La
reflexión en torno a la sociedad se sitúa, al día de hoy, en la necesidad de
comprender un mundo que cada vez luce más incierto y menos aprehensible por los
modelos tradicionales. Modelos que van desde la disciplina económica al método
historiográfico, del que-hacer político a las artes y de las sociologías[1] a
los estudios de comunicación.
Si
bien este es el ethos de nuestra época podríamos decir que no siempre fue así.
Dar un repaso por el desenvolvimiento de cualquier marco teórico disciplinar, a
lo largo del siglo XX, es ver lo que Zygmunt Bauman ha llamado el paso de una
modernidad solida hacia una modernidad liquida[2].
Los tradicionales parámetros de la ciencia, la certeza, la búsqueda por la
objetividad, las teleologías que buscaban hacer predecible cualquier acontecer
humano; en fin, todo lo que podamos encontrar en el mundo de la racionalidad
técnica se ha encontrado en una encrucijada a lo largo de los últimos cuarenta
años.
¿La
razón? Es mejor hablar de razones, por paradójico que esto sea. Lo que podemos
llamar la condición posmoderna –entiéndase, críticas a la razón instrumental-
surge como respuesta a las guerras mundiales, los imperialismos estadounidense
y soviético, al mundo polarizado y a lo que pareció ser el triunfo momentáneo
de la lógica aristotélica, también conocida como lógica formal[3]. La división del mundo entre dos maneras de
ser, o mejor dicho, la predictibilidad de la esfera humana tan solo en dos
esferas. Lo podríamos ver en el plano más complejo como en la división entre
izquierda y derecha como en un plano más sencillo: blanco-negro, si-no,
cero-uno, entre otros.
La
reducción, la matematización de la vida es uno de los principales problemas con
los que lidian los posmodernos. Sin embargo, no siempre ha sido un problema tal
espíritu. Todo lo contrario.
El
avance de la ciencia a lo largo de los siglos XVIII, XIX y parte del siglo XX
se valió precisamente de tal fórmula para estudiar y establecer los parámetros
de lo cognoscible. Sabemos que en un inicio la lógica formal sirvió de apoyo
para las ciencias “duras”, pero en el camino muchos intelectuales, estudiosos
de lo social, compraron el discurso que reinaba en la época: al igual que las
ciencias naturales, las ciencias sociales debían garantizar el estudio objetivo
y neutral que formulara leyes universales para así poder hacer al objeto de
estudio –la sociedad y sus individuos- lo más predecible posible para poder
captarlo, explicarlo y controlarlo.
Tal
control lo podemos definir además como una manera particular de comprender a la
sociedad pues, al pretender formular leyes universales para la sociedad, se
expone de alguna manera u otra lo que para los primeros positivistas era su
noción de sociedad: estática, maleable y manipulable. En fin, predecible.
Si
seguimos el recorrido teórico del positivismo francés de finales del siglo XIX
sabremos la clara influencia que tuvo tanto en Europa como en Estados Unidos. La
escuela de Talcott Parsons, las tesis de Robert K. Merton y las escuelas
funcionalistas son claramente influenciadas por Durkheim y toda esta manera de
iniciática de ver la ciencia. Parte de los estudios de comunicación bebieron de
estas aguas.
Lo
que el funcionalismo pudo decir en el ámbito específico de la comunicación no
difiere demasiado con lo que arriba comentábamos: la simplificación del proceso
comunicativo a la triada emisor-mensaje-receptor[4],
tomando en cuenta específicamente lo poco o bastante entendible que podía ser
un mensaje X para un receptor Y. Básicamente lo que se planteaba era la
preponderancia de ver el sistema en sí mismo, más que reflexionar sobre las posibilidades
de la concreción de tal procedimiento.
El
tiempo ha pasado y podemos ver distintas posturas que de una manera u otra
atentan contra lo que era una verdad indiscutible en el análisis funcionalista:
la unidireccionalidad como base de la comunicación. Esta unidireccionalidad la
entendemos como el simple transitar de un mensaje que va del emisor al receptor
sin obstáculo alguno, sin contradicción siquiera.
