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jueves, 19 de noviembre de 2015

Fear Of a Blank Planet.

  "Las cenizas caían sobre todo y entre ecos. Espolvorearon las tumbas de sus padres y por fin entraron en el frío mundo de los muertos donde lloraron por los niños de pie en el cementerio y luego en algún lugar al final del Pacífico –después de susurrar por las páginas de este libro, esparciéndose sobre las palabras y creando otras nuevas- comenzaron a salir del texto, a perderse fuera de mi alcance, y luego se desvanecieron y el sol cambió de posición y el mundo se balanceó y luego siguió su camino y, aunque todo había terminado, 
se había concebido algo nuevo." 
                      (Ellis, Bret Easton. Lunar Park. Página 379. Mondadori. 2006)



Cuenta la leyenda que Steven Wilson, vocalista y compositor de Porcupine Tree, quedó conmovido al leer el final de la novela Lunar Park (2005) del aclamado escritor estadounidense Bret Easton Ellis. Importante hacer la aclaratoria: fue la lectura del último capítulo de tan extraña obra fue la que conmovió al cantautor, no la obra como un todo.

Eso en la medida de que la novela es extraña si la fijamos en las coordenadas del resto de la obra de Ellis. Uno puede ver cierta secuencia temática en Less Than Zero (1985), Rules of Attraction (1987), American Psycho (1991) y Glamourama (1998). Los puntos que a nuestro entender son nodales en la obra de Bret Easton Ellis son sencillos: la desintegración de la sociedad, la depresión y la paranoia, el individuo sometido por la industria comercial/mundo corporativo, la vanidad como medio de apropiación de un mundo donde las reglas de juego son fijadas por lo más trendy, entre otros varios.

En Lunar Park, como ya hemos dicho, hay una cierta extrañeza con respecto al resto de la obra de Ellis. De inicio no hay una trama fijada en sujetos ficticios sino todo lo contrario y parte de lo mismo (vaya enredo): de arranque la novela pretende ser la autobiografía de una vida que no le pertenece al autor. Es una autobiografía que no escapa a la intención de Ellis de ridiculizar, satirizar y criticar gran parte de la sociedad globalizada. No en vano Bret Easton Ellis es considerado como uno de los autores fundacionales de la posmodernidad en la narrativa estadounidense junto con Chuck Palahniuk y otros más.

No hay que olvidar que Ellis viene de la Generación X, generación que al menos en el plano musical es identificada con el Grunge de Seattle, pero también con todo el sin fin de grupos musicales que, durante los noventas, se arroparon bajo el titulo de Música Alternativa. Básicamente todo este movimiento tiene su sentido en el no querer integrar  y no querer legitimar parte de las tendencias de la década de los 80s. Lo alternativo es tomado entonces como otra manera de ser-hacer-conocer, distinto a lo que la sociedad de consumo había establecido en su momento.

Básicamente la Generación X no quiere pertenecer y muestra gran inconformidad. Todo lo que huela a industria, a comercialización, a dinero fácil, o, entiéndase, al sueño americano resulta altamente sospechoso. De esa suerte de credo existencial viene Bret Easton Ellis y eso se manifiesta en gran parte de sus obras. En casi todas menos en Lunar Park, donde intenta mofarse de sí mismo, de sus amigos, de sus amante ficticia, de su hermoso hogar que, venido a menos por una presencia del más allá, no resulta ser más que otra falsa pretensión de una familia a la que no quiso, no quiere, ni querrá pertenecer.

Uno podría entonces preguntarse sobre cómo Steven Wilson fue inspirado en esta novela. Ya lo adelantamos más arriba: el último capítulo de la misma impactó al escritor. Creemos que no tanto por el mensaje, que no es más que el cierre de su trágica e irrealista vida ficticia, sino por la estética del autor. Una estética que retrae al lector a algo que se pasa muchas veces por alto: la relación de Bret con sus hijos, o mejor dicho, la imagen de los hijos de Bret en la novela.

Son unos niños que, al igual que los demás niños del suburbio, son apáticos, carentes de interés por lo que les rodea, con una cierta indiferencia instaurada en su actitud y con un conflicto de emociones extraño para tan temprana edad. Pues lo preocupante, y he ahí lo verdaderamente oscuro de este relato, es que Robby y Sarah –el nombre de los niños en la historia- no cuentan con más de 11 años. Aún y con tan corta edad ambos son sometidos a consultas psiquiátricas, ambos son medicados y ambos son sometidos a lidiar con los problemas de la relación de sus padres.

En varias entrevistas Steven Wilson ha destacado que Fear Of A Blank Planet (2007) está altamente influenciado por el cierre de Lunar Park así como también por los niños de nuestros días; es suerte de fucked-up kids que al día de hoy crecen en el mundo y que no se ven representados ni por la Generación X. Niños que crecen con desordenes alimenticios, con altos índices de depresión, niños medicados, dopados ante su incapacidad para lidiar con el mundo.

Adentrándonos al lenguaje sociológico podría ser que dicha generación haya sufrido lo que Max Weber hacia el comienzo del Siglo XX predijera como un mundo vaciado de sentido. Un mundo altamente racionalizado, una jaula de hierro que no hace más que desencantar al hombre y lo hace, siguiendo a Simmel, ser solo una cantidad despreciable dentro de todo el aparataje moderno. Ese diagnóstico que históricamente se nos hace tan lejano, dentro de lo vivencial surge como una realidad tan cruda que es imposible obviarla.

Desde la otra acera podemos tener algún tipo de argumento que vaya a contracorriente del presentado por Max Weber. Tenemos por ejemplo a Michel Maffesoli, quien nos habla de un reencantamiento del mundo a partir de una suerte de sociabilidad tribal, donde el sujeto abandona la polis, a la modernidad imperante para redescubrirse en una nueva trama de sensibilidades. Sensibilidades que en contraste con la racionalidad moderna dan un nuevo sentido a la vida.

Mientras que Weber fue altamente pesimista Maffesoli nos resulta, incluso hasta cierto punto, un testarudo optimista. Si le preguntásemos a Weber, en un gran ejercicio de abstracción, qué fue de la vida de todos los niños de la novela de Bret Easton Ellis seguramente respondería que dicha generación podría encontrarse, si es que no lo está ya, a la víspera de sumergirse en el mundo laboral. También podría estar actualmente lidiando con la depresión que el mundo parece ser incapaz de arrebatarle. Una generación que con problemas heredados se adentrará a lo profundo de esa férrea envoltura –o llamémosla simplemente Jaula de Hierro- que es la vida en la sociedad moderna.

