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viernes, 14 de abril de 2017

Los hermeneutas de la destrucción.

Se sabe que partimos de la historia, que casi sin querer reproducimos  uno a uno sus elementos constituyentes y que muy poco se puede hacer ante ella. Sin embargo, en ese pequeño espacio de acción reside la potencialidad transformadora del ser humano. Sea a partir de la episteme (de carácter general) o sea a partir de la acción (de carácter más personal), la existencia se resume en esa lucha entre lo estático y el constante cambio que va haciendo a las sociedades.

De esta diatriba se funda parte de los enunciados de la hermenéutica más actual. Situada como teoría de la interpretación y aprehensión del mundo, la hermenéutica se plantea la posibilidad de la comprensión del mundo ante la clara y casi absoluta influencia de la historia, así como la potencialidad del individuo como transformador del mundo. 

La metáfora de la fotografía bien sirve para ilustrar la cuestión, pues en tanto retrato del mundo pareciera que la misión fotográfica es la simple y llana réplica, casi copia, del mundo externo. No obstante, bien lo sabemos en la era digital, la fotografía también ejerce su influencia en el medio, pues como técnica artística puede manipularse o adecuarse para que el resultado final cuente con los colores, matices, la saturación y el enfoque que interesen al autor. Por un lado la imagen del mundo (de la historia) corriendo a través de la fotografía, por el otro la adecuación del mundo y su intencionalidad a través de la estética de lo que se presenta.

Lo importante a tomar en cuenta es que dentro de ambas vertientes existen diversas lecturas al respecto, y el espíritu que individualiza la interpretación para sí no ha contado con un gran público. Podemos constatar esto en el mundo de las sociologías, en donde la herencia positivista demanda del investigador (que hace las veces de interprete o hermeneuta) la total vejación de sus prejuicios en beneficio de una ciencia objetiva. Situación similar observamos en la tradición marxista que, para desterrar a la ideología del mundo de la praxis, exige la cohesión de lo individual (consciencia) a sus intereses de clase para así evitar la herejía alienante.

En el terreno de la hermenéutica actual tal debate aún se mantiene. Los esfuerzos del filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005) apuntan hacia una dirección similar. Ricoeur, para nada anclado a la aspiración marxista de eliminar el elemento personal en beneficio de una convención colectivista, advierte que la prefiguración de la interpretación a la medida del individuo puede desvirtuar la verdad histórica que subyace en lo social. Sencilla como compleja, la tarea que propone es la siguiente: la liberación de la interpretación por medio de la sospecha, pues con la sospecha se puede discernir si lo que interpretamos es veraz o es una simple manipulación de la realidad.

¿Cómo concatenar la idea de la hermenéutica de la sospecha con la metáfora de la fotografía? Nos interesaría señalar aquello que corresponda a la realidad retratada y aquello que no. A la manera de Ricoeur, nos interesaría identificar los elementos de la obra que sean representación fidedigna de un discurso social, descartando así todo aquello que sea un mero invento, un simple filtro, de algún espíritu que nos obligue a ver al mundo bajo la luz del engaño y la mentira. Y la mentira, para Ricoeur, es tan común y tan posible como la verdad misma.

En ese sentido, la hermenéutica de la sospecha es una advertencia. Es un recordatorio de la existencia de aquellos hermeneutas cuya única misión en el mundo es la de cambiar la realidad en beneficio de sus intereses particulares, una invitación a pensar en las posibilidades históricas de la manipulación a través del discurso. Pues la manipulación del discurso no es más que la destrucción de las realidades históricas y del espíritu de nuestras sociedades.

Destrucción que, vale acotar, no es la misma si se habla de una fotografía en comparación a la destrucción de una realidad pervivida en la que están en juego vidas humanas. Es decir, no es lo mismo ajustar los colores de una imagen en beneficio de un fin estético a manipular el discurso sociológico a la conveniencia de un fin totalitario. La estética en ese sentido tiende a mostrar su abismal separación de la discusión política –más allá de que la discusión política intente revestirse con tonalidades propias del arte y demás.

Ellos, quienes ejercen la transformación y la destrucción del discurso y la sociedad, se benefician del desastre. Buscan crédito en la distorsión de la realidad, buscan la lógica en el desmán. Reducen la vida a fines prácticos y a las personas a mero cálculo. Los horrores de la humanidad, a sus ojos, son males necesarios. Grandes intérpretes, beneficiarios y creadores de la manipulación: son, pues, los hermeneutas de la destrucción.

La hermenéutica de la sospecha se enfrenta de esta manera con los hermeneutas de la destrucción. Intentando ser justa y corresponder a la veracidad de las realidades históricas que subyacen en cada entramado social, liberando a su vez al discurso de las omisiones, las mentiras y las intencionalidades del poder que se proponen vejar a la sociedad de cualquier elemento de autonomía reflexiva.


Bien sabemos que la verdad se ha transformado en una quimera, una utopía que en la mayoría de las veces ha servido como justificación de los fines últimos de los totalitarismos modernos. Sin embargo, en el discurso más actual, donde sabemos que se inmiscuyen fuerzas políticas y económicas de gran influencia autoritaria sobre las sociedades, re-significar éticamente el valor de la verdad siempre valdrá el esfuerzo. He ahí la asignatura pendiente de la hermenéutica que viene… 

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