Nos dispersan. No veo a los míos.
El gas escarba en mis fosas nasales, hace su camino en la desesperación. Sonido
de motos, una horda se aproxima. El corazón se acelera, perdemos la cordura.
Unos atacan, otros huimos. La respiración no me da, corro sin destino. Calles
famélicas, rostros de horror, el gas me persigue y atormenta mi visión. Se
aproxima el vacío. Ejecuciones sumarias, robos, delincuencia, desnutrición,
asesinatos, represión. Oscuridad.
Postes sin luz. Avenidas
desiertas. Alcantarillas al aire, paredes desahuciadas, el pavimento hecho
añicos. Seguimos corriendo, somos cada vez menos. No sé si han sido atrapados,
si han caído abatidos. Busco a mis amigos; el gas me afecta en el peor momento.
Hay una luz. Intento discernir en el caos. Explosión. Motorizados. Parrilleros.
Apuntan, disparan… infierno.
Aprieto mi mandíbula. El impacto:
a quemarropa, frío y punzante en la costilla. Nada tan terrible como la certeza
de la herida que desangra. Caigo. Cada bocanada me cuesta la vida misma. La
horda retrocede, la multitud me socorre y aún así la muerte me arropa. Ambulancias.
Sirenas. Luces que vienen y van, destellos de muerte. Temor. Pánico… Miedo a
morir en este sin-sentido tan rotundo.
No estoy solo: hay hoyos en la
cabeza y vísceras en el suelo. Cadáveres. Cráneos triturados, ojos perdidos, pulmones
perforados, seres arruinados, familias devastadas. Respirar. Inhala, exhala.
Hedor. Tensión. Putrefacción. La tensión baja, la levedad aumenta.
Calma. Silencio. Mute y el zapping de toda una vida, mi
vida.
Una camilla, un pasillo alargado
y caras de preocupación. No hace falta anestesia, no siento nada. Perforan mi
piel, la carne se abre lentamente. No hay casi sangre en este despojo, pero la bala
sale de su escondite. La remueven, y aún así
las caras permanecen en suspenso.
Hay llanto. Impotencia. Más calma,
silencio total. Descanso. Todos horrorizados a mí alrededor. Casi duermo… casi
muerto.
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