Cuesta
sostener el pulso a la realidad nacional. No sé si será la incapacidad de la
dirigencia, que hemos internalizado que nuestra crisis al final llegó al
llegadero, o que quizá sea sólo una severa crisis, producto del ocaso del
chavismo. Algunos dicen que es el fin del rentismo, otros dicen que era el
inevitable destino de una nación improductiva. La realidad es que detrás de
cualquier discurso hay realidades ineludibles: la gente tiene hambre; la gente
que puede, se va; la gente que no puede, hace cola; hay gente que muere; hay
gente que mata; hay gente que sobrevive la vorágine.
Dice Alejandro
Moreno que el riesgo de perder al país que conocimos es latente, y el país,
como ya hemos avizorado en otras reflexiones, no se compone por el precio de la
Coca-Cola, o por el estático y fantasioso precio de la gasolina, menos aún por
una suerte de solidaridad revolucionario que jamás existió. El país que
perdemos es el del mundo de lo real, del mundo de las personas. Cada día hay
menos comida, menos medicinas, más balas, más granadas y más personas que
pierden seres queridos.
Muchos optaron
por irse y salvarse. Quienes nos quedamos aún no resolvemos el dilema. La
condición posmoderna ha absorbido al país. La incertidumbre es el signo de
nuestros días. Si Maduro aumentará la gasolina, si Ramos Allup pactará con
algún ala del PSUV, si Capriles vendrá con un referéndum, si Aristóbulo es el
de la transición o si las FANB exigirán la renuncia. Son lugares comunes que
ilustran la situación nacional; sin embargo, cabe decir que seguimos olvidando
al ciudadano.
“Si hoy hago
una cola de 6 horas y no consigo nada, ¿cómo irá a estar la vaina en marzo?”,
comenta la gente. ¿Llegaremos a marzo? ¿Quiénes aguantaran el desmadre?
¿Cuántas personas pueden comer tres veces al día? ¿Cuántas personas han muerto
en lo que va de año? ¿Cuántos de nuestros jóvenes han tenido que recurrir a la
delincuencia para subsistir? El hombre nuevo de los socialismos reales del
siglo XX ha arribado a nuestro país.
Todos somos
hijos de la situación. La cuestión está en que la situación poco a poco nos ha
ido arrastrando. Nos ha ido absorbiendo y nos ha ido convirtiendo en presa
indefensa del análisis apresurado y azaroso. Somos indicadores de violencia o
el numero de cédula según el día que podamos comprar. Quizá seamos simple
cálculo de tendencia electoral.
Lo real, a mi
entender, es que todos tenemos miedo. Miedo de morir, miedo de no tener con qué
comer, miedo de enterarnos de la muerte de un familiar, miedo de que otro amigo
se vaya. Miedo de que, cual granada, el país simplemente explote.
Hay muchos que
aún recurren a formulas lógicas, discursos rimbombantes y tautologías idiotizantes
para mirarle la cara y darle forma a una nación moribunda. Se olvidan de que lo
único valido es la vida. Y ella, sin que podamos hacer nada, se nos está yendo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario