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domingo, 1 de abril de 2018

La estética de la incongruencia.


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No hace mucho tiempo estuve en un seminario. El mismo giraba en torno a la comprensión del fenómeno del racismo y la posibilidad de superarlo a través de la representación artística. La verdad es que el seminario fue bastante entretenido. Vimos videos musicales, escenas de una película estadounidense, leímos literatura infantil, entre otras exposiciones artísticas y culturales.

Los que me conocen saben que llevo algunos meses en Colombia, los que me conocen aún más saben que ese tiempo ha transcurrido en el Valle del Cauca. Una de las particularidades de la zona en la que me encuentro es el tema étnico[1]. La preponderancia y la separación estratificada de la sociedad entre indígenas, comunidades afros, mestizos y demás es algo que, al menos en mi burbuja caraqueña, nunca había visto en toda su complejidad.

Comento esto con doble intención: en primer lugar, revelar un ambiente de tensiones en el que el pensamiento sobre lo social pudiese tener muchísimo terreno, más aún en un país en pleno proceso de paz[2]. El tema me interesa, no para tomarlo como línea de investigación sino para ver las raíces de la cultura en la que me he desenvuelto en mi condición de hijo de colombianos. Dicho eso, y con esto empalmo mi segunda intención, he encontrado que mi interés no es compartido por las personas con las que me he rodeado. Con quienes he podido comentar la cuestión de manera holgada, y más allá de mis limitaciones al respecto, ha sido justamente con algunos compañeros de las etnias indígenas del Cauca. De resto, he percibido un desinterés muy particular.

La falta de interés la pude evidenciar justamente en el seminario al que asistí. Los ejemplos bajo los cuales evaluábamos el tema giraban en torno a reflexionar sobre la música pop estadounidense, la complejización de las actuaciones cinematográficas de Oprah Winfrey, entre otros. Al menos desde el ámbito académico no parecía una forma adecuada de atender el tema racial (si es que al menos ese fuese el propósito real). Y sí, el arte y la expresión artística globalizada cumplen como elementos justos y necesarios para la discusión; sin embargo, no deja de llamar la atención que en un seminario sobre racismo se saltara tan olímpicamente el tema sobre los grupos étnicos de Colombia y su situación en la actualidad.

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Llama la atención, pero no sorprende. La verdad sea dicha, esa misma tendencia la viví durante mis años de estudio en Venezuela. Aún cuando la sistemática violación de derechos humanos, la hiperinflación y la hambruna no habían ocupado seriamente nuestras mentes, aún cuando pensábamos que el sistema político pudiese ser flexible, aún cuando pensábamos que la posibilidad de una convivencia pacífica era “real”, muchos de los intereses teóricos y reales de las personas iban en contravía a lo que sucedía a nuestro alrededor.

En las ciencias sociales venezolanas, por ejemplo, podemos ver camadas de sociólogos expertos en temas que afectaban realidades ajenas a la nuestra. Especialistas de lo que sucedía en España, en Wall Street y la Franja de Gaza,  analistas en lecturas geopolíticas anti-sistémicas e indignadas que nunca pudieron ni quisieron visibilizar los entramados de corrupción del Estado venezolano. Muchos construyeron su objeto de estudio a partir de la fantasía, el fanatismo y la evasión. Ignoraban por conveniencia los ademanes y arbitrariedades del régimen.

Así, nuestros esfuerzos teóricos fueron encaminados a desentramar temas tales como la crítica de la sociedad capitalista, el proceso de reflexión decolonial de los últimos años, la teorización de la democracia como espacio del disenso, uno que otro retazo nietzscheano, pliegos posmodernos de izquierda y una que otra cosa rara, como por ejemplo el ecosocialismo o algo así como una lectura cercana al anarco-comunismo (cosa que aún sigo sin descifrar).

Sin embargo, y antes de que se me acuse de ser censor de la producción de conocimiento, no podemos soslayar ningún esfuerzo que se haga desde el pensamiento. Todo lo proveniente del adecuado trabajo de comprensión e interpretación de las realidades que vivimos debe ser rescatado, estudiado y puesto sobre evaluación crítica. Se puede hacer básicamente sociología sobre cualquier cosa, es una de las bondades de nuestra disciplina y de eso estamos al tanto.

