-

[DESAPARECE AQUÍ]

viernes, 30 de septiembre de 2016

Anacronismos y comodidades.

                Nunca he sido un tipo patriotero. Tampoco creo que lo vaya a ser. Eso de ser hijo de inmigrantes hace que uno sea ciudadano de dos mundos: jamás ganado plenamente al país de origen ni del todo consciente del país que se vive. Es necesario traer a colación esta ambigüedad a la luz de los nacionalismos que se alzan a nivel global, que no son más que anacronismos políticos que van subiendo ante la innegable crisis de las democracias occidentales.

                Venezuela no es la excepción. No en vano vemos una gran masa de jóvenes en pleno año 2016 reuniéndose para añorar al dictador Marcos Pérez Jiménez, en aras de enaltecer a la Venezuela de la década de los 50s –que si algo de historia se sabe, no es más que la imagen de Caracas como perla del régimen en contraste con un país abrumado por la pobreza y el abandono.

                El neo-perezjimenismo se ha propuesto asumir una gran cantidad de consignas conservadoras, muchas de las cuales llegaron a servir como sostén ideológico a los totalitarismos más férreos que conociera el siglo XX. Tienen especial énfasis al referirse con reiteración hacia la problemática migratoria, en especial con aquellos que vienen de la misma latinoamericanidad. De igual forma tienen especial saña a la hora de evaluar cualquier posibilidad de disenso dentro de su ideario político: tanto la libertad del hombre, como el rescate  por la igualdad en la humanidad son credos anti-tradicionales, consignas ajenas al país que ellos intentan rescatar.

                Indagar en esa extraña noción de país que intentan salvar será cuestión de otra oportunidad. Lo que aquí intento hacer ver es cómo el arrojo hacia los nacionalismos no va siendo solo maña de los alemanes, austriacos o húngaros del siglo XXI. Por el contrario, estamos asistiendo a un desencantamiento globalizado de la idea de democracia y todo lo que ella representa. Similar al escenario que germinó al chavismo originario: la antipolítica es la bandera de muchos de estos nacionalistas, así como también de los otros grandes enemigos que ha tenido la democracia a lo largo de su existencia.

                Dicho esto quisiera comentar brevemente sobre el nuevo individuo político que ha surgido producto de este ambiente. Hablo de la persona que se asume más allá de la discusión política, que se asume con una suerte de superioridad buena onda que le permite desechar la urgencia de discutir los problemas que se viven diariamente. La gente cool que ha vivido, coexiste y convive con el chavismo y cualquier otra forma de negación de lo otro.

Son la clase de personas que ante la aparente inutilidad de la discusión política (ellos mismos son gestores de tal juicio) van formando su opinión desde la no-opinión: se arrojan voluntariamente a una postura donde para ellos –lectura ultra personalizada– las cosas no están tan mal ni son dignas de ser nombradas; todo en la medida de que la realidad otra, casi desconocida, voluntariamente ignorada, no se inmiscuya en su dinámica cotidiana. Todo arrojado al gusto y todo arrojado al momento. Grandes teóricos de la estética, terribles alcahuetes de los desmanes.

                Casi como los personajes de los que nos habla Tomás Straka en su ensayo “La larga tristeza” contenido en el libro La república fragmentada (2015). Son individuos que parecen accidentados al verse relacionados con su comunidad de sentido. Personas que en el cenit de la globalización eligen las posturas menos elaboradas, siempre enmarcadas en el camino de la comodidad política para así ejercer la antipolítica –sin importar que eso tenga implicaciones en la vida y los núcleos sociales de los que según ellos son unos pobres amargados.

Son estos personajes los que se enaltecen por estar fuera del país –al menos en un nivel de consciencia. Ellos, por encima de la accidentalidad de sus pares. Más allá de la vida miserable que para muchos (pero no para ellos) está siendo impuesta.

                Son casi el polo opuesto al nacionalismo anacrónico. Pues mientras el segundo se aferra al pasado inexistente, los chicos cool se arrojan a la nada promisoria. Lo que éstos parecen ignorar –de nuevo, voluntariamente– es que entre el inexistente pasado y la promisoria nada no existe una distancia tan larga ni una diferencia irreconciliable.

                Ambas posturas se dan la mano casi sin quererlo. Coquetean,  van haciendo su discurso desde las interpretaciones más cómodas que se puedan tener al respecto de nuestro país. Vamos desde el perezjimenista que exige que sea el barrio el que encienda a la nación en una rebelión que haga renacer al nuevo Marcos Evangelista o Hugo Rafael, hasta el chico cool que va viajando por todo el mundo argumentando que lo vivido en Venezuela no fue, ni ha sido, ni será una verdadera experiencia socialista.

                Los típicos tarados que en una seria indolencia social argumentan que no se van de Venezuela por la “supuesta” crisis que vivimos. Por el contrario, se van puesto así siempre lo quisieron, era una misión de vida. Es decir, estuvo entre ceja y ceja emigrar aún cuando la renta petrolera permitía subsidiar el disimulo más grande de nuestra historia.

Su verdad histórica bien podría ser que nunca han querido estar aquí. Quizás por eso han servido como claros interlocutores de la ideología chavista, con la práctica cuasi-delincuencial que emana desde el Estado como la negación definitiva de la deliberación y la interpretación crítica. Prefieren, casi en cuestión de un latido, hablar de la realidad externa, de cualquier proceso o personalidad política que se haya vuelto viral en su red social de predilección. Lo de afuera siempre más válido y menos ladilla que lo venezolano.

                Son las personas que, junto a la incapacidad de los demócratas, han permitido el ascenso de los fascismos, los socialismos reales y las dictaduras variopintas. Es la peor forma de imbuirse en lo político, en la nación y, en sí, en la vida. Pues la postura de la no-postura, la voluntad de no darse por enterados, deja a estas individualidades ante la terrible verdad de encontrarse como responsables de la fatalidad con la cual muchos se encuentran en los hospitales, en las calles y en sus propias casas.


                Cerremos esta descarga intentando no sucumbir jamás ante estas dos fuerzas. Y si en caso de que lo vayamos a hacer, intentemos que nuestras vidas estén a la altura. Procuremos, por la dignidad de los que eligen entre el avión y el ataúd, que seamos recordados con más pena que gloria... si es que acaso eso llega a significar algo para alguien en la tormenta que se aproxima.

martes, 23 de agosto de 2016

Caldera, Rafael Tomás. (2000): Nuevo mundo y mentalidad colonial, páginas 82-83, El Centauro ediciones, Caracas.

"En los grupos intelectuales o científicos se vive así de afiliaciones, de la pertenencia a determinada escuela o corriente. Ello tiene traducciones muy negativas en la práctica. Vamos de visita a un alto centro de matemáticas y encontramos a dos matemáticos, de buen prestigio, especializados en el algebra, trabajando en oficinas continuas. Hablamos con uno de ellos y, en el curso de la conversación, preguntamos ingenuamente acerca del trabajo del otro. Nos responde que, en realidad, no sabe qué hace porque –atención: eran las únicas dos personas allí que trabajaban en esa área del conocimiento matemático– están tan especializados que él tardaría como unos os años en ponerse al día para poder entender lo que ocupa a su vecino colega. Pero si dedicaba su tiempo a eso, se retrasaría en su investigación propia y dejaría de publicar. Uno podría preguntarse: ¿qué tiene de grave? Intrínsecamente, nada. La gravedad del asunto tiene que ver con la posibilidad de formar una comunidad científica en el país. Porque la dificultad estriba en que la acreditación de cada uno de ellos aquí depende de lo que publique allá. Y para publicar allá, ambos tienen que mantenerse en contacto, por ejemplo, con los grupos de trabajo de los lugares donde hicieron sus respectivos estudios de doctorado. Pero estaban trabajando juntos aquí. Me corrijo: juntos no, yuxtapuestos. ¿Puede construirse de esa manera una comunidad científica? Pareciera que no. Se trata de una formación como parasitaria. En términos de dinero, acaso resultaría más barato becar a todos nuestros científicos para que vivan en el extranjero, poniéndoles como condición el que cada vez que publiquen un artículo y ganen un premio, digan: “doy gracias a Venezuela, mi país de origen”. Su función sería quizás la misma y podrían trabajar con mayor comodidad y rendimiento.

¿Exagero? Digamos que hago una caricatura para subrayar el error de intentar construir una comunidad sin apropiarse del juicio que la sustenta: cuando la acreditación (de la cual depende el puesto mismo de trabajo) se hace pasando por el extranjero, no se puede tener una comunidad aquí porque hemos puesto fuera la regla de juicio y el juicio mismo. Desde luego, puede tratarse de un estudio específico cuya valoración exija el concurso de expertos que se hallan en otros lugares del planeta. La investigación ha sido siempre global, mucho antes de la globalización económica o de las telecomunicaciones. La cuestión es otra; el problema está en adoptar, como medida habitual del trabajo, la evaluación foránea. Si yo no puedo o no me atrevo a decir que Jesús Soto es bueno a menos que lo digan los franceses, no tengo el menor criterio de arte. Estaré repitiendo algo sin saber lo que digo; seré siempre un eco, lejano y apagado, de la metrópoli."