-

[DESAPARECE AQUÍ]

viernes, 11 de marzo de 2016

Posmodernidad y deliberación.


La reflexión en torno a la sociedad se sitúa, al día de hoy, en la necesidad de comprender un mundo que cada vez luce más incierto y menos aprehensible por los modelos tradicionales. Modelos que van desde la disciplina económica al método historiográfico, del que-hacer político a las artes y de las sociologías[1] a los estudios de comunicación.

Si bien este es el ethos de nuestra época podríamos decir que no siempre fue así. Dar un repaso por el desenvolvimiento de cualquier marco teórico disciplinar, a lo largo del siglo XX, es ver lo que Zygmunt Bauman ha llamado el paso de una modernidad solida hacia una modernidad liquida[2]. Los tradicionales parámetros de la ciencia, la certeza, la búsqueda por la objetividad, las teleologías que buscaban hacer predecible cualquier acontecer humano; en fin, todo lo que podamos encontrar en el mundo de la racionalidad técnica se ha encontrado en una encrucijada a lo largo de los últimos cuarenta años.

¿La razón? Es mejor hablar de razones, por paradójico que esto sea. Lo que podemos llamar la condición posmoderna –entiéndase, críticas a la razón instrumental- surge como respuesta a las guerras mundiales, los imperialismos estadounidense y soviético, al mundo polarizado y a lo que pareció ser el triunfo momentáneo de la lógica aristotélica, también conocida como lógica formal[3].  La división del mundo entre dos maneras de ser, o mejor dicho, la predictibilidad de la esfera humana tan solo en dos esferas. Lo podríamos ver en el plano más complejo como en la división entre izquierda y derecha como en un plano más sencillo: blanco-negro, si-no, cero-uno, entre otros.

La reducción, la matematización de la vida es uno de los principales problemas con los que lidian los posmodernos. Sin embargo, no siempre ha sido un problema tal espíritu. Todo lo contrario.

El avance de la ciencia a lo largo de los siglos XVIII, XIX y parte del siglo XX se valió precisamente de tal fórmula para estudiar y establecer los parámetros de lo cognoscible. Sabemos que en un inicio la lógica formal sirvió de apoyo para las ciencias “duras”, pero en el camino muchos intelectuales, estudiosos de lo social, compraron el discurso que reinaba en la época: al igual que las ciencias naturales, las ciencias sociales debían garantizar el estudio objetivo y neutral que formulara leyes universales para así poder hacer al objeto de estudio –la sociedad y sus individuos- lo más predecible posible para poder captarlo, explicarlo y controlarlo.

Tal control lo podemos definir además como una manera particular de comprender a la sociedad pues, al pretender formular leyes universales para la sociedad, se expone de alguna manera u otra lo que para los primeros positivistas era su noción de sociedad: estática, maleable y manipulable. En fin, predecible.

Si seguimos el recorrido teórico del positivismo francés de finales del siglo XIX sabremos la clara influencia que tuvo tanto en Europa como en Estados Unidos. La escuela de Talcott Parsons, las tesis de Robert K. Merton y las escuelas funcionalistas son claramente influenciadas por Durkheim y toda esta manera de iniciática de ver la ciencia. Parte de los estudios de comunicación bebieron de estas aguas.

Lo que el funcionalismo pudo decir en el ámbito específico de la comunicación no difiere demasiado con lo que arriba comentábamos: la simplificación del proceso comunicativo a la triada emisor-mensaje-receptor[4], tomando en cuenta específicamente lo poco o bastante entendible que podía ser un mensaje X para un receptor Y. Básicamente lo que se planteaba era la preponderancia de ver el sistema en sí mismo, más que reflexionar sobre las posibilidades de la concreción de tal procedimiento.

El tiempo ha pasado y podemos ver distintas posturas que de una manera u otra atentan contra lo que era una verdad indiscutible en el análisis funcionalista: la unidireccionalidad como base de la comunicación. Esta unidireccionalidad la entendemos como el simple transitar de un mensaje que va del emisor al receptor sin obstáculo alguno, sin contradicción siquiera. 