Pudiera
decirse entonces que la comunicación en su inicio fue entendida como un proceso
mecánico. Sin embargo, la crítica hacia la óptica funcionalista parte de una
realidad ineludible, y es aquella que reza que la comunicación debe ser asumida
“como un proceso típicamente humano”[5], y
en dicho proceso deben tomarse en cuenta un sinfín de variables que pertenecen
al mundo de los hombres y las mujeres. La cultura, sus costumbres, tradiciones
y desencuentros forman parte de lo complejo de las sociedades, así como también
de las pautas de cualquier proceso comunicativo.
Nos
dirá Igor Colina –desde una postura crítica no posmoderna- que en el proceso
comunicativo el hombre juega un papel
importante, así como también las condiciones socio-histórica en las que el
mismo se encuentra[6].
Importante es en el análisis la óptica marxista del autor[7];
sin embargo a nuestro entender tal análisis es insuficiente pues se retoma lo
que desde un principio se busca combatir: la lógica aristotélica y su
representación en la dualidad dialéctica (tesis-antítesis), tácita en toda la
herencia materialista histórica.
Siguiendo
lo que dicen autores como Castilla del Pino: cada época comunica algo distinto.
Siguiendo tal premisa vale la pena preguntar: ¿el materialismo histórico puede
dar respuestas al surgimiento de las incertidumbres? ¿Puede reflexionar un
mundo que cada vez se hace más y más problemático? ¿No será que la erosión
moderna también alcanzó al canon marxista?
Son
preguntas que emergen ante lo que Kenneth J. Gergen presenta en su trabajo El Yo Saturado (1991), trabajo que
apunta al campo de la psicología, pero que en realidad da luz a la reflexión de
nuestra actualidad social. En dicho trabajo, el autor nos hablará del efecto
que ha tenido el arrollador avance de la tecnología en los últimos años, sobre
todo en la comunicación, tanto personal como artificial. Es necesario entender
que la tecnología a finales del siglo XX, la que corresponde al estudio de
Gergen, abrió la ventana para un mundo donde el tacto, el sentir, el pensar y
el hacer se transfiguran radicalmente.
Gergen
comenta algo que añade cierto valor demográfico al discurso que aquí
elaboramos: las relaciones cara-a-cara se vieron súbitamente afectadas por las
migraciones[8]
o simple –y constante- movimiento humano entre estados y entre naciones que
caracteriza a la era posmoderna.
Se
sobrepasa la barrera del espacio. El mundo estático, finito, conocido por el
individuo moderno se convierte en un enigma. Resolver el acertijo corresponderá
al saber desenvolverse en diferentes ámbitos. Para tal tarea se plantea una
solución: se recurre a la multifrenia,
que para el autor no es más que “(…)la escisión del individuo en una
multiplicidad de investiduras de su yo”[9]. Somos
varias personas al mismo tiempo y varias personas se sumergen en
diferentes identidades. Las definiciones
de la persona y su carácter se vencen y ahora el mundo de la multiplicidad de
personalidades y posiciones ante el mundo surge. El eclecticismo domina al ser
posmoderno.
Sociológicamente
podríamos abordar esto desde muchos ámbitos. Bien por el ala
positivista-funcionalista –quizá argumentando la falta de reglas en el renacer
de las anomias contemporáneas- como por el ala crítica –dando al traste con el
discurso que enaltece las relaciones desiguales entre norte/sur, focalizando el
problema en una cuestión geopolítica-; sin embargo es menester atender a este
eclecticismo, o simple condición de saturación desde el problema de las
interpretaciones.
Podemos
estar observando al presidente de la república anunciando un paquete de medidas
económicas y en cuestión de minutos podemos ver su discurso cambiar y verlo
hablando sobre Lionel Messi y la independencia de Catalunya. Las variaciones de
los discursos y de su intencionalidad son la regla. La persona se sumerge en
dinámicas que, en primera instancia, ni le pertenecen, ni le incumben, con la
intención de sobrevivir y simplemente poder llevar el trote a un mundo que cada
día se hace más cambiante. Lo que hoy hace cuatro años sabíamos sobre la
Primavera Árabe ha cambiado tangencialmente; lo mismo que con el Euromaidán
ucraniano del año 2014; similar con el fracking y la bajada de los precios del
petróleo del año pasado; y pare usted de contar eventos significativos que van
cambiando y mutando a medida que pasa el tiempo.
