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sábado, 1 de marzo de 2014

Mi particular 5 de marzo. Parte 4: Bienvenida realidad

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            Recuerdo el transcurso del diciembre del 2012 a marzo del 2013con imágenes de mi quehacer por aquellos días: revisaba todas las noches lo que publicaban Bocaranda, Marquina y Villegas desde sus cuentas de Twitter. No había claridad con respecto a lo que sucedía, el Ministro de Información no contaba la historia en su totalidad y a nosotros, los ciudadanos nos tocaba creer más a los informantes de Bocaranda que a la misma versión de la realidad que vendía el gobierno nacional. Tan así fue la situación que varios estudiantes entraron en huelga de hambre exigiendo el parte médico del presidente Chávez, puesto que el mismo no era visible a la mirada de los ciudadanos.
            No faltaba el día en que se dijera que Chávez había muerto. No falta el día en que Diosdado Cabello apareciera abrazado de Nicolás Maduro. No había día en el que los opositores más radicales asumieran que todo era un complot. La sociedad venezolana estaba disociada, paralizada. Y aún así encontramos siempre la manera de sobrellevar los días. Yo había vuelto de lleno a las actividades políticas de mi escuela y además había viajado a Puerto Ordaz, la ciudad de mi novia, para conocer a mis suegros en pleno carnaval.
            Aquellos días los recuerdo con gran felicidad pero plagados de gran incertidumbre. Nadie sabía con exactitud qué pasaba. Recuerdo que estando en Puerto Ordaz el gobierno nacional devaluó el bolívar  un día y al día siguiente mostró a la opinión pública unas fotos recientes donde aparecía el presidente Chávez con sus hijas, la foto supuestamente había sido tomada posterior a la operación a la que se había sometido. Todos se concentraron en las fotos del presidente y no en la devaluación. Todos concentrados en el carnaval y no en la devaluación. Así ha sido la política desde el 98, nos golpean con un mazo y luego nos regalan un globo para olvidar lo sucedido.


            Cuando regresé de Puerto Ordaz sucedió lo increíble: Chávez había llegado a Venezuela ¿Lo extraño? Nadie lo vio. El gobierno anuncio que en la madrugada de un día -que no recuerdo- el presidente Chávez había aterrizado en Venezuela para seguir su tratamiento en el país. Todos los venezolanos esperábamos ante aquel anuncio que el presidente Chávez regresara como el titán que parecía ser, victorioso y preparado para asumir la situación política nacional, que a principios del año 2013 no pintaba muy bien por los indicadores económicos. Eso pensamos en un principio hasta que por la opinión de varios especialistas en el tema de la salud nos dimos cuenta de que la situación de Chávez era realmente jodida. Si quedaba vivo asumiría una vida como la de Ozzy Osborne en la vejez. No podría ser el eje del mando que había sido hasta esta parte de la historia. Pero todo era una manipulación más. Nos daríamos cuenta el 5 de marzo de aquella patraña que nos vendió el chavismo.