Pudiera decirse entonces que la comunicación en su inicio fue entendida como un proceso mecánico. Sin embargo, la crítica hacia la óptica funcionalista parte de una realidad ineludible, y es aquella que reza que la comunicación debe ser asumida “como un proceso típicamente humano”[5], y en dicho proceso deben tomarse en cuenta un sinfín de variables que pertenecen al mundo de los hombres y las mujeres. La cultura, sus costumbres, tradiciones y desencuentros forman parte de lo complejo de las sociedades, así como también de las pautas de cualquier proceso comunicativo.

Nos dirá Igor Colina –desde una postura crítica no posmoderna- que en el proceso comunicativo el  hombre juega un papel importante, así como también las condiciones socio-histórica en las que el mismo se encuentra[6]. Importante es en el análisis la óptica marxista del autor[7]; sin embargo a nuestro entender tal análisis es insuficiente pues se retoma lo que desde un principio se busca combatir: la lógica aristotélica y su representación en la dualidad dialéctica (tesis-antítesis), tácita en toda la herencia materialista histórica.

Siguiendo lo que dicen autores como Castilla del Pino: cada época comunica algo distinto. Siguiendo tal premisa vale la pena preguntar: ¿el materialismo histórico puede dar respuestas al surgimiento de las incertidumbres? ¿Puede reflexionar un mundo que cada vez se hace más y más problemático? ¿No será que la erosión moderna también alcanzó al canon marxista?

Son preguntas que emergen ante lo que Kenneth J. Gergen presenta en su trabajo El Yo Saturado (1991), trabajo que apunta al campo de la psicología, pero que en realidad da luz a la reflexión de nuestra actualidad social. En dicho trabajo, el autor nos hablará del efecto que ha tenido el arrollador avance de la tecnología en los últimos años, sobre todo en la comunicación, tanto personal como artificial. Es necesario entender que la tecnología a finales del siglo XX, la que corresponde al estudio de Gergen, abrió la ventana para un mundo donde el tacto, el sentir, el pensar y el hacer se transfiguran radicalmente.

Gergen comenta algo que añade cierto valor demográfico al discurso que aquí elaboramos: las relaciones cara-a-cara se vieron súbitamente afectadas por las migraciones[8] o simple –y constante- movimiento humano entre estados y entre naciones que caracteriza a la era posmoderna.

Se sobrepasa la barrera del espacio. El mundo estático, finito, conocido por el individuo moderno se convierte en un enigma. Resolver el acertijo corresponderá al saber desenvolverse en diferentes ámbitos. Para tal tarea se plantea una solución: se recurre a la multifrenia, que para el autor no es más que “(…)la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras de su yo”[9]. Somos varias personas al mismo tiempo y varias personas se sumergen en diferentes  identidades. Las definiciones de la persona y su carácter se vencen y ahora el mundo de la multiplicidad de personalidades y posiciones ante el mundo surge. El eclecticismo domina al ser posmoderno.

Sociológicamente podríamos abordar esto desde muchos ámbitos. Bien por el ala positivista-funcionalista –quizá argumentando la falta de reglas en el renacer de las anomias contemporáneas- como por el ala crítica –dando al traste con el discurso que enaltece las relaciones desiguales entre norte/sur, focalizando el problema en una cuestión geopolítica-; sin embargo es menester atender a este eclecticismo, o simple condición de saturación desde el problema de las interpretaciones.

Podemos estar observando al presidente de la república anunciando un paquete de medidas económicas y en cuestión de minutos podemos ver su discurso cambiar y verlo hablando sobre Lionel Messi y la independencia de Catalunya. Las variaciones de los discursos y de su intencionalidad son la regla. La persona se sumerge en dinámicas que, en primera instancia, ni le pertenecen, ni le incumben, con la intención de sobrevivir y simplemente poder llevar el trote a un mundo que cada día se hace más cambiante. Lo que hoy hace cuatro años sabíamos sobre la Primavera Árabe ha cambiado tangencialmente; lo mismo que con el Euromaidán ucraniano del año 2014; similar con el fracking y la bajada de los precios del petróleo del año pasado; y pare usted de contar eventos significativos que van cambiando y mutando a medida que pasa el tiempo.