Sabemos
al día de hoy que el mundo y su teorización se compone por el devenir de las interpretaciones.
Cada gran teoría en sí misma da una versión de la realidad, bien sea desde la
lucha de clases marxista hasta la división social del trabajo durkheimniana.
Podríamos decir que la posmodernidad se ha caracterizado precisamente por no
tener una gran teoría conjunta sobre la sociedad, el sujeto, la economía, la
política o siquiera la estética[10]. Creemos
que esto se debe en parte al aumento de las posibilidades de comunicarse como
al aumento progresivo de las libertades a lo largo del globo terráqueo[11].
No vivimos ya en el mundo de la fe cristiana, ni en el mundo de la colonia, ni
en el mundo de los imperios o en el mundo de las dictaduras. Podemos decir que
vivimos en el mundo de los mundos, donde la sociedad del conocimiento –que se
percibe por momentos en la red 2.0- empuja a las personas a convivir con
diversos puntos de vistas. El encuentro con lo distinto es la regla y la
posibilidad de darse a conocer (aunque sea por tan solo quince minutos) es
latente en la medida de que las tendencias cambian de acuerdo a lo que se
consuma en el aquí y el ahora. Lo distinto en el mundo posmoderno supone la
diferencia en cuanto a la forma de vivir la vida, de conocerla y de hablarla;
entonces el problema está en cómo cada cual, desde su trinchera formula y
reformula el mundo que lo rodea.
Lo
importante a tomar en cuenta es que este surgir de las interpretaciones rompe
con el discurso moderno funcional. Si damos un vistazo a la triada aristotélica
quién-qué-quién y analizamos parte del problema de las interpretaciones
sabremos que la unidireccionalidad pretendida se corroe. Siguiendo a Gadamer,
podemos decir que cada lectura nueva da vida a distintas formas de aprehender
el mensaje que el texto[12]
nos plantea. Lo que se abre entonces es un proceso de múltiples direcciones
donde la figura del emisor es interpelada constantemente ante la vertiginosa
mutación del mensaje.
En
sí, lo que hablamos es de una súbita relativización del contenido de lo que se
intenta comunicar. Pasamos, siguiendo con Bauman, de una interpretación solida
a una interpretación líquida, cambiante ante la persona y el contexto.
Los
esfuerzos intelectuales de los últimos años se han esforzado precisamente por
recoger esta suerte de ética-de-la-otredad y hacerla el ethos de nuestra época[13]. Desde el lado de la política tenemos posturas
como las de Chantal Mouffe, del lado más occidental, o como las de la profesora
Xiomara Martínez Oliveros[14],
más allegada a nuestra realidad inmediata. Ambas autoras, con distintos
matices, reclamarán no el consenso, sino el disenso –otra ruptura con el
funcionalismo- como realidad ineludible del encuentro entre diferentes en el
mundo globalizado. Al aceptar el disenso, aceptamos entonces al diferente;
entiéndase, aceptamos la diversidad de interpretaciones y discursos.
Sin
embargo, este aceptar no siempre es armonioso. Igor Colina nos hablará de una
nueva triada: la de lo entendido, lo sobreentendido y lo malentendido[15].
Esta triada se propone una interpretación más cercana a la condición humana y
su complejo ser y hacer.
Lo entendido
podría formar parte de aquella intención de una captación inmediata y pura del
mensaje; profundizar en ello sería llover sobre mojado. No obstante, lo
verdaderamente interesante de esta postura se encuentra en la noción de sobreentendido y malentendido. Lo primero es de donde emana la cultura y las
tradiciones, el arraigo de una sociedad y se establecen los parámetros de lo
que es cognoscible y lo que no. Lo segundo viene desde el nacimiento de la
diferencia, del encuentro de los que no son iguales; es decir, los malos
entendidos surgen ante la puesta en escena de distintos sobreentendidos. Podríamos
decir entonces, que dicho encuentro entre distintos da pie a la saturación y al
constante cambio y a la intermitencia de la comprensión de lo que se dice, se
hace y se es.