¿Y qué diría Maffesoli? Que seguramente en el camino de la sociedad posmoderna han encontrado esa racionalidad sensible, ese reencantamiento del mundo. Han encontrado una nueva forma de vivir la vida, externa a toda relación con el occidente instrumentalizado. Difícil es negar que Maffesoli tiene una media verdad entre manos; como ejemplo basta ver que en el gran conglomerado de los combatientes del Estado Islámico no solo la gran mayoría tiene edades que oscilan entre los 25 y 20 años sino, además, que gran parte de estos jóvenes vienen de los dos centros históricos de la modernidad europea: Gran Bretaña y Francia respectivamente.

Puede ser entonces que la construcción, a sangre y fe, de un Califato en el inicio del Siglo XXI responda a ese reencantamiento del mundo. Puede que el occidente moderno y racional no tenga respuesta a las inquietudes de los jóvenes y los mismos en busca de alguna respuesta o sentido para sus vidas se hayan convertido en los yihadistas de nuestro tiempo.

 Son simples argumentos y pensamientos que traemos a colación ¿Qué habrá sido de la vida de los niños que para aquel 2005 nos describió Bret Easton Ellis? ¿Dónde estará la tan agobiada infancia a los que fue dedicado el CD Fear Of A Blank Planet? Nuestra honesta opinión es que dicha generación se encuentra aún intentando descifrar la complejidad y la diversidad de un mundo incierto y muchas veces arbitrario.

Entre tanto de nuestra parte queda rendir homenaje a ese CD  que para 2007 pudo describir y comprender tan adecuadamente el sentir de una generación a la cual el escritor de estas breves reflexiones cree pertenecer…

(https://www.youtube.com/watch?v=E8tgLNgXCLA&list=PLEkPQ7OdZG6ct_Besv0LR2CqumEE0TjiB)


Temor a un planeta vacío

Un rayo de luz se asoma en la niebla.
No hay huecos en la ventana para dejarlo entrar.
La cama no está hecha, la música sigue sonando.

La TV, si, siempre está prendida.
Un parpadeo en la pantalla.
Un actor de cine grita.
Estoy tripeando en la mierda, dejando que fluya.

Estoy drogado, en el centro comercial de nuevo.
Terminalmente aburrido.
Deambulando entre las tiendas.
Robar se volvió cosa del año pasado.

X-BOX es un dios para mí.
Mi dedo en el botón.
Mi madre es una perra.
Mi padre se cansó de intentar hablar conmigo.

No trates de comprometerme.
El más vago de los desprecios.
La prescripción de drogas.
Jamás conseguirás
A la persona interna.

Mi cara es de Mogadon[1].
La curiosidad ha cesado en mí.
Estoy sintonizando sus ojos.
Las pastillas van en ascenso.

¿Cómo puedo estar seguro de estar aquí?
Las pastillas que he estado tomado me confunden.
Necesito saber si alguien los ve.
No hay nada más para terminar aquí.

Estoy cansado de la pornografía.
La actuación es aburrida.
La acción es monótona.
Explicitamente nula.
Anulada excitación.

Tu boca debería ser sellada.
Hablando todo el día
Sin nada que decir
Tus  superficiales proclamaciones.
Todo en desinformación.

Mi amigo dice que se quiere morir.
Está en un grupo.
Suenan a Pearl Jam.
Las ropas son negras.
La música es una mierda.

En el colegio no me concentro.
El sexo es medio divertido.
Pero es solo otra de las vacías maneras de usar el día.

¿Cómo puedo estar seguro de estar aquí?
Las pastillas que he tomado me confunden.
Necesito saber si alguien los ve.
No hay nada más para terminar aquí.

Desorden bipolar.
No puedo lidiar con el aburrimiento.
Desorden bipolar.
No puedo lidiar con el aburrimiento.

No intentas ni sientas como si no te importara.
No sientes el sol.
Robaste un arma, para matar tiempo.

Algún lugar del cual sepas, no te importa.
Atrapa la brisa. Aún calma.
Así que a ningún lugar…



Mis cenizas

Todas las cosas que necesitaba…
He gastado mis oportunidades.
Me he encontrado deseando.

Cuando una madre y un padre
Me dieron sus problemas
Los acepté todos.

Nunca esperaba nada.
Fui rechazado.
Pero regresé por más.

Y mis cenizas se esparcen entre un cielo plateado
Donde un niño maneja una bicicleta, y nunca sonríe.

Y mis cenizas caen sobre las cosas que dijimos,
Sobre una caja de fotografías debajo de la cama.

Me mantendré en mi propio mundo.
Debajo de las cubiertas.
Me sentiré seguro adentro.

Un beso que me quemará.
Me curará de soñar.
Siempre estaba regresando...

Y mis cenizas encuentran un camino más allá de la niebla
Y regresan para salvar al niño que olvidé…

Y mis cenizas se desvanecen entre las cosas no vistas.
Y un sueño suena al reverso en las teclas del piano.

Y mis cenizas se derraman en un parque en Gales.
Un sinfín de nubes de lluvia y navego  a la distancia… navego.



Anestesiar

Una buena de impresión de mí, sin mucho que ocultar.
No estoy diciendo nada, pero no digo nada con sentimiento.

Simplemente no estoy aquí.
No hay manera de que me calle.
Sé feliz.
Deja de quejarte, por favor.

Y gracias a quienes somos
Reaccionamos en disimulada sorpresa.
La maldición del “debe haber más”.
Así que no respires aquí.
No dejes tus maletas.

Simplemente no estoy aquí
No hay manera de que me calle.
Sé feliz,
Deja de quejarte por favor.

El polvo de mi alma me hace sentir el peso en mis piernas.
Mi cabeza en las nubes y yo estoy pegado.
Estoy viendo TV y encuentro difícil mantenerme consciente.
Estoy totalmente aburrido pero no puedo desconectarme.

Solo la apatía, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Electricidad, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Solo MTV y pseudofilosofía.

Estamos perdidos en el centro comercial,
deambulando entre las tiendas como zombies.
¿Cuál es el punto?, ¿qué puede comprar el dinero?

Mi mano en la pistola.
He encontrado ira; Dios me tienta.
¿Qué dijiste?
Pienso que me desmayo.