Sabemos al día de hoy que el mundo y su teorización se compone por el devenir de las interpretaciones. Cada gran teoría en sí misma da una versión de la realidad, bien sea desde la lucha de clases marxista hasta la división social del trabajo durkheimniana. Podríamos decir que la posmodernidad se ha caracterizado precisamente por no tener una gran teoría conjunta sobre la sociedad, el sujeto, la economía, la política o siquiera la estética[10]. Creemos que esto se debe en parte al aumento de las posibilidades de comunicarse como al aumento progresivo de las libertades a lo largo del globo terráqueo[11]. No vivimos ya en el mundo de la fe cristiana, ni en el mundo de la colonia, ni en el mundo de los imperios o en el mundo de las dictaduras. Podemos decir que vivimos en el mundo de los mundos, donde la sociedad del conocimiento –que se percibe por momentos en la red 2.0- empuja a las personas a convivir con diversos puntos de vistas. El encuentro con lo distinto es la regla y la posibilidad de darse a conocer (aunque sea por tan solo quince minutos) es latente en la medida de que las tendencias cambian de acuerdo a lo que se consuma en el aquí y el ahora. Lo distinto en el mundo posmoderno supone la diferencia en cuanto a la forma de vivir la vida, de conocerla y de hablarla; entonces el problema está en cómo cada cual, desde su trinchera formula y reformula el mundo que lo rodea.

Lo importante a tomar en cuenta es que este surgir de las interpretaciones rompe con el discurso moderno funcional. Si damos un vistazo a la triada aristotélica quién-qué-quién y analizamos parte del problema de las interpretaciones sabremos que la unidireccionalidad pretendida se corroe. Siguiendo a Gadamer, podemos decir que cada lectura nueva da vida a distintas formas de aprehender el mensaje que el texto[12] nos plantea. Lo que se abre entonces es un proceso de múltiples direcciones donde la figura del emisor es interpelada constantemente ante la vertiginosa mutación del mensaje.

En sí, lo que hablamos es de una súbita relativización del contenido de lo que se intenta comunicar. Pasamos, siguiendo con Bauman, de una interpretación solida a una interpretación líquida, cambiante ante la persona y el contexto.

Los esfuerzos intelectuales de los últimos años se han esforzado precisamente por recoger esta suerte de ética-de-la-otredad y hacerla el ethos de nuestra época[13].  Desde el lado de la política tenemos posturas como las de Chantal Mouffe, del lado más occidental, o como las de la profesora Xiomara Martínez Oliveros[14], más allegada a nuestra realidad inmediata. Ambas autoras, con distintos matices, reclamarán no el consenso, sino el disenso –otra ruptura con el funcionalismo- como realidad ineludible del encuentro entre diferentes en el mundo globalizado. Al aceptar el disenso, aceptamos entonces al diferente; entiéndase, aceptamos la diversidad de interpretaciones y discursos.

Sin embargo, este aceptar no siempre es armonioso. Igor Colina nos hablará de una nueva triada: la de lo entendido, lo sobreentendido y lo malentendido[15]. Esta triada se propone una interpretación más cercana a la condición humana y su complejo ser y hacer.

Lo entendido podría formar parte de aquella intención de una captación inmediata y pura del mensaje; profundizar en ello sería llover sobre mojado. No obstante, lo verdaderamente interesante de esta postura se encuentra en la noción de sobreentendido y malentendido. Lo primero es de donde emana la cultura y las tradiciones, el arraigo de una sociedad y se establecen los parámetros de lo que es cognoscible y lo que no. Lo segundo viene desde el nacimiento de la diferencia, del encuentro de los que no son iguales; es decir, los malos entendidos surgen ante la puesta en escena de distintos sobreentendidos. Podríamos decir entonces, que dicho encuentro entre distintos da pie a la saturación y al constante cambio y a la intermitencia de la comprensión de lo que se dice, se hace y se es.

