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sábado, 30 de abril de 2016

Sobre interpretaciones evasivas.

A mi querida Ana K. Caldeira.

           Alguna vez una de las sociólogas más inteligentes que he conocido denunció la facilidad de la crítica irreflexiva que se ejerce en forma discurso libertario y cómo la misma escuda los desmanes del poder. La de ella fue una denuncia perspicaz cuanto menos necesaria  y ajustada para los tiempos que nos ha tocado vivir en Venezuela.

                Sucede todo esto en la medida que el esfuerzo intelectual, no sólo de los hombres de academia sino también del ciudadano-de-a-pie,  se sitúa en el polo de ejercer constante denuncia hacia aquellos que son golpeados, humillados y reducidos a la nada. Bien sea desde una golpiza en el claustro universitario llevada a cabo por las hordas fascistas –dónde la culpa es aquellos que se dejaron golpear-, como en lo vomitivo que resulta un piropo en la calle –dónde la mujer es culpable por… bueno, por ser mujer.

                Quizá este esfuerzo intelectual del que hablo cumpla varias funciones. La primera de ellas, la más obvia quizá, sea la de ser cortina justificadora de cualquier atropello por el simple hecho de lo normal que el mismo es en nuestra sociedad. Tenemos distintos ejemplos, quizá el más claro sea el de culpar a la víctima de un robo por dejarse robar (“quién te manda a estar sacando el celular por esa zona”, “tú sabes cómo está la vaina”, entre otros lugares comunes). La segunda de ellas, la más peligrosa a mi entender, es la de justificar la injusticia por constructos ideológicos y utopías que se confirman sólo en la teoría y pocas veces en la práctica. Los ejemplos que se desglosan de esta última son notorios en la historia del siglo XX; se enmarcan en la necesidad de justificar las acciones que, por crueles que sean, cumplen la meta de hacer seguir en marcha el motor del ideario político que sea (“todo sea en nombre de la revolución”, “Deutschland über alles” y pare usted de contar).

                Ciertamente esta categorización es corta y cumple el papel de hacer ver que hay dos procesos, uno inconsciente producto del prejuicio y otro consciente y pensado. En ambos se deja de lado la discusión ética por lo que es el estado de la vida.

                No podemos evadir que hay condiciones materiales para saber dónde si y dónde no sacar nuestro teléfono; sin embargo, que nuestra denuncia vaya hacia la víctima y no hacia el victimario dice mucho del estado de nuestro país. A mi entender, la razón de esto es el miedo, miedo de ver al verdadero culpable a los ojos, miedo a ver que millones de venezolanos dieron su apoyo a un proyecto político que ha sacado lo peor de nosotros. Es difícil asumir la culpa de haber apoyado a un gobierno que estafó a los más humildes para servirse de ellos. Da terror asumir que nuestro país es plataforma de narcotraficantes, pranes y malandros comunes. Es horrible enfrentarse al desmembramiento de los núcleos familiares a causa de la falta de oportunidades. Da pánico pensar en la cantidad de niños que mueren al día de hoy, pensar en el numero de ellos prefieren las armas a la educación.

                Hoy en nuestro país hay miles de familias sin comida, pacientes en hospitales esperando a que la muerte sea un poco más gentil de lo que la administración pública y privada lo ha sido, jóvenes desesperados ante la creciente ola de violencia que día a día se lleva a cada vez más personas sin discriminar tendencia política. Culpar de todo esto a los ciudadanos y a nuestra condición latinoamericana –que es el sustento idiota de cualquier racismo que bien viene a cualquier proyecto moderno- es desconocer los alcances de los socialismos reales durante el XX; desconocer en fin lo que por los últimos años hemos vivido.

                La respuesta que se da ante esta cruda realidad es una respuesta evasiva, fundada en el terreno de las ideas. Lo único importante son las teorías y sólo ellas pueden guiar a los tarados que no saben nada del mundo. Porque hay que decirlo, para muchas de estas personas el odio sobre la situación actual va hacia las personas, precisamente, por ser personas, imperfectas, únicas en el mar la totalización revolucionaria. Siempre la idea, finita, univoca, incorregible, es el camino; la persona, como resistencia, es estorbo.

               Se puede observar en cómo se trata a las personas que se oponen a proyectos  ideológicos de gran envergadura. En este polo se sitúan casi todos los análisis de consciencia ideológica. Puede verse sobre todo en el ámbito intelectual y en cómo reina el desprecio por las exigencias en cuanto a la radicalidad de la democracia, la libertad y, paradójicamente, la igualdad. La democracia es una farsa de élites, la libertad es abuso económico de unos sobre otros, dejando así a la igualdad como único horizonte posible y tangible. A nuestro entender estas personas que enarbolan la igualdad sustentan la base de su discursos en proyectos ideológicos en donde los sujetos y las realidad verdaderamente diversas son obstáculos. La igualdad se exige en la medida de que todos piensen como ellos, escriban como ellos, lean como ellos; en fin, interpreten la vida como ellos. El espacio para la diversidad es permitido en cuanto esa diversidad sea la representación de la mismidad del poder, tan absoluto y cerrado como cualquiera que se priorice a sí mismo por encima de la diferencia.

                La vida va más allá, no en vano los esfuerzos de unos cuantos en tratar de salir de la esfera de la ideología por la ideología misma y del discurso por el discurso. Quizá los esfuerzos intelectuales deban ir sobre la base del aprecio sobre nuestro arraigo, nuestro pueblo, sin permitir injusticias y sin negociar principios fundamentales.

                 El reto de cualquier interpretación sobre el país se sitúa sobre su cultura, no malandrizada, siempre pensando en el disenso como condición de la vida y con posibilidades de la concertación de acuerdos mínimos, en la justicia sin importar el capital cultural o financiero y, por sobre todas las cosas, no evadir que hay personas, que hay realidades tangibles y que hay vidas de por medio que siempre deben ser respetadas.

                Si cualquier idea misional se prioriza por encima de la vida misma estaremos siendo injustos con la diferencia. En ese aspecto, ¿qué tanto hemos contribuido los hombres y mujeres de ciencia al respeto por la diferencia? En el desarrollo teórico, bastante; en lo práctico de nuestro vivir… asignatura pendiente.

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