Solo la apatía, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Electricidad, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Solo MTV y pseudofilosofía.

Solo la apatía, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Electricidad, de las pastillas en mí.
Está todo en mí, está todo en ti.
Solo MTV y pseudofilosofía.

Fue tan cálido aquel día.
Conté las olas
Mientras rompían con la arena.

El agua tan cálida aquel día.
Estuve contando las olas.
Y seguí su corta vida, mientras rompían en la costa.
Pude verte, pero no pude escucharte.

Estuviste sosteniendo tu sombrero en la brisa.
Alejándote de mí.
En ese momento fuiste robada…
Solo hay luto a lo largo del sol.

Fue tan cálido aquel día.
Conté las olas
Mientras rompían con la arena.



Sentimental

Nunca quiero ser viejo
Y no quiero dependencia.
No es divertido que te digan
Que ya no puedes culpar a tus padres más.

Estoy encontrando difícil
El sostenerme de una estrella.
No quiero ser.
Nunca quiero ser viejo.

Deprimidos y aburridos los niños quedan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…
Drogados en el centro comercial los niños juegan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…

De verdad no sé
Si me importa qué es normal.

Y no estoy muy seguro
Si las pastillas que he tomado están ayudando.

Desperdiciando mi vida.
Duele adentro.
De verdad no sé.
Y no estoy muy seguro.

 Deprimidos y aburridos los niños quedan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…
Drogados en el centro comercial los niños juegan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…

Deprimidos y aburridos los niños quedan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…
Drogados en el centro comercial los niños juegan.
Y  de esta manera van olvidando cada día…



Salida de aquí

Afuera en las vías del tren.
Un sueño de escape.
Pero una canción viene a mi iPod
Y me doy cuenta de que se hace tarde.

Y no soporto que me miren.
Ni la lástima.
Y no me gustan las preguntas: “¿Cómo estás?”
“¿Cómo va el colegio?”
Y “¿Quieres hablar al respecto?”

Salida
Salida de aquí.
Desaparecer.
Desparecer, desvanecer.

Y he tratado olvidarte
Y sé que lo haré.
En mil años, o quizá una semana.
Quemar todas tus fotos, y recortar tu cara.

Las persianas están abajo y las cortinas están cerradas.
Y he cubierto mis huellas.
He desechado el carro.
Tratando de olvidar incluso tu nombre
 y la manera en que luces cuando duermes
soñando esto.

Salida
Salida de aquí.
Desaparecer.
Desparecer, desvanecer.



Dormir juntos

Esto significa afuera.
Esta es tu salida.
Hacer o ahogarse.
Hacer o ahogarse en torpor.

Sin dejar rastro.
Todos mis archivos borrados.
Quemé mi ropa.
Quemé mis zapatos Prada.

Durmamos juntos, ahora mismo.
Aliviar la presión, de alguna manera.

Apagar el futuro, ahora mismo.
Vamos a irnos para siempre.

Esto es el destino.
Este es tu escape.
Vete de aquí ahora.
Vete de aquí ahora, está acabado.

Durmamos juntos, ahora mismo.
Aliviar la presión, de alguna manera.
Apagar el futuro, ahora mismo.
Vamos a irnos para siempre.






[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Nitrazepam

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Los tres países.

*

Era un niño rubio. Recuerdo que su cara era llamativa, no tendría más de 5 años y parecía que fuese el sobreviviente de una guerra. Su abuela, Polonia, ha sido cliente de nuestro restaurante por largo tiempo. Siempre me llamó la atención esas dos personalidades, la del niño que siendo menor que yo tenía cara de refugiado y la de la señora que sin importar la adversidad siempre estaría para resolver.

                Ambos iban a eso de las 12 del mediodía, Polonia pedía el almuerzo para llevar mientras el niño jugaba al frente de la barra. Nadie jugaba con él pues tenía la pinta del niño tremendo: inquieto, fastidioso, ruidoso e impertinente. Nadie parecía prestarle atención al niño que más ruido hacía. Nadie quería voltear a mirar hacia donde estaba el niño al que Polonia tanto regañaba.

                Polonia era su abuela. ¿Dónde estaba su mamá? ¿Dónde estaba el papá? ¿Polonia suplía a los dos? Improbable, seguro detrás de ellos había una familia venezolana que a todos nos ha tocado vivir. Lo que perturba del asunto siempre fue que ambos venían de un barrio que quedaba debajo de un puente. En aquel ambiente el tráfico y consumo de drogas era la regla. Los indigentes de toda la Avenida Baralt recurrían a la satisfacción de sus vicios debajo de aquel puente. La gran mayoría de los choros que hacían su vida entre La Candelaria y Bellas Artes residían ahí.

                Un ambiente toxico que traduce la cara del niño: una vida de mierda como razón del abandono. Un abandono de las instituciones y de las personas, la ley del Estado no alcanza a las personas debajo del puente. Ellos son su propia ley. En pocos años serán la ley de los demás.

                El niño crece y crece. Llega a los 11 años y no lo volvimos a ver. No acompañó más a su abuela a comprar el almuerzo. Extraño por no decir atípico ver a Polonia sin su nieto. ¿Dónde estaba el niño? Su abuela nos decía entre jocosa y entre consternada que el muchacho andaba por la calle jodiendo con sus nuevos amiguitos. El niño que no tuvo familia ahora se acerca a la otra entidad donde se puede formar: la calle.

                Una sola ocasión lo volví a ver. Fue cuando el muchacho tenía 14 años. Cuando lo vi fue él quien me reconoció. No pude creer que ese malandro haya sido aquel niño inquieto. Lucía trasnochado, con la cara cortada y demacrada. Era alto, delgado y con una voz que carraspeaba años de experiencia mal-ganada. No aparentaba los 14 años que decía tener. Sus ojos ya no dibujaban inocencia en su mirada; sus ojos eran la marca de una triste experiencia vivida en la ciudad más peligrosa del país.

 “¡Epa colombiano!”. Me saludó por el distintivo de mi padre. Lo saludé, le pregunté que porque no había vuelto con su abuela y tan solo me respondió “Estoy en la chamba”. Nos despedimos y fue la última vez que lo vi. Yo tampoco volví a trabajar a donde mis padres. Dejé de frecuentar las caras de los clientes. Sin embargo, jamás olvidaría a Polonia por su particular nombre y por su nieto, el niño que se mudó desde la casa a la calle.

