tan cruel haya sido el país con Kluiverth Roa.



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Otro caso calamitoso de nuestra época es el del señor Rodolfo González, padre de la profesora Lissette González[4], quien fue acusado sin pruebas y cuyo final fue el de terminar con su vida[5] en un intento de evitar un infierno mayor como lo es el de una cárcel delincuencia en Venezuela.

No queda más que reflexionar la golpiza psicológica que recibimos hoy en día los venezolanos. Nuestro país, nuestra patria cada vez nos vuelve más cínicos y más insensibles. La trituradora realidad está acabando con nuestro futuro y con nuestro pasado.

Es inaudito que un señor de 65 años haya decidió acabar con su vida por lo terrible de su injusta sanción, que respondía más a la lógica delincuencial de nuestro gobierno que a los parámetros legales de un gobierno democrático. Leopoldo López, más allá de la opinión que a usted pueda merecerle, dijo algo que comparto sin ningún temor: todos y cada uno de los venezolanos hoy en día nos encontramos en una celda, presos de una realidad que no queremos, que no deseamos, que aborrecemos, pero con la cual nos toca convivir.

El señor Rodolfo González ha tenido que convivir con lo que comentaba al principio: con 65 años vio caer a la democracia y vio también caer a muchos jóvenes. Vio en sus derroteros a una sociedad que fundó su propia democracia. Una sociedad de hombres y mujeres de virtud y  un país rico, no por su petróleo sino por sus ideas.

Quizá el destino del señor Rodolfo González  no pudo ser otro: la vida a su edad, desde una cárcel injusta y con un gobierno como el nuestro no parecía prometer ninguna recompensa. Al fin y al cabo, la pregunta sobre los límites de nuestra podredumbre es mucho más sencilla desde la aparente libertad que desde una celda en el helicoide.


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Tanto con Kluiverth Roa como con Rodolfo González el mensaje es claro. El desanimo es la vertiente hacia donde el gobierno está buscando empujarnos. No conozco ni al padre de Kluiverth ni la hija del señor Rodolfo, pero estoy seguro que en ambos casos no han mellado la convicción de un nuevo país. La necesidad de reencontrarnos es vital.

Lo peor que nos puede suceder es arrojarnos al vórtice de la desesperanza. No mantener la convicción de la posibilidad de otro país es abrirle paso al pensamiento absoluto. Y esa posibilidad se mantiene desde el simple hecho de interrogar a la realidad, cuestionar al poder y pensar cada día al país.

Para no olvidar que nuestro país está pasando por horas oscuras, para no olvidar que vimos caer de manera injusta a miles de venezolanos, para no olvidar nunca las consecuencias de la huella totalitaria en nuestra nación. Para no olvidar nunca al boyscout ni al aviador.



[1] http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/actualidad/sucesos/quien-era-kluiverth-roa-el-estudiante-asesinado-en.aspx
[2] Noche donde el Gobierno finalmente perdió su careta democrática. La represión de aquella noche deberá ser por siempre recordada a partir del caso de Alejandro Márquez y el video de su asesinato a manos de la GNB.
https://www.youtube.com/watch?v=rYr0u4uWhhE
[3] http://www.lapatilla.com/site/2015/02/22/la-ola-de-ajusticiamientos-a-jovenes-que-alarma-a-venezuela/
[4] Lissette González es profesora de Sociología en la UCAB. El seguimiento a la aprehensión de su padre lo hizo por medio de redes sociales y específicamente su blog:
http://conjeturasparallevar.blogspot.com/2014/10/un-abuelo-que-es-preso-politico.html
[5] http://elimpulso.com/articulo/fallecio-rodolfo-gonzalez-detenido-en-el-sebin-por-hechos-de-2014