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Recuerdo el transcurso del diciembre del 2012 a marzo del
2013con imágenes de mi quehacer por aquellos días: revisaba todas las noches lo
que publicaban Bocaranda, Marquina y Villegas desde sus cuentas de Twitter. No
había claridad con respecto a lo que sucedía, el Ministro de Información no
contaba la historia en su totalidad y a nosotros, los ciudadanos nos tocaba
creer más a los informantes de Bocaranda que a la misma versión de la realidad
que vendía el gobierno nacional. Tan así fue la situación que varios
estudiantes entraron en huelga de hambre exigiendo el parte médico del
presidente Chávez, puesto que el mismo no era visible a la mirada de los
ciudadanos.
No faltaba el día en que se dijera que Chávez había
muerto. No falta el día en que Diosdado Cabello apareciera abrazado de Nicolás
Maduro. No había día en el que los opositores más radicales asumieran que todo
era un complot. La sociedad venezolana estaba disociada, paralizada. Y aún así
encontramos siempre la manera de sobrellevar los días. Yo había vuelto de lleno
a las actividades políticas de mi escuela y además había viajado a Puerto
Ordaz, la ciudad de mi novia, para conocer a mis suegros en pleno carnaval.
Aquellos días los recuerdo con gran felicidad pero plagados
de gran incertidumbre. Nadie sabía con exactitud qué pasaba. Recuerdo que
estando en Puerto Ordaz el gobierno nacional devaluó el bolívar un día y al día siguiente mostró a la opinión
pública unas fotos recientes donde aparecía el presidente Chávez con sus hijas,
la foto supuestamente había sido tomada posterior a la operación a la que se
había sometido. Todos se concentraron en las fotos del presidente y no en la
devaluación. Todos concentrados en el carnaval y no en la devaluación. Así ha
sido la política desde el 98, nos golpean con un mazo y luego nos regalan un
globo para olvidar lo sucedido.
Cuando regresé de Puerto Ordaz sucedió lo increíble:
Chávez había llegado a Venezuela ¿Lo extraño? Nadie lo vio. El gobierno anuncio
que en la madrugada de un día -que no recuerdo- el presidente Chávez había
aterrizado en Venezuela para seguir su tratamiento en el país. Todos los
venezolanos esperábamos ante aquel anuncio que el presidente Chávez regresara
como el titán que parecía ser, victorioso y preparado para asumir la situación
política nacional, que a principios del año 2013 no pintaba muy bien por los
indicadores económicos. Eso pensamos
en un principio hasta que por la opinión de varios especialistas en el tema de
la salud nos dimos cuenta de que la situación de Chávez era realmente jodida.
Si quedaba vivo asumiría una vida como la de Ozzy Osborne en la vejez. No
podría ser el eje del mando que había sido hasta esta parte de la historia. Pero
todo era una manipulación más. Nos daríamos cuenta el 5 de marzo de aquella
patraña que nos vendió el chavismo.
Recuerdo
aquella semana, la del 5 de marzo, muy ajetreada. Hubo reportes de saqueos inexistentes, de
disturbios en el centro, hubo un suicida en el Centro Comercial Millenium,
había un estado de locura que jamás había visto en mi vida. En mi mente por
aquellos días recuerdo que pasó por mi cabeza el pensamiento de que el alma de
Chávez estaba dejando esta tierra y que esto ocasionaba una suerte de
cataclismo metafísico en nuestra nación. Fue un pensamiento irracional, pero como
siempre lo irracional es lo más cercano al sentir venezolano.
Sé
que ese 5 de marzo llegaba mi novia de Puerto Ordaz, desde hacía ya dos semanas
estaba al tanto de esa información. Ella llegaba a las 2 de la tarde. Yo
desperté tarde esa mañana, me bañé, me arreglé y salí al restaurant de mis
padres para poder salir con todos los hierros a La Guaira. Al llegar al negocio
pude notar que la gente estaba alebrestada, no entendía por qué; mi padre me
dijo al llegar que parecía que ya Chávez había muerto y que iban a anunciarlo
en ese preciso instante. Ante esa noticia no pude hacer más que mostrar mi
incredulidad. Ya los rumores de su muerte eran el pan nuestro de cada día. Pero
en efecto todo el gabinete chavista se encontraba reunido y en cadena, todos con
caras muy largas. En ese momentáneo lapso pensé que en efecto era verdad la
cuestión. No faltó sino que mi amigo Eduardo Lovera, que trabajaba para aquel
entonces en NotiTweets, me llamara para avisarme que iban a informar sobre el
deceso del presidente esa misma tarde.
Ante
aquella urgencia y sin haberle comentado claramente a mis padres que iba a
buscar a mi novia a Maiquetía me dispuse a salir. Estaba en la Av. Baralt, la
gente estaba a la expectativa. Pasé por Miraflores y varios cuerpos de
seguridad se agrupaban al frente del palacio de gobierno. En aquel viaje de 20
minutos a la Guaira pensé en demasiadas cosas ¿Qué pasaría si de verdad Chávez
se hubiese muerto ya? ¿Cómo iba a subir a Caracas si estaba militarizada? Para
mayor drama mi novia vivía en la Av. José Ángel Lamas, como a dos cuadras del
Hospital Militar, donde se encontraba el presidente Chávez desde su llegada al
país.
Fue
la bajada más larga que hice hacía la Guaira. Al llegar al aeropuerto el vuelo
reportaba una demora leve, durante el tiempo que esperaba llamé como 3 veces a
mi amigo Eduardo para que me informara de que se decía. En su última llamada
alegaba que nada sería anunciado ese día, que nada sucedería y que me
tranquilizara porque que nada pasaría, lo único que resaltó de la cadena fue
que Maduro expulsó a unos diplomáticos estadounidenses. Y así lo hice, me calmé.
Mi novia llegó y nos montamos en el carro y comenzó nuestra subida Caracas. Cuando
íbamos llegando a la ciudad pude notar que estaba medianamente despejado el
oeste. Arribando a la Av. San Martín mi amigo me llama y me confirma la fatalidad
que muchos hubiesen querido no oír durante esos cortos pero largos 3 meses.
El
presidente Hugo Rafael Chávez Frías había muerto. Maduro, junto con el alto
mando militar y con los cabezas del PSUV lo anunciaban a moco tendido en cadena
nacional. Eso me decía mi amigo quien me llamaba justo cuando iba por la Plaza
O’Leary. Aumenté la velocidad y llegué lo más rápido posible a la casa de mi
novia. Bajé sus maletas y la dejé ahí, no sin antes ver la masa roja que se
aglutinaba a lo lejos en el Hospital Militar. Entré en pánico. Apenas la dejé
en su casa me dispuse a manejar lo más rápido posible a mi casa.
Pasé por varias esquinas, y la gente se amontonaba en
donde hubiese televisión para ver a Maduro llorar por el anuncia que iba en
curso. Cuando llegué el vigilante del edificio junto con un vecino de marcada
tendencia oficialista veían la cadena que estaba culminando. Todos los que nos
encontrábamos en aquella escena en la Planta Baja de mi edificio nos
manteníamos con cara de estupefacción. No podíamos creer lo que veíamos. Había
muerto el comandante. Había muerto el tirano. Había muerto Chávez. Bajé a mi
puesto en el estacionamiento y me quedé ahí, un minuto, pasmado, con un dolor
en el pecho y en la cabeza. Subí rápidamente al apartamento y al llegar oí a mi
madre cantar ‘Todo tiene su final’. Las redes sociales estallaban. Mi padre no
lo asimilaba. Mi madre y mi hermano tomaban de la botella de whisky que había
esperado por 10 años por algún otro momento diferente a ese. Pero no importaba,
la situación igual contaba como tal. Hugo Rafael Chávez Frías había dejado
nuestro país después de 14 años de mando.
Y fue justo en ese momento, en la noche, mientras leía
las locuras y los desahogos cibernéticos, cuando se me vino el mundo abajo. Fue
justo cuando regresé a aquella noche de 1998 cuando Chávez ganó. Aquel malestar
que sentí cuando Capriles perdió. Esa sensación de vulnerabilidad que sentí de
niño al ver a mi padre preocupado, no por su futuro, no por el de sus hijos,
sino por el de nuestra nación. Venezuela.
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