Hace dos años tuvimos las últimas noticias del muchacho. Ya era un hombre, un delincuente que tenía 30 muertos encima. Era el azote del barrio debajo del puente.  Un azote de barrio con tan solo 18 años. Tenía culebras en La Pastora, en Mecedores y Cotiza. Su abuela lo mandó a Barcelona para que trabajara donde unos tíos y se alejara de aquel ambiente que no le favorecía y donde estaba amenazado de muerte. Fue y regresó con más problemas de los que se llevó. Se calmó por un tiempo aparentemente. Tenía un nuevo trabajo, del cual nadie sabía con exactitud que hacía.

No sorprendió a nadie. El muchacho se metió a colectivo. Coqueteó con la política. Sin embargo su incursión revolucionaria no duró demasiado. Hace dos días fue encontrado muerto con 40 balazos distribuidos entre la cara y el torso. Fue ajusticiado en la esquina de su casa. Su último trabajo fue el de escolta. Polonia no sabe a quién escoltaba el niño. Polonia no sabe lo que pasó. Tampoco la veo desbastada. Ella sabía hacia donde iba encaminado el niño.

Al igual que su nieto varios muchachos han tenido que vérselas con ese destino. La juventud venezolana se debate entre dos opciones: una tumba a temprana edad o huir. Huir del país, escapar de la desgarradora realidad que nos abraza, correr sin mirar atrás. Despavoridos no sabemos que hacer al estar absortos ante tanta muerte y desidia.

El país obvia algo. Lo que no vemos es que estamos exigiéndole a nuestros jóvenes ser maquinas. Bien sea maquinas para asesinar y destruir vidas o bien sea maquinas insensibles e inhumanas cuyos sueños dan lo mismo que sus fracasos.

Algo anda mal en Venezuela.


**

Me fui hace 5 años del país. Las primeras semanas me sentí a gusto, el trabajo que tuve en Caracas exigía salir siempre a las 11 de la noche y el camino a mi casa era peligroso. Recuerdo que los primeros dos meses de mi estancia en este país fueron confortantes en ese sentido. Pude caminar de noche en una ciudad por primera vez en mi vida. Por primera vez en mucho tiempo pude comprar mercado y tuve vuelto. No tuve que hacer cola, ni nada. Pude experimentar aquello que se conoce como poder sacar el celular en la calle sin el temor de que me robaran.

Estaba a gusto. Mi familia me llamaba cada día de la semana y a medida que pasaba el tiempo se me hacía un poco tedioso atender sus llamadas. No porque me causase alguna molestia sino porque hablábamos de cosas que aún no sucedían. En sus llamadas había cierta expectativa por saber de aquella nueva realidad que yo vivía que hasta los momentos ni me absorbía ni se me presentaba tan radicalmente distinta.

La comida si me sabía distinta. Las arepas tenían una extraña ausencia de lo salado y el café o era muy amargo o era muy dulce. Jamás en el punto exacto.

Más allá de esos detalles la vida se me presentaba muy monótona. Poco sabía de Venezuela y poco me interesaba recordar aquel infierno que tantas veces maldije. Ahora la vida la hacía por mi cuenta sin ataduras en la familia. Ahora la vida, por primera vez en 30 años, iba a comenzar.

Todo cambió cuando vi un video cómico en la red y por un efímero instante deseé verlo con mi hermana. Aquel momento me resulto súbitamente extraño y particular. Nunca había deseado tener a mi hermana o a ningún familiar a mi lado. De hecho, muchas veces maldecía el hecho de tener que compartir el baño con ella. No pude analizar a profundidad aquella situación, quizá porque no quise o quizá porque mi mente instantáneamente borró aquella pírrica nostalgia.

Intenté no prestarle atención a aquello. Intenté canalizar mis días en el caminar por la nueva ciudad que me acogió. Respirar el aire de una vida nocturna que me fue negada en Venezuela. Sin embargo me fue sucediendo algo muy extraño: no había calle que mirase que no me recordase a las extrañas bifurcaciones arquitectónicas de Caracas.

Un día mientras caminaba vi una construcción y en ella una edificio que prometía dar un aire de nueva modernidad a la ciudad. Mi mente saltó inmediatamente al recuerdo de aquel otro edificio que, idéntico al de mi nueva ciudad, hacía juego con la anomalía arquitectónica que fue Chacao durante los 90s.  Al entrar en los recuerdos de aquel edificio vi una puerta. La puerta no estaba cerrada y cuando la abrí pude ver lo que detrás de ella se escondía.

 Me veía agarrado de la mano con mi primera novia. Ambos, caminábamos por la ciudad y hablábamos de los problemas de nuestra adolescencia: la muerte de Cayayo, lo increíblemente brutal que fue Pin Pan Pun, como el peo político nacional nos sabía tan a mierda, entre tantas otras cosas. Ambos veíamos el edificio y mirábamos a lo largo del valle y nos reíamos de lo espantosa que era aquella ciudad, aquel adefesio que tan disconforme nos tenía.

 Irónico resulta que una vez abierta esa puerta pude darme cuenta de muchas cosas, entre ellas la inevitable realidad de la falta que me hace Caracas. Pues de los pequeños imperfectos se hace el amor y el amor por mi ciudad se me comenzó a hacer más latente cuando, irónicamente, más recordaba lo engreído que fui cuando decidí apartarme de ella.

Los recuerdos comenzaron a ser la base de mis pensamientos. He sedimentado mi presente en la añoranza del pasado. La verdad es que aquello que en su momento me tomó por sorpresa es ahora la ley de mis días. No hay instante en que no quiera compartir lo más mínimo con aquellas personas que en su momento formaron parte de mi vida. Desde los paseos en camioneticas hasta mirar por la ventana y ver al Ávila hacia el norte. La montaña, esa única y gran certeza que siempre han tenido todos los caraqueños, ya se esfumó de mi vida.

Yo me fui, pero el país sigue conmigo. Persiguiéndome, cuestionándome todos los días si tomé la decisión correcta. Lo más triste de todo es saber si algún día volveré. Quisiera reconfortarme con la idea de poder volver a la calle donde me crié, ir a la casa del amor de mi vida y besarla, desayunar en Café Eduardo, subir la montaña un domingo en la mañana y ver aquella ciudad de mis pesares.  Pero sé que no será así.

La vida del inmigrante se va en desear aquello que ya no se tiene. Siento que mi generación tuvo la desdicha de ser como el café que bebemos quienes estamos lejos de nuestras tierras: jamás en nuestro punto exacto.