No
en vano Colina nos hablará de incomunicación en lugar de hablarnos de
comunicación genérica. La incomunicación para este autor surge precisamente de
lo sobreentendido y de sus variantes según cada sociedad y según cada parámetro
de conocimiento.
Quizá
esta sea la gran propuesta de la posmodernidad y de alguna que otra teoría
crítica. Sin embargo, la hermenéutica no consume del todo ese discurso, pues
para la hermenéutica siempre se entiende el mensaje, tan solo que tal entender
es distinto en cada intérprete. Hay espacio para la diferencia, al menos desde
Gadamer, quizá Heidegger y medianamente Ricoeur. Otra postura tendrá Jürgen
Habermas, quien en lugar de buscar disensos, incomunicación o intentar
desmontar el metarrelato moderno sobre la comunicación, intentará buscar algo
que por algún tiempo se perdió en el panorama intelectual.
Hablamos
entonces del diálogo. Hablamos de
deliberación. Hablamos de concertar la diferencia. Luce en primera instancia
sencillo, sin embargo, la propuesta de Habermas dista de ser sencilla y nos
plantea siempre la posibilidad de que en la búsqueda de diálogo se cuele cierta
instrumentalidad o manipulación[16].
Habermas entra en conflicto con los posmodernos y su relatividad, pues
relativizar cualquier discurso es permitir cualquier cosa, y cualquier cosa
puede ir desde Khalil Gibran a Adolf Hitler, de Dostoievski al Che Guevara, de
Feyerabend a Pol Pot. O correspondiendo a nuestro contexto específico: podemos
permitir tanto a Renny Ottolina como a Pedro Carreño, a Augusto Mijares como a
Norberto Ceresole, y pare usted de contar demás polos aparentemente
irreconciliables. Parece entonces que la posmodernidad al carecer de una gran
teoría unificada tiene una cierta ausencia de una ética mínima.
La
razón comunicativa de Habermas va de la mano con el problema de la ética. Se
busca el entendimiento, la construcción de un saber común con posibilidad de
conclusiones diferentes[17].
En consonancia con esta razón comunicativa es significativo el trabajo de
Antonio Pasquali, quien nos hablará de lo importante que es la noción de
comunidad para el futuro de la comunicación. Nos dirá Pasquali que la
comunicación es esencial para la convivencia entre comunes, sobre todo si
entendemos a la comunicación como una categoría de relación por encima de la noción de proceso[18]. En
esta relación lo verdaderamente importante es la retroalimentación y la
reciprocidad, que se expresa en una manera ética de ver a la comunicación. El
fin último de la comunicación para Habermas y Pasquali es entonces el de
realizar un diálogo plenamente democrático. Siempre tomando en cuenta las
posibles trampas de la relativización y de la manipulación generada por
interpretaciones instrumentalistas.
Podríamos
decir entonces, para concluir, que el mundo posmoderno se encuentra en una
tensión –necesaria- con la postura deliberativa. Mientras que en la primera
postura las viejas formas se han desmoronado y el individuo está a merced de un
desarraigo hedonista producto de nuevas sensibilidades y de nuevos discursos[19],
la segunda postura nos pone en perspectiva el problema que consideramos es
vital para la discusión que hemos desarrollado: el problema de la
democratización, tanto de la comunicación como de la interpretación.
El
problema no está resulto. Lejos de estarlo, siguiendo a Colina, pareciera ser
que aún nos mantenemos en firme tensión entre comunicación e incomunicación.
Quizá también nos encontremos en tensiones similares si revisamos a cada autor.
Estamos entre el consenso y el disenso, entre interpretaciones solidas e
interpretaciones relativas, entre la unidireccionalidad y la reciprocidad,
entre la comodidad de la finitud de la
comunicación y las innumerables posibilidades de aprehender lo que se comunica.
En fin, nos encontramos en la tensión propia del mundo líquido: entre la
comodidad de la seguridad y la
complejidad de la libertad.
[1] “(…)para nosotros, uno de los aspectos más reveladores
que despierta Garfinkel, y seguramente antes de Garfinkel muchos otros, es que
más que una sociología –la
sociología- existen sociologías, así
en plural.