No en vano Colina nos hablará de incomunicación en lugar de hablarnos de comunicación genérica. La incomunicación para este autor surge precisamente de lo sobreentendido y de sus variantes según cada sociedad y según cada parámetro de conocimiento.

Quizá esta sea la gran propuesta de la posmodernidad y de alguna que otra teoría crítica. Sin embargo, la hermenéutica no consume del todo ese discurso, pues para la hermenéutica siempre se entiende el mensaje, tan solo que tal entender es distinto en cada intérprete. Hay espacio para la diferencia, al menos desde Gadamer, quizá Heidegger y medianamente Ricoeur. Otra postura tendrá Jürgen Habermas, quien en lugar de buscar disensos, incomunicación o intentar desmontar el metarrelato moderno sobre la comunicación, intentará buscar algo que por algún tiempo se perdió en el panorama intelectual.

Hablamos entonces del diálogo.  Hablamos de deliberación. Hablamos de concertar la diferencia. Luce en primera instancia sencillo, sin embargo, la propuesta de Habermas dista de ser sencilla y nos plantea siempre la posibilidad de que en la búsqueda de diálogo se cuele cierta instrumentalidad o manipulación[16]. Habermas entra en conflicto con los posmodernos y su relatividad, pues relativizar cualquier discurso es permitir cualquier cosa, y cualquier cosa puede ir desde Khalil Gibran a Adolf Hitler, de Dostoievski al Che Guevara, de Feyerabend a Pol Pot. O correspondiendo a nuestro contexto específico: podemos permitir tanto a Renny Ottolina como a Pedro Carreño, a Augusto Mijares como a Norberto Ceresole, y pare usted de contar demás polos aparentemente irreconciliables. Parece entonces que la posmodernidad al carecer de una gran teoría unificada tiene una cierta ausencia de una ética mínima.

La razón comunicativa de Habermas va de la mano con el problema de la ética. Se busca el entendimiento, la construcción de un saber común con posibilidad de conclusiones diferentes[17]. En consonancia con esta razón comunicativa es significativo el trabajo de Antonio Pasquali, quien nos hablará de lo importante que es la noción de comunidad para el futuro de la comunicación. Nos dirá Pasquali que la comunicación es esencial para la convivencia entre comunes, sobre todo si entendemos a la comunicación como una categoría de relación por encima de la noción de proceso[18]. En esta relación lo verdaderamente importante es la retroalimentación y la reciprocidad, que se expresa en una manera ética de ver a la comunicación. El fin último de la comunicación para Habermas y Pasquali es entonces el de realizar un diálogo plenamente democrático. Siempre tomando en cuenta las posibles trampas de la relativización y de la manipulación generada por interpretaciones instrumentalistas.

Podríamos decir entonces, para concluir, que el mundo posmoderno se encuentra en una tensión –necesaria- con la postura deliberativa. Mientras que en la primera postura las viejas formas se han desmoronado y el individuo está a merced de un desarraigo hedonista producto de nuevas sensibilidades y de nuevos discursos[19], la segunda postura nos pone en perspectiva el problema que consideramos es vital para la discusión que hemos desarrollado: el problema de la democratización, tanto de la comunicación como de la interpretación.

El problema no está resulto. Lejos de estarlo, siguiendo a Colina, pareciera ser que aún nos mantenemos en firme tensión entre comunicación e incomunicación. Quizá también nos encontremos en tensiones similares si revisamos a cada autor. Estamos entre el consenso y el disenso, entre interpretaciones solidas e interpretaciones relativas, entre la unidireccionalidad y la reciprocidad, entre  la comodidad de la finitud de la comunicación y las innumerables posibilidades de aprehender lo que se comunica. En fin, nos encontramos en la tensión propia del mundo líquido: entre la comodidad de la seguridad y la complejidad de la libertad