***

Siempre paso por Miraflores para evitar la cola que se forma en El Silencio. Llego a la Esquina Bolero y doblo hacia la derecha para pasar justo al frente de la sede de gobierno. Continúo dos cuadras como si fuese hacia la Avenida Sucre para luego cruzar a la izquierda y volver a mi ruta habitual. Paso por la parte trasera del Liceo Fermín Toro y justo al frente de las escalinatas del El Calvario. Todo ese recorrido para pasar luego por la Plaza O’Leary y luego encaminarme hacia mi destino.

Desde junio del 2013 hago este recorrido, me libra de la incesante tranca que se arma a causa de la trampa de autos que es la Avenida Baralt en la hora pico. A medida que he hecho este viaje me he dado cuenta de algo: la vigilancia y seguridad en Miraflores ha ido en aumento. De unos 10 o 15 efectivos militares que hubo para 2013 al día de hoy este número asciende a unos 50 verdes, los cuales armados con rifles y escopetas tienen un acompañamiento bastante singular.

Trincheras. Trincheras que hasta hace dos semanas se ubicaban tan solo hacia el oeste y que esta semana se han situado también hacia el este. Vale la pena recalcar que las trincheras que se sitúan al oeste de Miraflores son más grandes y más amplias  que las trincheras que están del este, las cuales no parecieran ser más que un parapeto.

¿Cuál será la razón por la cual la sede de gobierno está atrincherada? Evidentemente estamos en una guerra. ¿Por qué las trincheras que vienen del 23 de enero y de Catia son más grandes que las trincheras que vienen de la Avenida Urdaneta? Porque el ejecutivo no puede negar que un hipotético ataque vendrá de aquellos a quienes tan bien armaron.

Vale recalcar, no es una cuestión del oeste caraqueño única y exclusivamente, pues bien es sabido que el tráfico de de armas en nuestro país es algo que en los últimos años ha estado a la par con el aumento de la paranoia y los índices de criminalidad. Quien hoy en Venezuela esté desarmado es o un “buen cristiano” o un pelabola.

Y es que no es una mentira o una atrocidad lo que aquí expongo. El potencial armamentístico que reside tan solo en el 23 de enero es suficiente excusa como para que el ejecutivo se declare en estado de alerta. Si así está el Estado, donde, como diría Max Weber, reside el monopolio legítimo de la violencia, ¿cómo estarán las personas que no tienen guardaespaldas, escoltas o pistola? ¿Cómo sobreviven a la vorágine de violencia?

Hablar de ciudadanía resulta cada vez más absurdo. Ya no somos ciudadanos. Somos todos extranjeros. Somos todos potenciales sospechosos y culpables. Todos estamos a la merced de un dedo acusador que no deja más que la incertidumbre de saber cuándo será el día en que cualquiera de nosotros será señalado.

Es un país extraño para muchos. Las calles no nos pertenecen. Nuestros amigos se han ido. Varios negocios de años y años han cerrado. Mis vecinos han decidido irse del país. No conozco a los que viven al lado y nunca los veo. Casi nunca salen y yo tampoco. Lo único que ha sido regular ha sido hacer colas y aún así eso no garantiza que quienes estén por delante y por detrás en un día lo continúen estando a la jornada siguiente.

Amo a mi país y amo a los seres extraños que hacemos vida en él, sin embargo siempre me pregunto hasta cuando resistiré. Nunca me han robado. Nunca me han secuestrado. Hasta los momentos mis seres queridos han permanecidos inmunes a la ola de asesinatos que ha ido en aumento durante los últimos años. Aún así la oportunidad de salir libre de esa ruleta rusa parece que se va haciendo más y más pequeña.

Una gran parte del país ha decidido dejar de pertenecer e irse. Otra gran parte del país está en el transito socialista hacia una vida más miserable. Yo pertenezco a esa porción de personas que busca razones y motivos para quedarse.  Motivos para confiar, pertenecer, crecer y aprender.

Parece un absurdo querer buscar eso que parece que ya no se encuentra por ningún lado. Ahora cada persona de este país vive con temor. Miedo de que en la esquina donde está la cola se arme un saqueo. Temor de ir caminando y que unos motorizados pasen robando a quien les dé la gana. Horror de ver las noticias de los linchamientos y ajusticiamientos. Pánico al llegar a la casa y enterarte de que algo malo le pasó a una persona allegada.

Quizá el gobierno sienta lo mismo, eso puede explicar las trincheras. Muy parecido a muchos de nosotros el gobierno también está en búsqueda de alguna excusa para quedarse. Su proyecto revolucionario, argumentan ellos, no ha concluido. No se ha robado lo suficiente, ni se han asesinado las suficientes personas y tampoco ha habido tanto malestar social como para que ellos consideren dar por terminada su estancia en el poder. Las colas, los linchamientos y la escasez son simples detalles.

Y puede resultar que la cuestión se resuma a una escena de película western, en donde antes de batirse en duelo uno de los dos sujetos evoque el típico: “Este pueblo es muy pequeño para que estemos los dos”. Con la gran diferencia de que este duelo se mide el que se puede atrincherar y armarse hasta los dientes contra el pobre pendejo cuya única esperanza es que algún día las cosas mejoren. Que algún día la vida deje de valer mierda.


Mientras tanto, la gente se va, los cadáveres no son escasos y la decadencia es el eco de varias generaciones. Aún así, y después de tanto pesar, muchos nos preguntamos… ¿y cómo coño arreglamos esta vaina?

jueves, 3 de septiembre de 2015

Gracias totales.

Con motivo al primer aniversario del fallecimiento de Gustavo Cerati.


            *

Fue hacia 2006 cuando comencé a internalizar quienes escribieron De Música Ligera, esa canción que no faltaba jamás a ninguna fiesta, hora loca o emisión radial nocturna. De Música Ligera siempre fueron palabras vacías que repetíamos hasta el hastío sin jamás interrogarnos que se escondía detrás de 3 minutos con 33 segundos.

            Por supuesto, lo que se esconde detrás de esta canción, que en lo particular ya no escucho, es la trayectoria de una de las mejores agrupaciones musicales de la historia. Se escondía detrás de la banalidad de De Música Ligera esa suerte de extraña consecución musical que a lo largo de su vida Gustavo Cerati concretó: una imagen que parte desde el anclaje con los 80s y culmina con la mayor libertad de apertura hacia infinidad de sonidos posible. Soda Stereo a mi entender es eso, libertad de creación, sonidos que absorben y composición seductora. Pues si de algo jamás nos podremos quejar es de la amplia gama de temas tratados por Gustavo tanto en su estancia con Soda como en su carrera solista.

