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sábado, 25 de julio de 2015

Pensando a Caracas #2: La realidad y el reto.

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            Me gusta  cuando la ciudad luce así.

Tan silente que uno confunde su realidad con un cierto dejo de fragilidad. No es palpable dicha realidad y me conformo a veces con observar desde mi ventana. El aire es frío y las calles son ruinas.

Quizá suene fatalista, pero la Caracas de nuestra década es un ataúd esperando uso. Sus calles están a la expectativa del próximo acto. Una ejecución se avecina. Sus ciudadanos esperando el sonido del siguiente disparo. El carro que va apurado por la avenida hace la onomatopeya perfecta del ser humano que se rehúsa a ser presa de las estadísticas.

Si va a salir de noche tome sus previsiones. Si caminas solo en la calle no saques el teléfono. Ni se te ocurra mirar feo a nadie. No vayas a protestar cualquier atropello. Si la humanidad nos falla pues así-somos-qué-le-vamos-a-hacer. Activo en el metro, activo en la camioneta, activo en el concreto.

No vaya a ser usted la víctima ni vaya a mostrar temor. Es solo Caracas, la macabra.
           

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Crecer en Caracas ha supuesto un reto. Desde la niñez donde el oeste era mi parque de recreación hasta la actualidad donde el ensimismado retiro de la ciudad es la tendencia ante la abrazadora violencia. Una vez llegué a oír a un profesor decir que la inseguridad en la urbe aumentaba en la medida que los ciudadanos íbamos capitulando; mientras nos retirábamos de los espacios públicos poco a poco estos espacios fueron ocupados por la nada, el desdén y el azar.

            Abandonamos a Caracas a la suerte del vacío. La ciudad se avecina fragmentaria, aislada de sí misma y quebrada ante la irrupción del miedo. Lo único que da sentido a la ciudad son las vías de escape, las calles que prolongan ciegamente la vida y que querámoslo ver o no solo se asemejan entre sí durante la ceguera nocturna.

         Nuestra ciudad se hace uniforme de noche. Los largos pasos, el miedo ante las figuras nocturnas, la tensión al máximo al estruendoso ruido de una moto. Tenemos miedo a la ciudad vacía pues es lo único que nos representa en totalidad, lo único que agrupa a las personas, lo único a lo que nadie puede escapar.

         ¿Dónde está la gente? La élite ha abandonado a Caracas a su desorden. La ciudadanía está desaparecida del radar. El pueblo intenta sobrevivir, arañando de donde se pueda conseguir sustento, desplomándose ante lo que resuelva.

¿Dejaremos a la ciudad a la inmediatez? Huir ya no luce tan placentero. Evadir resulta culposo. Voltear a la mirada no lleva a ningún lugar. Nadie está a salvo, ni siquiera aquellos que se refugian en su melancolía o aquellos que portan silentes mascaras de complicidad.

Ni el más grande ruido, ni la mayor reclusión, ni la más grande de todas las creencias nos salvaran. Tenemos que hacer algo. ¿Qué será ese algo? Acudir al encuentro con los otros, unir las piezas del rompecabezas, encontrar lo que nos une, dar sentido a nuestro gentilicio.

¿Y quienes asumirán la tarea? Aquellos quienes no menosprecien a la ciudad, aquellos que recuerden de dónde venimos. Quizá, aquellos que decidan caminar esa delgada línea que al día de hoy se cierne tan fuertemente sobre nuestra realidad: decidir entre una inconforme y radical mirada hacia la vida o un frustrado pero complaciente silencio ante la ciudad macabra.


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Hacer que las piezas se unan. Hacer que las esquinas y sus nombres dialoguen y nos hablen de lo que somos. Caminar y caminar. Recorrer la ciudad, descubrirla. Ahogarnos en sus sublimes tramas. Que el entregarnos a la ciudad y su gente no suponga el encuentro con la fatalidad.

Que la vida nocturna sea espacio para la libertad ciudadana. Que la ciudad y sus senderos nos hagan encontrar los espacios perdidos. Que los causes por los cuales andamos se impregnen de sentido y de vida. Que el aislado este se una al bullicio del oeste. Que el Ávila ilumine con su verdor nuestros días hasta el fin de los tiempos.

Hacer a Caracas de sus ciudadanos no es tarea fácil. Pero es una tarea digna de ser asumida, con todas las consecuencias que pueda traer.


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-          Quiero hacer algo hoy.
-          ¿Pendiente de qué?
-          De salir a caminar, ¿activo?
-          ¿Tú eres loco Ramón?
-          ¿Por qué no?
-          Nos van a robar. ¿Quieres que te maten?
-          No quiero vivir recluido, no quiero perder mi juventud.
-          Ah, entonces quieres perder la vida.

-          No, tan solo quiero recuperarla…

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