De quiénes hablo en específico es de los interesados en la libertad y la justicia social, resoluciones de conflictos, situaciones de tensión social, defensa de derechos humanos y de autodeterminación, entre otras vertientes que se encargan de mirar problemas que lindan con los terrenos de la política, la economía, la historia, el derecho internacional y demás disciplinas que atañen al campo de lo público, lo comunitario y lo global.

Similar al caso del seminario de racismo al que asistí, muchas veces se puede observar en la lectura hegemónica que se forman a propósito de esos intereses que, cuando se intenta teorizar al respecto, se opera bajo la lógica de desvirtuar la realidad. Y antes de que se me acuse de viejo lector marxista, hago la aclaración: desvirtuar la realidad es no hacerle justicia a la vida en sus amplias dimensiones. Faltar a la verdad, en beneficio de una manipulación, es también desvirtuar la realidad.

Algunos ejemplos propios del caso colombiano podrían ser los siguientes: desvirtúa la realidad aquel que acusa a las etnias indígenas de fomentar la guerra en Colombia, así como desvirtúa la realidad el que asume que la lucha de la guerrilla nunca estuvo ligada con el narcotráfico, lo mismo que el que sigue sin identificar a los carteles de la droga, la mano invisible del paramilitarismo y al conservadurismo como los pilares que aún se benefician de la sangrienta disputa[3]. Para el caso venezolano serviría lo siguiente: desvirtúa la realidad quien habla de castrochavismo y no de socialismo real, desvirtúa la realidad quien resume los problemas del venezolano al rentismo petrolero. En ese sentido, desvirtuar la realidad es ser injusto con las vidas que analizamos. Y como de la vida y de lo humano, lo verdaderamente concreto, están llenos nuestros análisis, esto nos pone en un grave problema.

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Dicha injusticia deviene en un casi conveniente olvido de los demás factores que están en juego. Zonas olvidadas, amnesia selectiva, todo sobre la marcha en un proceso que pone las coordenadas de comprensión y entendimiento en lugares y discursos alterados o equivocados. Todo esto puede tener una doble causalidad: o la lectura equivocada o pasada de época por parte de quién investiga –producto a veces de las limitaciones de nuestra interpretación de la realidad– o el deliberado y planificado sostenimiento de la injusticia –producto, muchas veces, de intereses que se ocultan a nuestros ojos.

Que una persona haga una lectura equivocada de la realidad es algo que siempre sucede, el universo de complejidad y ebullición social hacen que todo sea sujeto a la prueba del tiempo, de los argumentos, de la pertinencia, entre otros. Nadie se salva de ese proceso, lo que hoy hagamos terminará en un simple testimonio de nuestro atino o nuestro desvarío. Al escribir sobre la sociedad estamos sujetos a esa doble hermenéutica de la que nos hablaba Anthony Giddens[4], que no es otra cosa que la lectura crítica que hacen los otros al respecto de nuestras elaboraciones teóricas, bien sea en beneficio de la verdad o la fundamentación ética de nuestras disciplinas. Sea como sea, nadie tiene la totalidad de la verdad del mundo como para plasmar un tratado que haga plena justicia a la vida que transcurre. Siempre habrán limitantes, de lo contrario no quedaría nada que reflexionar, nada que pensar, todo estaría ya formulado, ya esquematizado y elaborado para nosotros. Nuestra finitud es en ese sentido una bendición.

Dicho esto, vale la pena evaluar el otro caso. El deliberado y planificado sostenimiento de la injusticia no significa otra cosa más que la continua tergiversación de la realidad en beneficio de ciertos intereses. Ya lo hemos abordado someramente en otro escrito[5]. Se trata de esa interpretación que en lugar de utilizar el lenguaje para hacer justicia a las realidades que vivimos, lo que hace es sobre-complejizar lo comprendido, sea para confundir, sea para alterar el curso de las cosas, para relativizar los imperativos éticos en discusiones sobre lo público, o simplemente para justificar la continua pauperización de la vida y lo humano.