            Además de esto tenemos que el espíritu de su música es uno de alegría, reflexión, melancolía y de vida plena. Comentaba hace algunos días que la música de Soda y de Gustavo servía para cualquier situación menos para molestarse o andar de malhumor; vaya usted a encontrar semejante herencia en conjunción con la extensa carrera discográfica de quien hablamos.


            **

           Para mi Soda Stereo es el soundtrack de mi adolescencia. Quizá porque (IMAGENESRETRO) fue para esa época donde asistí a las fiestas mencionadas arriba o también porque para esos años Soda Stereo se reunió para su gira de reencuentro. Casi por inercia mi hermano y yo decidimos ir a ese concierto en el Hipódromo La Rinconada, pues ni la discografía conocíamos ni teníamos mayor idea de lo que significaba Gustavo Cerati para la música latinoamericana.
            
           Fue mi primer concierto y ahora que lo veo en perspectiva es muy poco lo que recuerdo. Quizá hayan sido unas 5 cosas las que mi memoria conserva: la amplitud de la audiencia que iba desde niños de 10 años hasta personas canosas; los videos de entrada que parecían sacados de la imaginación de Peter Capusotto; (CLAROSCURO) la manera tan amanerada con la cual Zeta Bosio bailaba; lo mucho que grité durante Persiana Americana y Prófugos; mi hermano gritando desaforado porque no se incluyó Ella Uso Mi Cabeza Como Un Revolver en el set, entre muchos otros recuerdos que a la mente no me vienen.
          
           Ha sido una de las mejores noches de mi vida. Poder decir que vi a Gustavo Cerati en vivo es una de esas cosas que por siempre diré con orgullo. Asumo esa realidad como aquel afortunado que pueda decir que vio a Led Zeppelin y a Pink Floyd en vivo. Así de grande para mi es Soda Stereo.
            

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          (LOQUESANGRA) Su último CD solista, Fuerza Natural, fue el sonido que me acompañó en mi último año de bachillerato. Recuerdo como mi mejor amigo y yo nos debatimos sobre si ir o no al concierto de aquel 16 de mayo del 2010. Infantilmente decidimos no ir a consecuencia de las excusas que al día de hoy más lamento: ese CD, que no había escuchado completo, no me convencía; van a tocar muchas canciones que desconocíamos; y la peor de todas las excusas: es Cerati, algún día vendrá de nuevo.
            
            5 años después sabemos lo que sucedió. Cerati cayó en desgracia, no sin antes dar un último regalo a nuestra ciudad. Ingratamente supimos retribuir tal agasajo. (ENREMOLINOS) Pues como bien ha circulado esta semana por las redes sabemos que Cerati no sucumbió al terminar el concierto. Todo parece indicar que en nuestra tierra Cerati tuvo unas últimas horas dolorosas en las cuales la mezquindad y la mala atención fueron el signo de las últimas horas de vida consciente de Gustavo.

            Era 2010 y el país ya estaba dejando morir a la gente. Ni siquiera un rockstar como Gustavo Cerati pudo salvarse del barranco existencial que vivimos hoy en día.

            Fue horrible despertar al día siguiente y ver las noticias. Muchos de nosotros en Caracas esperábamos que algún día Gustavo Cerati despertara  y se recuperara para así continuar su carrera; muchos esperábamos conseguir esa máquina del tiempo que nos llevara a reconsiderar la idea de no ir a aquel concierto. Tras lo sucedido (ENTRECANIBALES) siento que con la misma contundencia y orgullo que digo que asistí a un concierto de Soda Stereo también manifiesto mi arrepentimiento y desdicha por no haber ido a la Universidad Simón Bolívar para su verdadero último concierto.


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            Ya se cumple un año que Gustavo nos dejó en cuerpo y alma definitivamente. (DANZAROTA) Cuando me enteré de su muerte sentí alivio, su estado físico tras 4 años en coma debía ser deplorable. Su recuperación sabíamos era una ilusión y lo mejor en su situación era dejar el mundo de la manera que lo hizo: siendo el más grande músico del rock  latinoamericano.

            Sabemos por su música y por lo que sentimos cuando la escuchamos que la obra de Cerati será una que a lo largo de la historia servirá de referencia. Sea como lo es en mi caso a partir de lo anecdótico y de lo plenamente vivencial como lo pueda ser en el caso de otro músico o de cualquier persona que necesite escuchar su música para encontrar un sitio de partida. (ESTOYAZULADO) Pues eso es lo que es Cerati a mi entender, el sitio en el cual camino para encontrarme con la persona que fui para aquellos días donde Soda Stereo era la mejor agrupación del planeta, como el sonido que me lleva a varios recuerdos donde el ocio, la amistad, el amor y la libertad eran la fórmula perfecta para darle sentido a las letras que nos regaló Gustavo a lo largo de su carrera musical.


            No soy (TOMALARUTA) ningún experto en música ni mucho menos. Tampoco creo que haga falta serlo para reconocer la buena música y a los grandes músico. Gustavo fue lo segundo y concretó lo primero. No creo que vaya a haber alguien tan completo y tan agudo como Gustavo. Siempre es un buen momento para descubrir su música y explorar el mundo a partir de ella. Siempre es hoy.

martes, 25 de agosto de 2015

"¡Cierren la frontera!"

                En mi vida jamás ha existido una línea divisoria entre Colombia y Venezuela. Más allá de una u otra costumbre que de luz a la particularidad de cada nacionalidad siempre he considerado que somos harina del mismo costal; países que, separados históricamente a partir liderazgos y visiones distintas, comparten más de lo que parece. No hace falta indagar demasiado.

            Lo que si he observado es que en el país donde nací siempre se le ha tenido reserva a la figura del inmigrante colombiano. Quizá sea por algo tan tonto como la cuestión de su diferencia en el acento, quizá sea por la emergencia de la violencia en Colombia y el éxodo[1] masivo que estos supuso a final de los 80s, pasando además por la campaña de la industria de telenovelas colombianas que se encargan de potenciar esa mala imagen que parece ya predestinada única y exclusivamente al colombiano en América Latina.

