Se sabe que partimos de la
historia, que casi sin querer reproducimos uno a uno sus elementos constituyentes y que
muy poco se puede hacer ante ella. Sin embargo, en ese pequeño espacio de
acción reside la potencialidad transformadora del ser humano. Sea a partir de
la episteme (de carácter general) o sea a partir de la acción (de carácter más
personal), la existencia se resume en esa lucha entre lo estático y el
constante cambio que va haciendo a las sociedades.
De esta diatriba se funda parte
de los enunciados de la hermenéutica más actual. Situada como teoría de la
interpretación y aprehensión del mundo, la hermenéutica se plantea la
posibilidad de la comprensión del mundo ante la clara y casi absoluta
influencia de la historia, así como la potencialidad del individuo como
transformador del mundo.
La metáfora de la fotografía bien
sirve para ilustrar la cuestión, pues en tanto retrato del mundo pareciera que
la misión fotográfica es la simple y llana réplica, casi copia, del mundo
externo. No obstante, bien lo sabemos en la era digital, la fotografía también
ejerce su influencia en el medio, pues como técnica artística puede manipularse
o adecuarse para que el resultado final cuente con los colores, matices, la
saturación y el enfoque que interesen al autor. Por un lado la imagen del mundo
(de la historia) corriendo a través de la fotografía, por el otro la adecuación
del mundo y su intencionalidad a través de la estética de lo que se presenta.
Lo importante a tomar en cuenta
es que dentro de ambas vertientes existen diversas lecturas al respecto, y el
espíritu que individualiza la interpretación para sí no ha contado con un gran
público. Podemos constatar esto en el mundo de las sociologías, en donde la herencia
positivista demanda del investigador (que hace las veces de interprete o
hermeneuta) la total vejación de sus prejuicios en beneficio de una ciencia
objetiva. Situación similar observamos en la tradición marxista que, para
desterrar a la ideología del mundo de la praxis, exige la cohesión de lo
individual (consciencia) a sus intereses de clase para así evitar la herejía
alienante.
En el terreno de la hermenéutica
actual tal debate aún se mantiene. Los esfuerzos del filósofo francés Paul
Ricoeur (1913-2005) apuntan hacia una dirección similar. Ricoeur, para nada
anclado a la aspiración marxista de eliminar el elemento personal en beneficio
de una convención colectivista, advierte que la prefiguración de la
interpretación a la medida del individuo puede desvirtuar la verdad histórica
que subyace en lo social. Sencilla como compleja, la tarea que propone es la
siguiente: la liberación de la interpretación por medio de la sospecha, pues con la sospecha se puede
discernir si lo que interpretamos es veraz o es una simple manipulación de la
realidad.
¿Cómo concatenar la idea de la
hermenéutica de la sospecha con la metáfora de la fotografía? Nos interesaría
señalar aquello que corresponda a la realidad retratada y aquello que no. A la
manera de Ricoeur, nos interesaría identificar los elementos de la obra que sean
representación fidedigna de un discurso social, descartando así todo aquello
que sea un mero invento, un simple filtro, de algún espíritu que nos obligue a
ver al mundo bajo la luz del engaño y la mentira. Y la mentira, para Ricoeur, es
tan común y tan posible como la verdad misma.
En ese sentido, la hermenéutica
de la sospecha es una advertencia. Es un recordatorio de la existencia de
aquellos hermeneutas cuya única misión en el mundo es la de cambiar la realidad
en beneficio de sus intereses particulares, una invitación a pensar en las
posibilidades históricas de la manipulación a través del discurso. Pues la manipulación
del discurso no es más que la destrucción de las realidades históricas y del
espíritu de nuestras sociedades.
Destrucción que, vale acotar, no
es la misma si se habla de una fotografía en comparación a la destrucción de
una realidad pervivida en la que están en juego vidas humanas. Es decir, no es
lo mismo ajustar los colores de una imagen en beneficio de un fin estético a
manipular el discurso sociológico a la conveniencia de un fin totalitario. La
estética en ese sentido tiende a mostrar su abismal separación de la discusión
política –más allá de que la discusión política intente revestirse con tonalidades
propias del arte y demás.
Ellos, quienes ejercen la
transformación y la destrucción del discurso y la sociedad, se benefician del
desastre. Buscan crédito en la distorsión de la realidad, buscan la lógica en
el desmán. Reducen la vida a fines prácticos y a las personas a mero cálculo. Los
horrores de la humanidad, a sus ojos, son males necesarios. Grandes intérpretes,
beneficiarios y creadores de la manipulación: son, pues, los hermeneutas de la
destrucción.
La hermenéutica de la sospecha se
enfrenta de esta manera con los hermeneutas de la destrucción. Intentando ser
justa y corresponder a la veracidad de las realidades históricas que subyacen
en cada entramado social, liberando a su vez al discurso de las omisiones, las
mentiras y las intencionalidades del poder que se proponen vejar a la sociedad
de cualquier elemento de autonomía reflexiva.
Bien sabemos que la verdad se ha
transformado en una quimera, una utopía que en la mayoría de las veces ha servido
como justificación de los fines últimos de los totalitarismos modernos. Sin
embargo, en el discurso más actual, donde sabemos que se inmiscuyen fuerzas
políticas y económicas de gran influencia autoritaria sobre las sociedades, re-significar
éticamente el valor de la verdad siempre valdrá el esfuerzo. He ahí la asignatura
pendiente de la hermenéutica que viene…