[1] “(…)para nosotros, uno de los aspectos más reveladores que despierta Garfinkel, y seguramente antes de Garfinkel muchos otros, es que más que una sociología –la sociología- existen sociologías, así en plural.
Y si hay sociologías, (…) entonces hay diversas formas de dar cuenta, de explicar lo social, de comprender lo social y de actuar sobre lo social. Y si hay diversidad es porque ninguna sociología en particular –sea marxista humanista, marxista estructuralista, marxista leninista, estructural funcionalista, interaccionista simbólica, positivista, posmoderna, posestructuralista, fenomenológica, etc.- puede convencer a las demás de su verdad que, en otro decir sería, de su interpretación.” Seoane C., J. B. en Larrique, D. (2006): “La sociología como ciencia dadora de sentido” en 6 Ensayos de Teoría Social, página 62, Ediciones FaCES/UCV, Caracas. 
[2] Bauman, Z. (2008): Tiempos líquidos: Vivir en una época de incertidumbre, Tusquets Editores, México.
[3] Si bien Herbert Marcuse no es considerado un autor posmoderno en absoluto, podríamos decir que parte de sus análisis sirven de combustible para la gran mayoría de los autores que sí abrazaron y recrearon el discurso posmoderno. Su obra fundamental, donde trata el problema de lógica formal, El hombre unidimensional (1954), se pasea por el cierre que el mundo técnico ha impuesto sobre el individuo de la post-guerra. Nos dirá Marcuse: “Bajo el mando de la lógica formal, la noción del conflicto entre esencia y apariencia es desechable, si no carente de sentido; el contenido material es neutralizado; el principio de identidad se separa del principio de contradicción (las contradicciones son la culpa del pensamiento incorrecto); las causas finales son apartadas del orden lógico. Bien definidos en su alcance y su función, los conceptos se convierten en instrumentos de predicción y de control. La lógica formal es, así, el primer paso en el largo camino hacia el pensamiento científico; solo el primer paso, porque todavía se necesita un grado mucho más alto de abstracción y matematización para ajustar las formas de pensamiento a la racionalidad tecnológica.” Marcuse, H. (1969): El hombre unidimensional: Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, página 165, Editorial Seix Barral, Barcelona.
[4] Esquema muy parecido, por cierto, al esquema aristotélico: Qué-Quién-Qué, o en las palabras de Igor Colina: “Ya en el dominio de la filosofía, la apreciación aristotélica se refería al proceso de la comunicación en términos de la persona que habla, el discurso que pronuncia y la persona que escucha…”. Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 19, CDCH, UCV.
[5] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 20, CDCH, UCV.
[6] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 57, CDCH, UCV.
[7] Colina corresponde, a nuestro entender, al marxismo occidental de segunda generación si revisamos, al menos, el devenir teórico gran parte del siglo XX. Autores de la denominada Escuela de Frankfurt representan esta tendencia cuya principal característica es la de denunciar la atrocidad a la cual llevó la racionalidad instrumental a la sociedad industrial avanzada. Cada uno de estos autores ejerce su crítica desde distintos ángulos: Horkheimer desde la filosofía; Adorno desde la cultura; Marcuse desde la psicología y Habermas, en última instancia, desde la política. 
[8] “En la comunidad de las relaciones directas cara a cara, el reparto de los personajes se mantenía más o menos  estable. Por cierto que se registraban variaciones en virtud de los nacimientos y defunciones, pero no era fácil trasladarse de un pueblo a otro, y mucho menos rebasar la frontera de otro estado o país.” Gergen, K. (1991): El Yo Saturado: Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo, página 97,  Paidós, Nueva York.
[9] Gergen, K. (1991): El Yo Saturado: Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo, página 113, Paidos, Nueva York.