El punto es que desde mi infancia siempre la reserva, la duda, el temor y el desprecio han sido algunos de los espacios mínimos bajo los cuales el lenguaje, al menos del caraqueño, hace referencia al pueblo colombiano. Ha sido normal toda mi vida ver en el negocio donde vendemos comida como se ha insultado a mi padre por el simple hecho de ser colombiano. De hecho, colombiano es un insulto. Vale acotar que no todo el inmigrante llegado de Colombia ha venido con la plena intención de trabajar honestamente, sin embargo en Venezuela se ha caído en la generalización de acusar al colombiano como el criminal típico ideal de la realidad del día a día.

Sin embargo, no fue esto lo que caracterizó mi infancia. Ante el hecho de ser hijo de colombianos, criándome a lo largo de mi infancia en sectores populares (La Pastora, Cotiza, Lidice) jamás vi alguna referencia negativa del pueblo colombiano, esto en la medida de  que quizá muchos de los colombianos de la segunda oleada de inmigrantes se erradicaron en barriadas y sectores que podríamos considerar de clase media o clase media-baja. De hecho y para decepción de las clases más acomodadas las malas referencias de colombianos fueron el signo de mis primeros semestres en la Universidad Central de Venezuela. Preguntas del estilo de si mis padres eran narcos, de si sembramos coca o si somos guerrilleros o paramilitares eran recurrentes en los chistes que se hacían entorno a la nacionalidad de mi familia.

Desde chistes de mal gusto hasta fundamentados comentarios de simpatizantes del credo revolucionario. Todos los comentarios iban con un gran objetivo: hacer ver lo terriblemente penosa que ha sido la historia colombiana de los últimos 40 años en contraste al decente –y para nada chaborro[2]- acervo caraqueño.

Hoy más que nunca vemos como la situación ha cambiado y cómo los papeles se han invertido de la peor y más trágica manera. La imagen de decenas de personas cruzando un río con sus pertenencias, siendo vigilados como si fueran prisioneros de guerra o la peor escoria del mundo es lo que ahora definirá las relaciones colombo-venezolanas. En la medida que tal atropello y canallada acontece podemos dar fe del centenar de profesionales venezolanos que han elegido exiliarse –no hay otra palabra- en el país vecino, además de que la manera y el trato de Colombia hacia estos venezolanos dista totalmente de lo que el gobierno venezolano ha desplegado esta semana contra la comunidad colombiana.

Mientras Colombia recibe a los profesionales venezolanos, que le son negadas las oportunidades de empleo y buen desenvolvimiento en su patria, el gobierno de Venezuela se encarga de tratar a sus ciudadanos como inmediatos sospechosos de cualquiera de los fracasos que el chavismo ha parido. Ese trato que el gobierno de Venezuela le ha dado a lo largo de su estancia en el poder a su sociedad ha sido compartido con la comunidad colombiana de la frontera. Trato de malandros revestidos de militares o investidos por algún cargo público hacia una ciudadanía indefensa.

Lo que todos sabemos es que esta jugada va con la plena intención electoral[3]: el gobierno tiene todas las de perder en las elecciones parlamentarias del venidero 6 de diciembre. Ahora bien, ¿es este sentimiento reaccionario ante el pueblo colombiano algo netamente chavista? ¿Es única y exclusivamente el bando oficialista desde donde se erige el discurso de odio ante los inmigrantes? Pensar eso es reducir la realidad a un panfleto político.

Basta con recordar durante el año pasado la campaña que se hizo en contra de Nicolás Maduro donde el odio opositor también se alzó en contra de la comunidad colombiana. Era común oír o leer comentarios del estilo de: “es que tenía que ser colombiano”, “¿no ves que es un incompetente y de paso colombiano?” y pare usted de contar. El odio hacia el colombiano está distribuido normalmente en Venezuela. Desde los sectores universitarios hasta en la educación media, desde la derecha más rancia hasta la izquierda mafiosa…

Desde Europa la reserva a los extranjeros ha ido en aumento a consecuencia de las crisis. Le emergencia de las extremas derechas y extremas izquierdas ha dado espacio para alzar la voz de odio anti-inmigrante, desde Alemania con los turcos hasta Francia con los africanos. Hace unos meses Donald Trump se lanzó en contra de los mexicanos y latinos en general y sorpresivamente su discurso ha encontrado calada en la sociedad estadounidense. Lo que hoy sucede en Venezuela no es ajeno a lo que sucede en el panorama global. Son signos de una época y síntomas[4] de que las cosas no han ido bien a lo largo de los últimos 20 años.

Me llena de tristeza e impotencia ver cómo en Venezuela la humanidad se ha vuelto algo desechable. La imagen que hemos dado hoy ante el mundo ha sido rastrera. Arrojar a personas a su suerte, derrumbar sus casas[5], marcarlas como ganado, quitarle sus pertenencias y tratarlos como animales no es el ideal humanitario que pueda sostener ningún credo democrático o civilista. Hoy Colombia nos mira con recelo. Hoy Venezuela dio un paso más hacia la barbarie. Hoy perdimos más que a unos inmigrantes en la frontera… Se llama perder perspectiva de lo que es la dignidad.

Y aún en este instante se debate a lo interno del chavismo que el Estado de Excepción se declare en demás estados de la nación… Se debate cuantas personas más hace falta humillar, cuántas vidas son necesarias traumar, en fin, para mantener en pie lo único verdaderamente importante. La revolución.




