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Miré
a la ventana muchas veces, quizá veinte a lo largo de la noche. No veía más que
oscuridad. Oscuridad y profundidad en las calles de Caracas. Decidí apagar mi
computadora. Decidí encerrarme en mi cuarto. Quise comprender el dolor que me
aquejaba. El malestar era tremendo. Lo he podido relacionar con la noche del
98’. Lo he podido relacionar a cuando era niño y mi madre me regañaba por no
hacer mi tarea. Quizá era eso. Sentía que el país me reclamaba por no cumplir
mi tarea. Venezuela quedaba a merced de militares y hampones. Esta era la patria
que estaba dejando a mis inexistentes hijos. Era esta barbarie de 14 años en la
que me había me criado lo que me aquejaba.
Lloré
lo que no había llorado en el 98’, lloré lo que no había llorado el 7 de
octubre. Lloré por mis amigos, por mis padres, por mi hermano. No comprendía
por qué permitimos que nuestro país llegara a este punto donde todo se veía
definido por lo incierto. Una muerte sacudía a Latinoamerica. Una muerte hacía
llorar a miles, a amantes y detractores. Todos sentíamos un vacío. Era
inseguridad, era felicidad, era desolación, era vaciedad.
Era
la frustración, de querer saber algo y de obtener solo sobras. Nos quisimos
sentir importantes en un momento donde toda sensación de humanidad era sinónimo
ineludible de vulnerabilidad. El odio y el amor nos hacen así, perdemos el
sentido de las cosas por las emociones que se desbordan. A veces quisiera que
mi país y su gente me dejaran de importar, quisiera no haberme sentido así.
Quisiera volver a la noche del 98 y preguntarle a mi padre que me deparaba,
pero ni él ni nadie sabrán qué pasó con nuestros últimos años.
La
violencia es nuestra manera de entender la vida. La vida a su vez es tan
insignificante como las marcas en la arena que dejamos a merced de la ola.
Parecemos ser así, inamovibles hasta que no hay de donde sostenerse. Ni la
academia nos puede salvar de esta inestabilidad. Hablamos de un país donde
política, economía y moral son nociones oxidadas. Algunos creen en el
agotamiento, yo solo veo flojera. Y lo que venía era peor.
He
visto al futuro manifestarse en mis sueños. Veo a hermanos de un mismo país
dañándose, hiriéndose. Veo cúpulas luchar por poder. Veo familias abatidas por
la pérdida de sus amados. Veo el silencio como herencia de la intolerancia. No
veo salida, no veo ningún camino, no veo ninguna patria, no veo nada. Tengo una
ceguera tan aguda que tan solo desearía ver un rayo de luz que de esperanza a
este océano de desesperación. Sigo viendo a muchos llorando en la oscuridad de
sus huecos. Y sí, llorar en silencio se nos ha hecho rutina.
¿Cómo
no llorar si el futuro lucía más obscuro que de costumbre? ¿Cómo no reflexionar
sobre la vida cuando una muerte afecta a miles? ¿Cómo no sentirme mal si a las
puertas del futuro se asomaba un escenario nuevo? Pues era así, primera vez en
14 años que conoceríamos a otro presidente. Era un cambio radical para quienes
nos criamos con el chavismo. Como diría Zygmunt Bauman, la incertidumbre era la
gran certeza, en el caso especifico de Venezuela.
Todos
nos detuvimos en seco, todos rogamos por qué el futuro sonriera a Venezuela.
Aquella noche, todos pensamos en nuestro país. Como desearía que todas las
noches significasen el mismo arrojo por la patria. El mismo pensar en la
nación. El mismo soñar una estabilidad. Pero no, la realidad rara vez pide
cosas prestadas a los sueños. Y es una
gran contradicción ¿Pues qué país puede ser tan o más irracional que Venezuela?
Aquella noche todos fuimos verdaderos venezolanos, deseando lo que nos era
imposible mientras despreciábamos el estado actual de las cosas.
Es
así, es Venezuela, es el gran dolor de pecho que sentimos todos sus ciudadanos
en épocas de incertidumbre. Es la irracionalidad que acompaña el dolor de un
padre. Es el recordar a nuestro amigo de la infancia que perdimos. Es el entrar
en la universidad con la esperanza de hacer el cambio. Es el amar y odiar a los
compañeros de uno. Es la botella de whisky que esperábamos abrir justo en el
momento y en el instante que nunca llegó, pero que, aún así, bebimos cuando nos
provocó. Es el gran intento por comprender a una sociedad que es
incomprensible, inentendíble, inexplicable y aún así perfecta.
Yo no sé mucho de mi país. Ya no se me ocurre que más escribir. Son tiempos de incertidumbre. Son épocas oscuras las que vive nuestra nación. Pero estoy seguro de algo, de todo esto saldremos fortalecidos como la nación que merecemos ser. Veremos días de gloria volver a nuestro país. Podremos criar a nuestros hijos, ondear la bandera y decir orgullosos que somos venezolanos y que pudimos superar la tempestad que hoy nos golpea.
Y eso es tan irracional como… ¿mi país?
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