Y si hay sociologías, (…)
entonces hay diversas formas de dar cuenta, de explicar lo social, de comprender lo social y de actuar sobre lo social. Y si hay
diversidad es porque ninguna sociología en particular –sea marxista humanista,
marxista estructuralista, marxista leninista, estructural funcionalista,
interaccionista simbólica, positivista, posmoderna, posestructuralista,
fenomenológica, etc.- puede convencer a las demás de su verdad que, en otro decir sería, de su interpretación.” Seoane C., J. B. en Larrique, D. (2006): “La sociología como ciencia dadora de sentido”
en 6 Ensayos de Teoría Social, página 62, Ediciones FaCES/UCV, Caracas.
[2] Bauman, Z. (2008): Tiempos líquidos: Vivir en una
época de incertidumbre, Tusquets Editores, México.
[3] Si bien Herbert Marcuse no es considerado un autor
posmoderno en absoluto, podríamos decir que parte de sus análisis sirven de combustible
para la gran mayoría de los autores que sí abrazaron y recrearon el discurso
posmoderno. Su obra fundamental, donde trata el problema de lógica formal, El hombre unidimensional (1954), se
pasea por el cierre que el mundo técnico ha impuesto sobre el individuo de la
post-guerra. Nos dirá Marcuse: “Bajo el mando de la lógica formal, la noción
del conflicto entre esencia y apariencia es desechable, si no carente de
sentido; el contenido material es neutralizado; el principio de identidad se
separa del principio de contradicción (las contradicciones son la culpa del
pensamiento incorrecto); las causas finales son apartadas del orden lógico.
Bien definidos en su alcance y su función, los conceptos se convierten en
instrumentos de predicción y de control. La lógica formal es, así, el primer
paso en el largo camino hacia el pensamiento científico; solo el primer paso,
porque todavía se necesita un grado mucho más alto de abstracción y
matematización para ajustar las formas de pensamiento a la racionalidad
tecnológica.” Marcuse, H. (1969): El hombre unidimensional: Ensayo sobre la
ideología de la sociedad industrial avanzada, página 165, Editorial Seix
Barral, Barcelona.
[4] Esquema muy parecido, por cierto, al esquema
aristotélico: Qué-Quién-Qué, o en las palabras de Igor Colina: “Ya en el
dominio de la filosofía, la apreciación aristotélica se refería al proceso de
la comunicación en términos de la persona que habla, el discurso que pronuncia
y la persona que escucha…”. Colina, I. (1986): La comunicación humana, página
19, CDCH, UCV.
[5] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 20,
CDCH, UCV.
[6] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 57,
CDCH, UCV.
[7] Colina corresponde, a nuestro entender, al marxismo
occidental de segunda generación si revisamos, al menos, el devenir teórico
gran parte del siglo XX. Autores de la denominada Escuela de Frankfurt
representan esta tendencia cuya principal característica es la de denunciar la
atrocidad a la cual llevó la racionalidad instrumental a la sociedad industrial
avanzada. Cada uno de estos autores ejerce su crítica desde distintos ángulos:
Horkheimer desde la filosofía; Adorno desde la cultura; Marcuse desde la psicología
y Habermas, en última instancia, desde la política.
[8] “En la comunidad de las relaciones directas cara a
cara, el reparto de los personajes se mantenía más o menos estable. Por cierto que se registraban variaciones
en virtud de los nacimientos y defunciones, pero no era fácil trasladarse de un
pueblo a otro, y mucho menos rebasar la frontera de otro estado o país.”
Gergen, K. (1991): El Yo Saturado: Dilemas de identidad en el mundo
contemporáneo, página 97, Paidós, Nueva
York.
[9] Gergen, K. (1991): El Yo Saturado: Dilemas de
identidad en el mundo contemporáneo, página 113, Paidos, Nueva York.
[10] Los grandes teóricos de la posmodernidad, al ser
críticos de los grandes discursos, de los metarrelatos y de la Razón como
proyecto ilustrado carecen de unión discursiva propositiva y de alguna gran
teoría conjunta. Cada uno apunta direcciones diferentes sin dejar de lado la
constante denuncia los viejos conceptos centrales de la modernidad: el sujeto,
la Razón, la técnica, la política, el método, la Historia, revolución e
ideología.