Recuerdo aquella semana, la del 5 de marzo, muy ajetreada. Hubo reportes de saqueos inexistentes, de disturbios en el centro, hubo un suicida en el Centro Comercial Millenium, había un estado de locura que jamás había visto en mi vida. En mi mente por aquellos días recuerdo que pasó por mi cabeza el pensamiento de que el alma de Chávez estaba dejando esta tierra y que esto ocasionaba una suerte de cataclismo metafísico en nuestra nación. Fue un pensamiento irracional, pero como siempre lo irracional es lo más cercano al sentir venezolano.
Sé que ese 5 de marzo llegaba mi novia de Puerto Ordaz, desde hacía ya dos semanas estaba al tanto de esa información. Ella llegaba a las 2 de la tarde. Yo desperté tarde esa mañana, me bañé, me arreglé y salí al restaurant de mis padres para poder salir con todos los hierros a La Guaira. Al llegar al negocio pude notar que la gente estaba alebrestada, no entendía por qué; mi padre me dijo al llegar que parecía que ya Chávez había muerto y que iban a anunciarlo en ese preciso instante. Ante esa noticia no pude hacer más que mostrar mi incredulidad. Ya los rumores de su muerte eran el pan nuestro de cada día. Pero en efecto todo el gabinete chavista se encontraba reunido y en cadena, todos con caras muy largas. En ese momentáneo lapso pensé que en efecto era verdad la cuestión. No faltó sino que mi amigo Eduardo Lovera, que trabajaba para aquel entonces en NotiTweets, me llamara para avisarme que iban a informar sobre el deceso del presidente esa misma tarde.
Ante aquella urgencia y sin haberle comentado claramente a mis padres que iba a buscar a mi novia a Maiquetía me dispuse a salir. Estaba en la Av. Baralt, la gente estaba a la expectativa. Pasé por Miraflores y varios cuerpos de seguridad se agrupaban al frente del palacio de gobierno. En aquel viaje de 20 minutos a la Guaira pensé en demasiadas cosas ¿Qué pasaría si de verdad Chávez se hubiese muerto ya? ¿Cómo iba a subir a Caracas si estaba militarizada? Para mayor drama mi novia vivía en la Av. José Ángel Lamas, como a dos cuadras del Hospital Militar, donde se encontraba el presidente Chávez desde su llegada al país.
Fue la bajada más larga que hice hacía la Guaira. Al llegar al aeropuerto el vuelo reportaba una demora leve, durante el tiempo que esperaba llamé como 3 veces a mi amigo Eduardo para que me informara de que se decía. En su última llamada alegaba que nada sería anunciado ese día, que nada sucedería y que me tranquilizara porque que nada pasaría, lo único que resaltó de la cadena fue que Maduro expulsó a unos diplomáticos estadounidenses. Y así lo hice, me calmé. Mi novia llegó y nos montamos en el carro y comenzó nuestra subida Caracas. Cuando íbamos llegando a la ciudad pude notar que estaba medianamente despejado el oeste. Arribando a la Av. San Martín mi amigo me llama y me confirma la fatalidad que muchos hubiesen querido no oír durante esos cortos pero largos 3 meses.
El presidente Hugo Rafael Chávez Frías había muerto. Maduro, junto con el alto mando militar y con los cabezas del PSUV lo anunciaban a moco tendido en cadena nacional. Eso me decía mi amigo quien me llamaba justo cuando iba por la Plaza O’Leary. Aumenté la velocidad y llegué lo más rápido posible a la casa de mi novia. Bajé sus maletas y la dejé ahí, no sin antes ver la masa roja que se aglutinaba a lo lejos en el Hospital Militar. Entré en pánico. Apenas la dejé en su casa me dispuse a manejar lo más rápido posible a mi casa. 
            Pasé por varias esquinas, y la gente se amontonaba en donde hubiese televisión para ver a Maduro llorar por el anuncia que iba en curso. Cuando llegué el vigilante del edificio junto con un vecino de marcada tendencia oficialista veían la cadena que estaba culminando. Todos los que nos encontrábamos en aquella escena en la Planta Baja de mi edificio nos manteníamos con cara de estupefacción. No podíamos creer lo que veíamos. Había muerto el comandante. Había muerto el tirano. Había muerto Chávez. Bajé a mi puesto en el estacionamiento y me quedé ahí, un minuto, pasmado, con un dolor en el pecho y en la cabeza. Subí rápidamente al apartamento y al llegar oí a mi madre cantar ‘Todo tiene su final’. Las redes sociales estallaban. Mi padre no lo asimilaba. Mi madre y mi hermano tomaban de la botella de whisky que había esperado por 10 años por algún otro momento diferente a ese. Pero no importaba, la situación igual contaba como tal. Hugo Rafael Chávez Frías había dejado nuestro país después de 14 años de mando.



            Y fue justo en ese momento, en la noche, mientras leía las locuras y los desahogos cibernéticos, cuando se me vino el mundo abajo. Fue justo cuando regresé a aquella noche de 1998 cuando Chávez ganó. Aquel malestar que sentí cuando Capriles perdió. Esa sensación de vulnerabilidad que sentí de niño al ver a mi padre preocupado, no por su futuro, no por el de sus hijos, sino por el de nuestra nación. Venezuela.

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