[1] Tomando en cuenta que el éxodo cumple dos etapas. La primera del final de la década de los 60s hasta el final de la década de los setenta, la segunda de mitad de los años 80s hasta el inicio del actual siglo. Ambas etapas están caracterizadas por motivaciones distintas, pues la primera se caracterizó por el éxodo auspiciado al crecimiento económico que tuvo Venezuela gracias a la renta petrolera; la segunda por su parte se caracterizó por la huída del territorio colombiano por la situación de violencia y el narcoterrorismo que fue protagonista en la Colombia de los años 80s y 90s. Para mayor información se puede dar un vistazo al trabajo realizado por los profesores Mauricio Phelan y Emilio Osorio en el Barrio Nuevo Horizonte, donde la comunidad colombiana es amplia. Los colombianos que llegaron a Caracas. (El caso de Nuevo Horizonte, Parroquia Sucre): http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=36428605009
[2] Es corriente oír que quienes trajeron lo chaborro o lo niche como categorías que significan bullicio, marginalidad y mal vivir a Venezuela fueron los colombianos. Alguna de las hipótesis sostenidas por la sociedad venezolana se sostiene en el hecho de que los colombianos trajeron consigo el malandraje y los barrios. Es decir, los colombianos son los grandes sospechosos de varias cuestiones que irreflexivamente hemos dejado a la merced de la opinión pública.
[3] La intelectualidad del PSUV y de algunas de las corrientes chavistas-confesas se mantienen hasta los momentos en silencio, a la espera de la primera encuesta que diga que el cierre de la frontera y el Estado de Excepción ha aumentado la popularidad del gobierno.
[4] No hay que olvidar lo que desde la sociología más actual con la voz de Zygmunt Bauman hemos conocido una de las grandes diatribas de la sociedad posmoderna: la disputa entre libertad-seguridad. La segunda vertiente de esta disputa (la seguridad) tiene como base el discurso del temor, la incertidumbre, el terrorismo, lo extraño y, también, cómo no, los extranjeros. El temor ante la incertidumbre genera que los gobiernos arrojen a sus ciudadanos a más y mayores sistemas de vigilancia que despiertan la pregunta de si los mismos son para beneficio de la ciudadanía o para el del poder. Hay también detrás de esta discusión una crítica a la racionalidad instrumental; quizá la palabra mixofobia y sus implicaciones puedan dar luz a todo el problema de fondo.
[5] El punto específico de las casas no puede desecharse en el simple hecho de que eran invasiones. ¿Invasiones de hace cuanto tiempo? ¿Invasiones ilícitas cuando la política del Estado ha sido más que permisiva con las mismas? ¿Invasiones que facilitaban el contrabando? ¿Cuántos militares van detenidos por la misma razón? Hay que ser ingenuo para reproducir ese discurso.

sábado, 25 de julio de 2015

Pensando a Caracas #2: La realidad y el reto.

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            Me gusta  cuando la ciudad luce así.

Tan silente que uno confunde su realidad con un cierto dejo de fragilidad. No es palpable dicha realidad y me conformo a veces con observar desde mi ventana. El aire es frío y las calles son ruinas.

Quizá suene fatalista, pero la Caracas de nuestra década es un ataúd esperando uso. Sus calles están a la expectativa del próximo acto. Una ejecución se avecina. Sus ciudadanos esperando el sonido del siguiente disparo. El carro que va apurado por la avenida hace la onomatopeya perfecta del ser humano que se rehúsa a ser presa de las estadísticas.

Si va a salir de noche tome sus previsiones. Si caminas solo en la calle no saques el teléfono. Ni se te ocurra mirar feo a nadie. No vayas a protestar cualquier atropello. Si la humanidad nos falla pues así-somos-qué-le-vamos-a-hacer. Activo en el metro, activo en la camioneta, activo en el concreto.

No vaya a ser usted la víctima ni vaya a mostrar temor. Es solo Caracas, la macabra.
           

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Crecer en Caracas ha supuesto un reto. Desde la niñez donde el oeste era mi parque de recreación hasta la actualidad donde el ensimismado retiro de la ciudad es la tendencia ante la abrazadora violencia. Una vez llegué a oír a un profesor decir que la inseguridad en la urbe aumentaba en la medida que los ciudadanos íbamos capitulando; mientras nos retirábamos de los espacios públicos poco a poco estos espacios fueron ocupados por la nada, el desdén y el azar.

            Abandonamos a Caracas a la suerte del vacío. La ciudad se avecina fragmentaria, aislada de sí misma y quebrada ante la irrupción del miedo. Lo único que da sentido a la ciudad son las vías de escape, las calles que prolongan ciegamente la vida y que querámoslo ver o no solo se asemejan entre sí durante la ceguera nocturna.

         Nuestra ciudad se hace uniforme de noche. Los largos pasos, el miedo ante las figuras nocturnas, la tensión al máximo al estruendoso ruido de una moto. Tenemos miedo a la ciudad vacía pues es lo único que nos representa en totalidad, lo único que agrupa a las personas, lo único a lo que nadie puede escapar.

         ¿Dónde está la gente? La élite ha abandonado a Caracas a su desorden. La ciudadanía está desaparecida del radar. El pueblo intenta sobrevivir, arañando de donde se pueda conseguir sustento, desplomándose ante lo que resuelva.

¿Dejaremos a la ciudad a la inmediatez? Huir ya no luce tan placentero. Evadir resulta culposo. Voltear a la mirada no lleva a ningún lugar. Nadie está a salvo, ni siquiera aquellos que se refugian en su melancolía o aquellos que portan silentes mascaras de complicidad.

Ni el más grande ruido, ni la mayor reclusión, ni la más grande de todas las creencias nos salvaran. Tenemos que hacer algo. ¿Qué será ese algo? Acudir al encuentro con los otros, unir las piezas del rompecabezas, encontrar lo que nos une, dar sentido a nuestro gentilicio.

¿Y quienes asumirán la tarea? Aquellos quienes no menosprecien a la ciudad, aquellos que recuerden de dónde venimos. Quizá, aquellos que decidan caminar esa delgada línea que al día de hoy se cierne tan fuertemente sobre nuestra realidad: decidir entre una inconforme y radical mirada hacia la vida o un frustrado pero complaciente silencio ante la ciudad macabra.


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Hacer que las piezas se unan. Hacer que las esquinas y sus nombres dialoguen y nos hablen de lo que somos. Caminar y caminar. Recorrer la ciudad, descubrirla. Ahogarnos en sus sublimes tramas. Que el entregarnos a la ciudad y su gente no suponga el encuentro con la fatalidad.

Que la vida nocturna sea espacio para la libertad ciudadana. Que la ciudad y sus senderos nos hagan encontrar los espacios perdidos. Que los causes por los cuales andamos se impregnen de sentido y de vida. Que el aislado este se una al bullicio del oeste. Que el Ávila ilumine con su verdor nuestros días hasta el fin de los tiempos.

Hacer a Caracas de sus ciudadanos no es tarea fácil. Pero es una tarea digna de ser asumida, con todas las consecuencias que pueda traer.


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-          Quiero hacer algo hoy.
-          ¿Pendiente de qué?
-          De salir a caminar, ¿activo?
-          ¿Tú eres loco Ramón?
-          ¿Por qué no?
-          Nos van a robar. ¿Quieres que te maten?
-          No quiero vivir recluido, no quiero perder mi juventud.
-          Ah, entonces quieres perder la vida.

-          No, tan solo quiero recuperarla…