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El 25 de julio cumplen años Caracas y Cali. La primera, la ciudad donde nací
y crecí. La segunda, la ciudad que me ha acogido en mi extraña experiencia de
retorno y migración. Ambas fueron bautizadas en el nombre de el apóstol
Santiago, cuya festividad se celebra el 25 de julio por igual.
Normalmente tiendo a celebrar a ambas ciudades, ya que en Caracas está mi
historia personal y en Cali he venido a aprender el valor de la autonomía y el
trabajo en la soledad del destino migratorio. No obstante, me pasa que al ver imágenes
de Caracas me doy cuenta de una realidad tan espantosa como inevitable: de reconocer
muchos de sus sectores, he pasado a desconocer partes enteras de mi ciudad.
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Pasó específicamente con una foto que mostraba parte de la ciudad que luce
como una pendiente, con su inconfundible mezcla de barriada popular circundada
por escalinatas de concreto y edificios modernistas en el medio del oeste caraqueño.
Creo que he pasado por esa calle, es la calle donde en mi infancia asistí
al velorio de un cliente de La Caleñita, el restaurante de mis papás ubicado en
la Avenida Baralt. El cliente en cuestión era El Carnicero, personaje
del que probablemente ni mis padres recordarán su nombre.
El velorio del Carnicero fue concurrido. Toda la calle estaba repleta de
carros, motos, personas de todas las edades y gentes de todo el sector. Asumo
que muchos habrán sido allegados a él en aquel microcosmos que era la Avenida
Baralt.
Aún puedo ver los objetos que adornaban aquella casa humilde: vírgenes,
vasos con agua, velones, matas de sábila y rosarios en un altar. También
recuerdo mi insistencia en irnos rápido de ahí, por el aburrimiento que me
generaban los compromisos adultos y por no recordar al muerto en cuestión.
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“¿Es el Carnicero, no te acuerdas?”.
A duras penas me acordaba del rostro de muchas personas de aquella época.
El negocio era un sitio concurrido, lleno de gente de todo el paìs y del mundo
entero. Era un microcosmos, con muchas nacionalidades y pocas fronteras.
Mis recuerdos a esa edad eran fugaces, quizá por el universo violento de la
capital. Y, en efecto, no recordaba al Carnicero; pero de ahí en adelante cada
que pasaba por esa calle pensaba en que yo había ido a un velorio en una casa
de esa cuadra, que estuve dentro de una casa de unos desconocidos, siendo un
extraño, rindiendo un flojo tributo a un fantasma sin rostro.
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En la foto vi la calle y dudé. “Se parece”, “puede ser, pero no veo la pequeña
avenida que la atraviesa”, “no recuerdo esas escaleras ahí, puede que haya
cambiado”. O puede que no, que en realidad esa parte de la ciudad, al igual que
muchos paisajes del país entero, se encuentre en el olvido y el abandono de
nuestra historia nacional.
El mayor cambio podría ser que la geografía del lugar ya no esté repleta
por jóvenes o niños, si no por adultos maltratados por la crisis y por el
resquebrajamiento de la sociedad que alguna vez fuimos. Y que quizás, en el
recuerdo y a la distancia, sigamos siendo.
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Hablaba de eso hacía unos años con una amiga. El tema de conversación
giraba en torno a la idea de hacer un mapa con los caminos que recorrí en
Caracas, en parte como ejercicio creativo y en parte como guía de la ciudad que
viví. De la casa en Quinta Crespo hasta el negocio en la Avenida Baralt, del
negocio por la Cota Mil hasta Maripérez y de ahí hasta Plaza Venezuela. Los
atajos del oeste, las historias de La Pastora y Lídice, la belleza del Este,
los laberintos de San Bernardino y Bello Monte. El camino a la universidad y
las casas de las amistades de siempre, las avenidas y los sitios que cambian de
nombre, imágenes cuya forma ha mutado, preservando una esencia indescifrable.
He debido hacerme caso, porque ahora confundo el Bulevar de Cali con Sabana
Grande en Caracas. El Maní, que nunca conocí, debe ser algo así como la Topa
Tolondra, la meca turística de la salsa en Colombia. El Teatro de los Cristales
es algo así como la Concha Acústica y la Universidad del Valle es la UCV en
versión gótico-tropical.
En Cali, Las Tres Cruces, Cristo Rey y los Farallones hacen el simulacro de
un Ávila dinamitado y atomizado. La Avenida de los Cerros es la Cota Mil y el Museo de la
Tertulia es como Bellas Artes en pequeña escala. La Torre Cali es una de las torres
de Parque Central huérfana de su otra mitad…
Así como los que nacimos y crecimos en ese vórtice de locura, violencia,
estilos, artificios y afectos que es Caracas. Como los que seguimos viendo
sombras y reflejos de calles y espectros en nuestros nuevos destinos.
Que bueno Steven que nos traigas esos buenos recuerdos.Felicitaciones.
ResponderEliminarQue buen texto. Gracias por compartirlo 👊
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