[10] Los grandes teóricos de la posmodernidad, al ser críticos de los grandes discursos, de los metarrelatos y de la Razón como proyecto ilustrado carecen de unión discursiva propositiva y de alguna gran teoría conjunta. Cada uno apunta direcciones diferentes sin dejar de lado la constante denuncia los viejos conceptos centrales de la modernidad: el sujeto, la Razón, la técnica, la política, el método, la Historia, revolución e ideología.
[11] “El momento denominado posmoderno coincidió con el movimiento de emancipación de los individuos respecto de los roles sociales y las autoridades institucionales tradicionales, respecto de las coacciones de afiliación y de los objetivos lejanos; fue inseparable de la instalación  de normas sociales más flexibles y heterogéneas y de la ampliación de la gama de opciones personales.” Lipovetsky, G. en Lipovetsky, G. y Charles, S. (2008): “Tiempo contra tiempo o la sociedad hipermoderna” en Los tiempos hipermodernos, página 67, Editorial Anagrama, Barcelona.
[12] “Menester es mencionar que la noción de texto hay que entenderla aquí de modo amplio. Esto es, el texto como objetivación de un sujeto, la materialización de una acción humana. Por ejemplo, son textos: los libros escritos, los jeroglíficos, las pinturas, esculturas, partituras, filmes, canciones, fotografías, mobiliarios, vestidos, herramientas, utensilios, y, en general, las acciones humanas. Son textos, en tanto y en cuanto, son materializaciones con sentido socialmente significativo proporcionado por un sujeto o actor.” Seoane C., J. B. en Larrique, D. (2006): “La sociología como ciencia dadora de sentido” en 6 Ensayos de Teoría Social, página 111, Ediciones FaCES/UCV, Caracas. 
[13] Desde la política y la democracia radical de Negri y Hardt, pasando por el problema epistémico y la decolonización del saber con Boaventura de Sousa Santos, yendo incluso a la filosofía y el problema de la distinción con Emmanuel Lévinas, entre otros.
[14] Dos trabajos elementales para entender el problema del disenso en la política: Martínez Oliveros, X. (2006): Variaciones sociológicas sobre lo político y la democracia, Ediciones FACES/UCV, Venezuela; Martínez Oliveros, X. (2001): Política para los nuevos tiempos: Una reflexión ético-política sobre la democracia, Fondo Editorial Tropykos, Venezuela.
[15] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 70, CDCH, UCV.
[16] Habermas nos planteará tres tipos de acción: la acción instrumental, que manipula; la acción estratégica, que influencia; y la acción comunicativa, que busca la deliberación y el acuerdo.  De las tres posiciones emanan posiciones éticas encontradas, sin embargo la propuesta del autor va del lado de la acción comunicativa, distando entonces del discurso posmoderno de la ambigüedad ante un proyecto y una gran teoría. Precisamente Habermas se mantiene como un autor que aún intenta salvar a la tan criticada razón moderna. Habermas, J. (2014): Teoría de la acción comunicativa, Editorial Trotta.
[17] Cisneros, J. (2002): El concepto de la comunicación, página 69, ÁMBITOS, Nº 7-8, 2º Semestre 2001 - 1er Semestre 2002, Link: http://www.aloj.us.es/grehcco/ambitos07-08/cisneros.pdf
[18] Pasquali, A. (2007): Comprender la comunicación, Editorial Gedisa, Barcelona.
[19] “Planteemos el problema: ¿qué fuerzas histórico-sociales son responsables del ocaso de las concepciones triunfalistas del futuro? Digámoslo claramente: ni los fracasos ni las catástrofes de la modernidad político-económica (las dos guerras mundiales, los totalitarismos, el Gulag, el Holocausto, las crisis del capitalismo, el abismo Norte-Sur) habrían podido nunca, por sí solos, causar la ruina de los «metarrelatos» si no hubieran aparecido masivamente nuevos sistemas de referencias para remodelar las mentalidades, para ofrecer nuevas perspectivas a la existencia. Las desilusiones y decepciones políticas no lo explican todo: ha habido al mismo tiempo pasiones nuevas, nuevos sueños, nuevas seducciones que se ejercen día tras día, sin letras mayúsculas, es verdad, pero omnipresentes y que afectan a la inmensa mayoría.” Lipovetsky, G. en Lipovetsky, G. y Charles, S. (2008): “Tiempo contra tiempo o la sociedad hipermoderna” en Los tiempos hipermodernos, página 62, Editorial Anagrama, Barcelona.