[11] “El momento denominado posmoderno coincidió con el
movimiento de emancipación de los individuos respecto de los roles sociales y
las autoridades institucionales tradicionales, respecto de las coacciones de
afiliación y de los objetivos lejanos; fue inseparable de la instalación de normas sociales más flexibles y
heterogéneas y de la ampliación de la gama de opciones personales.” Lipovetsky,
G. en Lipovetsky, G. y Charles, S. (2008): “Tiempo
contra tiempo o la sociedad hipermoderna” en Los tiempos hipermodernos,
página 67, Editorial Anagrama, Barcelona.
[12] “Menester es mencionar que la noción de texto hay que
entenderla aquí de modo amplio. Esto es, el texto como objetivación de un
sujeto, la materialización de una acción humana. Por ejemplo, son textos: los
libros escritos, los jeroglíficos, las pinturas, esculturas, partituras,
filmes, canciones, fotografías, mobiliarios, vestidos, herramientas,
utensilios, y, en general, las acciones humanas. Son textos, en tanto y en
cuanto, son materializaciones con sentido socialmente significativo
proporcionado por un sujeto o actor.” Seoane C., J. B. en Larrique, D. (2006):
“La sociología como ciencia dadora de
sentido” en 6 Ensayos de Teoría Social, página 111, Ediciones FaCES/UCV,
Caracas.
[13] Desde la política y la democracia radical de Negri y
Hardt, pasando por el problema epistémico y la decolonización del saber con
Boaventura de Sousa Santos, yendo incluso a la filosofía y el problema de la
distinción con Emmanuel Lévinas, entre otros.
[14] Dos trabajos elementales para entender el problema del
disenso en la política: Martínez Oliveros, X. (2006): Variaciones sociológicas
sobre lo político y la democracia, Ediciones FACES/UCV, Venezuela; Martínez
Oliveros, X. (2001): Política para los nuevos tiempos: Una reflexión ético-política
sobre la democracia, Fondo Editorial Tropykos, Venezuela.
[15] Colina, I. (1986): La comunicación humana, página 70,
CDCH, UCV.
[16] Habermas nos planteará tres tipos de acción: la acción
instrumental, que manipula; la acción estratégica, que influencia; y la acción
comunicativa, que busca la deliberación y el acuerdo. De las tres posiciones emanan posiciones
éticas encontradas, sin embargo la propuesta del autor va del lado de la acción
comunicativa, distando entonces del discurso posmoderno de la ambigüedad ante
un proyecto y una gran teoría. Precisamente Habermas se mantiene como un autor
que aún intenta salvar a la tan criticada razón moderna. Habermas, J. (2014):
Teoría de la acción comunicativa, Editorial Trotta.
[17] Cisneros, J. (2002): El concepto de la comunicación,
página 69, ÁMBITOS, Nº 7-8, 2º Semestre 2001 - 1er Semestre 2002, Link:
http://www.aloj.us.es/grehcco/ambitos07-08/cisneros.pdf
[18] Pasquali, A. (2007): Comprender la comunicación,
Editorial Gedisa, Barcelona.
[19] “Planteemos el problema: ¿qué fuerzas
histórico-sociales son responsables del ocaso de las concepciones triunfalistas
del futuro? Digámoslo claramente: ni los fracasos ni las catástrofes de la
modernidad político-económica (las dos guerras mundiales, los totalitarismos,
el Gulag, el Holocausto, las crisis del capitalismo, el abismo Norte-Sur)
habrían podido nunca, por sí solos, causar la ruina de los «metarrelatos»
si no hubieran aparecido masivamente nuevos sistemas de referencias para
remodelar las mentalidades, para ofrecer nuevas perspectivas a la existencia.
Las desilusiones y decepciones políticas no lo explican todo: ha habido al
mismo tiempo pasiones nuevas, nuevos sueños, nuevas seducciones que se ejercen
día tras día, sin letras mayúsculas, es verdad, pero omnipresentes y que
afectan a la inmensa mayoría.” Lipovetsky,
G. en Lipovetsky, G. y Charles, S. (2008): “Tiempo
contra tiempo o la sociedad hipermoderna” en Los tiempos hipermodernos,
página 62, Editorial Anagrama, Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario