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sábado, 1 de junio de 2019

La muerte de Roberto.


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                Coño de la madre pana. No puede ser. ¿Será que esta vaina es lo que creo que es? Dicen que cuando a uno le que le da un dolor en el pecho y una mariquera rara en el brazo es porque viene un infarto. Coño, y yo que ando sin seguro ahora. Pelando de lo lindo.

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                Bueno Roberto, calmado papá. Tú sabes cómo es la vaina. Si te vas es como un macho pues, como un rey. Nada de estar lloriqueando o pensando que la gente se va a poner triste. Tuviste tu época, hiciste las lucas, le diste educación a las chamas y cogiste culito. No te puedes quejar.

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                Si tan sólo tuviese seguridad de que esta vaina es un infarto. Yo de lo que estaba enfermo era del pulmón, no entiendo esta vaina. No entiendo por qué me sale este dolor raro en el pecho con la vaina del brazo izquierdo. Yo tengo que vivir al menos 30 años más, así como el viejo Miguel Ángel, que todavía anda haciendo películas y grabando videos para esos grupos del este que le gusta a la gente de hoy en día.

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                Qué cagada. Uno ya todo viejo y acabado bailando al ritmo de una cuerda de maricones. ¿Qué vaina es esa? ¿Tú te acuerdas cómo era Miguel Ángel? No joda, todo un galán, un robo. Y ahora todo encorvado, arrugado y chocho bailándole a unos huevones ahí. Ese ridículo tampoco me cuadra.

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                Yo cuando estaba empezando quería ser como él. O como Guillermo. O como Yanis. Ese Yanis era sendo carajo. Un loco de carretera, eso sí, pero sendo tipo. ¿Cómo lo van a matar así? Tres puñaladas por querer defender a una gente ahí. Ese carajo estaba loco, pero tenía las bolas de acero. Yo varias veces me alebresté, varias veces reviré. Pana, pero apenas sentía el peligro de que alguien me sacara una navaja o una bicha, mierda, zape gato. Le tenía cague a la muerte. Ya no tanto.

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Cuando era chamo quería romper la liga. Quería ser así como Miguel Ángel, como Yanis. Un tipo afamado. Aparecer en una película de Román, en alguna obra de José Ignacio. Ah, José Ignacio. Tan agudo, tan especial. Un carajo demasiado inteligente. Sabía tanto que sabía a mierda, el huevón ese. O sea, mi familia era italiana, pues. Mi papá y mi mamá venían de una zona humilde de Italia, del viejo continente. Pero mierda pana, jamás fui tan acomplejado como José Ignacio. Un carajo afamado, todo el mundo le hala bolas ahorita, pero mierda, inmamable.

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Hoy en día todo el mundo lo recuerda con deferencia. El gran José Ignacio, el gran José Ignacio. No joda, uno partiéndose el culo y vienen a rendirle pleitesía al carajo ese. La vaina es tan lamentable. Uno lee la prensa hoy en día y hay como dos o tres columnistas en cada periódico que quiere hacerse pasar por él. Dígame el gordo marico de Leonardo, que hasta se hace desrizar el cabello para parecerse a Ignacio. Una cagada. Eso sí es dar lastima. Aunque bueno, entre bailarle a carajitos y plagiarle a un resentido, la verdad no sé qué es peor.

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Bueno papá, ya llamaste a emergencias. Relajado. Si te mueres pues te mueres cómodo. Qué chimbo lo que me está pasando. Ojalá no me cague encima. Yo, un carajo chévere, que le he caído a cuento a más de uno, ahora me caigo a cuento a mi mismo para no asustarme por mi muerte. Esta vaina está como para que alguien la grabe y haga un corto. Le voy a vender la idea a alguien. A lo mejor al loco de Diego, ese siempre ha sido todo rarito. A lo mejor le gusta la idea.

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Aunque ese Diego tiene más cuentos que la verga. Una vez como que mató a un carajito. Coño, yo le he caído a coñazos a los perros de mis chamas cuando se me cagaban en la alfombra, pero mierda, nunca mataría a nadie, nunca. ¿Te imaginas que le cuente a ese bicho mi idea y me venga a joder? No seas marico chico, produce tu vaina tú y ya. Cualquier vaina menos que te mate un bicho raro.

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De pana que qué cagada. Cómo me voy a estar muriendo así. Yo, todo populacho, todo buena vaina y me viene a pasar esto a mí. Coño de la madre, vale. ¿Será el karma de las cagadas que cometí en mi vida? Yo fui una buena persona. A lo mejor una mierda con las mujeres, pero coño pana, en éste país ¿quién no lo es? No jodí a nadie, ayudé a buscar a Jorge en La Guaira cuando la vaguada, he ayudado a salir adelante a un gentío. Cristo, así no, así no, por favor.

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Hasta me le reía los chistes al huevón de Daniel, que tenía a la mami de Chiqui de esposa. Todos pensábamos que la vaina era un acuerdo. ¿Cómo ese maracucho huevón va a casarse con ese mujerón? Hasta le grabaron la boda y la pasaron en Sábado Sensacional. No joda, yo me casé la primera vez casi que con unos pastelitos de carne, unos tequeños y un ron chimbo. La vaina estaba jodida en ese momento. No he sido pobre, en éste país nadie lo es, pero mierda, tampoco voy a gastar mucho dinero cuando sé que la vaina es una joda. Todo es una joda.

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Coño pana, la ambulancia nada que llega. En serio me voy a morir. Lo bueno es que esta vaina es para cagarse de la risa. Si sobrevivo le voy a dar la idea a Emilio, ese huevón siempre echa broma como es. Tiene de amigo al tarado de Laureano, pero bueno pana, nadie es perfecto, todos tenemos derecho a uno o dos amigos maricos en la vida. Yo tenía de amigo a Jorge y ese sí era un tipazo. El verdadero duro de la comedia venezolana. No joda, y uno hoy en día calándose el humor de estos huevones que salen en youtube y en la otra red social de foticos. O sea, yo también soy del Este pues, pero no soy tan intenso como esos carajos. Qué mojoneada es la gente, vale.

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Bueno, definitivamente me voy para la mierda. La ambulancia no llega, el dolor aumenta y ya no siento las piernas. Mis chamas ya están grandecitas. Mi mujer, la de verdad, tiene como 10 años que no me habla. Mis papás en el cielo y yo voy derechito pal infierno. Bueno, tampoco tan negativo. Hay que aceptar la vaina deportivamente. Al menos morir con dignidad. Dignidad, no joda, la vaina que más escasea en esta mierda. Yo más o menos me acuerdo de cuando esta vaina se echó a perder. Todos montamos negocio en Miami, todos nos volvimos pantalleros y listo, a comer mierda con esta parranda de coños de madre que nos gobiernan. Qué desgracia.

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Si no me muero entonces la vaina es que me volví loco y coño, qué cague compadre. Como Chirinos pero sin matar ni violar a nadie. De Italia y Venezuela pal cielo. Nunca volví a la tierra de mis padres y dejo mi país hecho un desastre. Qué irresponsables fuimos. Dios perdóname. No quise joder  a nadie. Me muero y estos hijos de la gran puta siguen en el poder. Volvieron el país un coleto pero bueno, eso era lo que queríamos. José Ignacio, Yanis, incluso yo vale. Yo ayudé a que esto se jodiera. Todos ayudamos. Qué vergüenza. Pero ya no hay marcha atrás. San Pedro, no me jodas pana, yo siempre fui a misa. Merezco una vaina diferente sabes, porque coño después de todo un actor merece un buen trato alguna vez en la vida.

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                Tuve que haber hecho como Franklin. Ese se fue y no se devolvió. A mí en cambio me dio culillo. Cómo iba a dejar mi país, cómo iba a dejar esta vaina tan sabrosa. La playita, la cosa. Hasta el viejo Eladio está pelando bola. Qué será peor, vivir del recuerdo o constantemente exponerte a la humillación. Ya nadie vive de la decencia en esta vaina. El otro día iba por la calle y nadie me reconoció. Me quedé pegado con la actuación vale. Quizás me tuve que poner a hacer radio, eso es lo que da billete hoy en día, mira al viejo Cesar Miguel. No importa si eres un tarado o un pobre huevón pues, la gente te vanagloria por ahí. Sabes, justo lo que me hace falta, madrugar para hacerle cuñas a las verdaderas lacras de este país. La clase política-empresarial. Ja-ja-ja. No me jodas.

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Me morí y nunca hice una sección de comedia. Stand-up comedy le llaman hoy en día. Bueno, qué tanto, igual mi vida siempre fue un chiste. Una joda. Y una buena, por cierto.

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Fui un buen venezolano, igual que todos los demás. ¿No?

miércoles, 6 de marzo de 2019

A Nicolás, in memoriam.


(…) pero todos sentimos una vaga nostalgia de ser así como él,
 tan valientes para echar sobre lo ridículo de la existencia
un noble manto de sinceridad.
José Rafael Pocaterra.

El día domingo 17 de febrero del año 2019 murió Nicolás Toledo Alemán. Escribo estas palabras y aún me cuesta asimilar la noticia. Supe hace algún tiempo atrás que luchaba contra una enfermedad que pensé que superaría, contra un cáncer que en definidas cuentas se lo terminó llevando. Nicolás, al igual que unos cuantos profesores de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela, marcó mi carrera profesional de una manera que quizás él no supo, que quizás nunca se la hice saber.

En el dolor de no saber afrontar el hecho de su pérdida física, escribo estas palabras que intentan lidiar con su muerte y con la vida que deja tras de sí. Recuerdo que vi una sola asignatura con él, algo relacionado con herramientas de investigación referidas al plano organizacional. Honestamente, he de confesarlo hoy, vi esa materia más por él que por la materia en sí. Nicolás era una leyenda en los pasillos de sociología. Miembro de la juventud del MAS de los 70s, representante estudiantil al Consejo de Escuela durante la reforma del pensum más determinante de nuestra escuela, preparador y casi protegido de Jeannette Abouhamad, cuasi-fundador y vicepresidente de Consultores 21 y pare de contar. Nicolás era, sin lugar a dudas, un profesor por el que tenía que pasar durante mi formación. Sin embargo, los recuerdos y los aprendizajes que más marcaron mi relación con Nicolás giraron en torno siempre a las historias que me contaba fuera de clase, nunca a lo dispuesto en el plan de estudio de la asignatura. De aquellas charlas recuerdo su alegría a la hora de hablar de la Venezuela que ni yo ni los de mi generación conocimos, una que otra historia de sus viajes por el mundo y enseñanzas que, hoy lo pienso, iban destinadas a mostrarme la posibilidad de pensar verdaderamente el país y mi vida profesional. La clase que vi con él fue importante, pero más importante fueron las charlas anteriores y posteriores a la clase, la amistad que ahí surgió.

Supe de su vida, de su admiración por Louis Althusser y Nicos Poulantzas, de sus andanzas en Francia, de su frustrado intento de doctorarse en el CENDES bajo la dirección de José Agustin Silva Michelena, de los primeros años en Consultores 21, de las interminables historias al respecto de la vida universitaria y aquellos años en los que la vida no era sino un hermoso reto.

Su vida además transcurrió en el auge y debacle de nuestro país. Ante esa circunstancia Nicolás siempre se mostró crítico, siempre conservó el talante moral y ético de quien no sucumbe ante las garras del poder. Muchas veces he hablado con amigos y conocidos sobre el lamentable papel que han jugado los sociólogos en la dictadura venezolana. Así como se resaltan a los Damiani, Lucena y Jaua de nuestra escuela también conviene resaltar a los profesores que, como Nicolás, jamás entregaron una pizca de su integridad ante los avances del autoritarismo. Profesores muchos que aún siguen en nuestros pasillos y en nuestras aulas dejando la vida por un trabajo que parece muchas veces ingrato, pero que nunca será innecesario.

Quizás ese sea el único dolor que siento en este momento. A sabiendas de su enfermedad, no fui capaz de escribirle a Nicolás. Fue difícil afrontar para mí aquella conversación, aquella oportunidad de contarnos cómo estábamos viviendo nuestros respectivos trances fuera de nuestro país. La conversación ahora quedará suspendida hasta que lo vuelva a ver en otro plano. Mientras tanto, el no haber hablado con él por una última vez será un peso que llevaré conmigo toda la vida.

Eso ha de ser lo último que nos deja Nicolás. La enseñanza final. Hacerles saber a los que aún tenemos entre nosotros lo mucho que los queremos, reconocer la guía mientras haya aliento, aprender de los maestros que nos regala la vida, nunca perder la oportunidad de comunicarnos, nunca ver como innecesario el tacto y el contacto en esta calamitosa situación. Aprender, aprender y aprender… y claro, dejar tras de nosotros el sincero afecto de la amistad que nunca muere ni se olvida.

Esperemos entender algo de esto. Una última lección del maestro.