Venezuela es el epicentro de
nuestras vidas, y en ella surcan nuestras interpretaciones, pareceres, gustos y
desacuerdos. No es secreto para nadie que los últimos han sido años de
exacerbado disenso, en donde la opinión pública ha tendido a irse por los causes
de la polarización; no obstante vale la pena acotar que persisten una serie de
lugares comunes que dan sentido al sujeto en sociedad y a la sociedad en el
sujeto. Por ejemplo: es totalmente comprensible que todo aquel que haya
recibido un balazo sea una delincuente, pues, de otra forma ¿por qué habría merecido
tan vil “ajusticiamiento”? Lo podemos ver día a día, ante las noticias de
linchamientos y asesinatos, que por su grotesca forma arrojan a la víctima en el
banquillo de los acusados cuando no así al delincuente en cuestión.
Pienso esto y
recuerdo a nuestro presidente, el infame camionetero que al día de hoy sigue
gobernando junto a los militares y por encima de cualquier facción civil del
bando político que sea. Veo a nuestro presidente y lo pongo en perspectiva con
lo que para muchos se ha vuelto un diagnostico que, al menos en mi caso,
resulta curioso y digno de ser comentado. Hablo, por supuesto, de su estruendoso
repertorio de pelones, como les diríamos en el argot venezolano –y para el no venezolano, hablamos tan solo de
sus cagadas, sus torpezas, sus bloopers y demás figuras mediáticas que van
haciendo de Maduro un tipo bolsa, por no decir tarado.
Sí, es cierto.
Gran parte, por no decir la mayoría, de la opinión pública se ha volcado a una
interpretación curiosa de este fenómeno. Todos se alaban a sí mismo, en una
suerte de acto religioso, una gran epifanía, verdad revelada, al resaltar que
todo aquello del presidente es un gran stand-up, una gran obra dirigida a las
masas cuya verdadera intención es entorpecer cualquier gestión política que venga
desde la oposición.
Desde la vez
que confundió los peces con los penes (para evadir el tema de las guarimbas),
hasta la vez que leyó en cadena de radio y televisión un mensaje de un tal
Moisés David instándolo a chuparse uno (no hace falta indagar en el qué;
tampoco en la respuesta del presidente en evasión de la victoria opositora del
6D). Todo ha sido un engaño, un gran acto de prestidigitación. Hemos sido unos
bolsas por creer que el presidente, gran estratega del PSUV y del Gran Polo
Patriótico, pueda cometer inconscientemente tales torpezas en vivo y en directo.
Somos unos bobos por no saber que es una acción racionalizada, propia de un
tipo tan vivo como el presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
O al menos eso
nos ha dicho la elite intelectual, cuyo discurso va, en primera instancia, a
sobreestimar al presidente por su notable capacidad para mantenernos embelesados
con su gran estrategia comunicacional y, en segunda instancia, a contribuir a
desviar la atención sobre las realidades trágicas que al día de hoy todos y
cada uno de nosotros padecemos.
De
ambas instancias debo disentir. La reflexión ha sido reducida a la superficialidad
y nuestros líderes de opinión parecen sacados de cualquier agencia de marketing
político; parece ser que su única finalidad es reducir la política al
showbussiness. Contribuye Maduro, sí, pero también ha contribuido la opinión
pública (aquella políticamente correcta, gran intérprete de los problemas de su
ombligo y de su miope experiencia histórico-política). Decir que nuestro
presidente es un maestro de la comunicación, por el simple hecho de desviar
cualquier discusión importante en aras de hacer payasadas para (supuestamente) mantenerse
en el poder, no sólo habla mal del presidente, sino además de las personas que,
además de estar calificadas para hablar de la abstracción que es la democracia,
únicamente contribuyen al tema político con medias verdades y opiniones halabolísticas
hacia la elite política opositora.
El debate también
está en la crudeza de nuestra cotidianidad: el narcotráfico y su ascenso –no sólo
en la figura del Estado sino además en los resquicios de nuestro día a día–,
así como la desnutrición infantil, la mendicidad, el tráfico de armas y la
figura del pran como modelo a seguir. Se me ocurre, además, el problemita que
tanto ha denunciado el vagabundo de Giordani sobre unos cuantos miles de
millones de dólares perdidos, sabrá Dios (y a su lado el intergaláctico), en
cuál paraíso fiscal de aquellos que tanto emocionan a nuestros profanadores-de-renta
promedio.
Y
es necesario distinguir dos aspectos importantes: la comunicación y la
política. La primera parece girar en torno al aparentar y lo segundo al mundo
concreto de la acción. En lo político no hace falta decir que Nicolás Maduro,
por torpe e imbécil que pueda ser, ha arrastrado al país, y al chavismo en
especial, a su poder de mando. Nadie ha podido tumbarlo del poder y, por mucho
que las expectativas de miles vayan hacia el fin del régimen, es importante
acotar una verdad tan grande como los nichos de corrupción de nuestra
revolución: el gobierno y el presidente siguen en pie, sin indicios aparentes
de querer entregar una sola cuota de poder.
Dicho
eso no podemos conformarnos con decir que el hombre es un genio. Precisamente,
la paradoja persiste en el hecho de que un tipo tan atroz haya podido sumir al
país en malandraje, desidia y caos. Salvajemente hemos corrido para poner a
Maduro en un altar, considerarlo la mano que mece la cuna, cuando lo que hemos
debido de hacer es cuestionar severamente a quienes hacen política en este
país. Nada bueno sale de decir que la ignorancia como herramienta política es
audaz y pertinente; por el contrario, es el signo de la decadencia de nuestro
sistema político y de nuestras aspiraciones democráticas.
Bien
puede ser el tipo que anda bailando día y noche en Miraflores, como el que va
por Venezuela diciendo que a la gente no le interesa en lo más mínimo el estado
de derecho, la libertad, y la igualdad. Aquel que evade el tema del
narcotráfico y del malandraje como práctica estatal en virtud de hablar del
pueblo hambriento –pueblo que al parecer es un bebé incomprendido e iletrado,
pueblo que, al fin y al cabo, debe ser visto y explicado desde una visión
lastimera.
No
es un triunfo, ni es inteligente, ni es sabio, ni es perspicaz decir que Maduro
es un rolo-de-vivo y que nos tiene a todos pendientes de su mal inglés. Ir por
el andén de la obviedad no es ningún logro. Pensar a Venezuela, ésta, la del 2016,
no exige tan ingrata comodidad. Elite querida, con Luis Vicente León nos basta
y nos sobra, por favor.
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