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La manipulación es el fin último, y entre eso y la simple e inocente finitud de nuestra interpretación sobre las cosas hay una larga y desoladora distancia. Cuando pienso en ese tipo de manipulaciones pienso en colegas que, siendo supuestos simpatizantes del feminismo y del movimiento LGTBI, apoyaron al gobierno de Venezuela, haciendo caso omiso a la notable y ya documentada homofobia oficialista[6]. En ese sentido, la radicalización de la teoría (que por suerte no significó la claudicación de las personas que en un impulso ajeno al poder siguieron y siguen formulando reflexiones necesarias al respecto) sirvió como chantaje para denunciar una cierta noción del occidente contemporáneo, noción que por cierto no se encontraba del todo en Venezuela[7]. Reflexión sobre lo inexistente, todo en aras de ubicarnos en problemas importantes pero sobredimensionados dadas las características. Era más sencillo, entonces, hablar sobre otras cosas, mirar hacia otro lugar, mientras nuestro país se caía en mil pedazos.

Así tenemos expertos sobre Foucault y su discusión en torno a la cárcel que desaparecieron al hacerse público el abrumador poder que ejerce el pranato[8] sobre la vida de los ciudadanos. También tenemos expertos en decolonialismo e indigenismo, defensores de la autodeterminación del gobierno de Nicolás Maduro, que callan ante la situación de los pueblos indígenas víctimas del gran negocio de supervivencia geopolítica que es el Arco Minero del Orinoco[9]. Haciéndose pasar por una suerte de posmodernidad negativa, algunas interpretaciones se montaron sobre la ola del anti-occidentalismo más contemporáneo tan sólo para retomar las banderas de algunas ortodoxias olvidadas.

Se podría hablar incluso de una estética de la incongruencia, una de las actitudes que sustenta esta desvirtuación de la realidad. Se trata de ese espíritu que consagra al discurso situado en otras latitudes, olvidando lo propio, omitiendo los errores de sus planteamientos, dejando la coherencia de lado, siempre valiéndose del enredo argumentativo para aglutinar cierto público entorno a la complicidad y la tontería. De esta forma, la estética de la incongruencia se hizo eco en las universidades y ahora encontramos cómo son perfectamente compaginables la democracia radical con el adiestramiento militar, el marxismo-leninismo con el budismo, el feminismo con el radicalismo islámico, el ímpetu ecologista con el avance del neo-estalinismo, la teoría de la liberación con nuestro creciente paramilitarismo endógeno, entre otros. Todo sirve para todo, más allá de que nada de lo que se diga tenga sentido argumentativo lógico: es su finalidad, la confusión y la manipulación son sus victorias personales. La verdad, la transparencia y la coherencia también flaquean en los días que corren. La estética de la incongruencia tiene como finalidad la continua desvirtuación de nuestras vidas.

En ese sentido se podría decir que, de los que se dedicaron a estudiar los conflictos y las tensiones sociales, pocos se dedicaron a la lectura rigurosa de lo que sucedía en el país. Vimos problemas en el capitalismo mundial mientras nuestro gobierno de hipotecaba el futuro de la nación en beneficio del gasto público y la compra de conciencias[10]. Se llegó a ver a la clase media venezolana como un problema por su continua resistencia y escasa voluntad de cohabitación con el chavismo, cuando la violencia de nuestros barrios hacía que nuestro índice de mortalidad fuese similar al de un país guerra[11]. Veíamos enemigos imaginarios en el neoliberalismo mientras la estatización rampante ya iba haciendo estragos en la economía nacional. En fin, los que eran o parecían ser nuevos elementos de la discusión sobre lo político, lo social y lo público devinieron en puntos distractores sobre lo que pasaba en el fondo de nuestra sociedad.

La crisis se vino cocinando a través de los años. Algunos advirtieron los riesgos de mantener una economía de mentira y avizoraron la creciente corrupción; no obstante, muy pocos alertaron sobre la situación de los derechos humanos que comenzaba a ser razón de preocupación internacional[12]. Aún así no pudimos prever la crisis. Irresponsablemente la gran mayoría hizo caso omiso: evadimos todo y miramos hacia otro lugar[13]. No fuimos rigurosos con lo que nos sucedía, la ola vino con toda su fuerza y hoy nos encontramos naufragando en un mar de explicaciones rebuscadas y, en su mayoría, desacertadas.

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No se trata, entonces, de censurar las distintas formas de pensar, por supuesto que no. Siempre será valioso ir a los distintos autores que han nutrido la contemporaneidad en diferentes lugares y circunstancias del mundo. Las diversas posiciones son dignas de la rigurosidad del trabajo crítico en tanto que pongan las cartas sobre la mesa y diluciden claramente de lo que tratan. La transparencia debe ser una constante en ese sentido, no podemos hacer teorías encriptadas ni interpretaciones del todo vale.

A pesar de ello, el ejercicio propuesto es el de discernir lo que puede ser una tendencia que responde al ocultamiento de la verdad y al encubrimiento de la injusticia. Ello puede devenir a la larga en una cuestión de vida o muerte. Creo que muchos de nosotros no dejamos de pensar en qué hubiese sido de Venezuela si hubiésemos prestado atención a quienes ya avizoraban la crisis, qué hubiese sucedido si nos hubiésemos enfocado en los sectores más vulnerables a tiempo y hubiésemos tenido una adecuada lectura de las verdaderas intenciones del régimen. La historia, a lo mejor, hubiese sido otra.
Pero como las ciencias sociales, ni sus allegadas, son cuestiones de superstición ni de buenos deseos, no queda otra opción sino tomar el testigo de las calamidades del mundo para así hacer el mínimo de esfuerzo de prever el surgimiento de situaciones críticas como la nuestra. En ese sentido vale la pena siempre rescatar lo que congrega por encima de lo que divide. Y lo que congrega debe hablar sobre lo común, sobre lo que vincula a los unos con los otros, sobre lo tangible y lo concreto.

Rescatar lo que congrega y lo propio problematiza la relación  de la interpretación (como conjetura de la realidad) con las condiciones concretas de las sociedades en las que vivimos. Pienso por ejemplo en el inicio de este escrito: el racismo y la situación de los derechos humanos de las etnias indígenas del Cauca. ¿La respuesta a ese problema se encontrará en la crítica a la cultura de masas? ¿Son los videos musicales y las películas estadounidenses la respuesta a una situación de histórica desigualdad? ¿Podemos abordar el tema sin adentrarnos a las tensiones reales de un país tan diverso? ¿Podemos siquiera concebir con rigurosidad el hablar sobre el racismo en Colombia sin tomar en cuenta que hablar de ello supone una situación de vida o muerte para las personas implicadas? Rescatar lo propio es también problematizar la tendencia de no mirar los problemas de frente. Utilizar categorías rebuscadas e idear entramados comprensivos que sólo sirven para distraer son también formas de desvirtuar la realidad. La estética de la incongruencia es la forma del pensamiento que se fundamenta, deliberadamente, en la imposibilidad de amalgamar las reflexiones del mundo con la vida humanamente concebible. El pensamiento así gestado opera únicamente desde la frivolidad y el engaño.

Como lo demuestra la historia reciente del mundo, lo sencillo es dividir y polarizar la sociedad. Lo complicado, verdaderamente complejo, es la concertación de diversos actores. Hacia ello podría apuntar las reflexiones sobre lo venezolano, colombiano y latinoamericano en general.
Esperemos que el tiempo y el pensamiento perdido por los unos sea el ejemplo necesario para los otros en sus intenciones de reconciliación. No perdamos más vidas por la injusta y arbitraria interpretación de la realidad. Por favor y gracias.



[1] “(…) la zona norte de Cauca que fue considerado el vórtice de la guerra contrainsurgente, hoy padece varios de los temores planteados ante un eventual proceso de paz con las Farc y con un ingrediente adicional: justo en ese territorio se concentran las dos minorías étnicas (indígenas y negros) que representan el 40 por ciento de toda la población caucana.” En: http://www.semana.com/nacion/articulo/asesinatos-y-amenazas-contra-lideres-sociales-guerrilleros-y-sus-familias-en-el-cauca/531976
[4] “Podemos aceptar que, lo mismo que en las ciencias naturales, en la sociología no hay observaciones o “datos” exentos de teoría; que  un esquema de “falsacionismo refinado” ofrece una aproximación inicial (pero no del todo adecuada) a los problemas de la verificabilidad; y que la aprehensión de una perspectiva teórica importante, o la medición entre tales perspectivas, prescindiendo de que se reserve el término “paradigma” a las ciencias naturales o se proceda de otro modo, son tareas hermenéuticas. Más allá de esto tenemos que abordar una serie de cuestiones que nacen de las profundas diferencias que separan las ciencias sociales de las naturales. La sociología, a diferencia de la ciencia natural, está en una relación de sujeto-sujeto con su “campo de estudio”; no en una relación de sujeto-objeto; se ocupa de un mundo preinterpretado, donde los sentidos elaborados por sujetos activos entran prácticamente en la constitución o producción real de ese mundo; por consiguiente, la construcción de la teoría social implica una hermenéutica doble que no tiene paralelo en ninguna parte…”. Giddens, A. 2012: Las nuevas reglas del método sociológico: Crítica positiva a de las sociologías comprensivas, páginas 187-188, Amorrortu Editores, Argentina.
[7] El dominio de la consigna anti-patriarcal, pasando muy por alto los estudios sobre matricentralidad y matrisocialidad desarrollados por autores como Alejandro Moreno O. y Samuel Hurtado, es elocuente. No hablamos de la inexistencia del patriarcado como genuina preocupación feminista; por el contrario, de ahí nacen parte de nuestras perspectivas al respecto de la familia popular venezolana, pues sin machismo es imposible pensar la dinámica de nuestra institución familiar. No obstante, es notorio que la interpretación feminista venezolana dominante de los últimos años evada este tema tan propio de nuestra identidad cultural. Este olvido, dentro de nuestra polarización política, no es azaroso: habla de la dinámica de los últimos años en la academia venezolana. Lo que venía de la oposición al pensamiento oficial era irrelevante, lo que no convenía a los fines retóricos de la revolución no debía ser ni ser mencionado. Sucedió en el feminismo, en la teoría económica, el discurso sobre la democracia y demás. En ese sentido, la polarización pareció  ser la piedra angular de nuestra propia versión de lo que hoy conocemos como posverdad, tema tan de moda en la actualidad que dice tanto y no dice nada a la vez.
[10]El epicentro del temblor está en la administración de Hugo Chávez y, desde 2013 de Nicolás Maduro, caracterizada por un incesante incremento del gasto como vía para mejorar la calidad de vida y alcanzar respaldo político a través de aumentos de salario, becas, expansión en el número de trabajadores públicos, pensionados y costosos subsidios.” En: http://www.eluniversal.com/economia/140622/el-descontrol-del-gasto-publico-evapora-el-valor-del-bolivar
[11]Los índices de muertes en episodios de violencia en Honduras (90,2 muertes violentas por cada 100.000 habitantes) y Venezuela (72,2) situaron a estos países en 2012 -año de referencia que se usa en el informe del PNUD- sólo por detrás de Siria, donde una guerra civil estalló el año anterior (2011).” En: http://www.eluniversal.com/noticias/politica/venezuela-esta-entre-los-paises-con-mayor-tasa-muertes-violentas_64443
[12] El caso de la jueza María Lourdes Afiuni es emblemático. El ruido, ya casi olvidado, alrededor de su injusto encarcelamiento fue denunciado incluso por el intelectual estadounidense Noam Chomsky, quien en su momento mostrara simpatías por el gobierno venezolano y luego se deslindara a causa de este hecho. En: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/12/111221_venezuela_jueza_afiuni_carta_chomsky_chavez_jp
[13] “Yo he preferido los dólares de CADIVI a que haya competencia económica: transigimos, y en esa transacción entregamos la libertad pero no obtuvimos ningún desarrollo. Y, en última instancia, de lo que se trata es que sólo la justicia va a ser posible donde hay libertad; pues el desarrollo del individuo está atado a su libertad y el individuo sólo puede ser responsable allí donde tiene libertad”. En: http://www.noticierodigital.com/2017/03/guillermo-tell-aveledo-es-un-espejismo-pensar-que-podemos-tener-desarrollo-sin-libertad/