“Si bien en los años veinte hubo
cierto progreso, desde una hostil competencia de sociólogos aislados unos
contra otros hacia la concentración, impulsora del entendimiento, de grupos
teóricos rivalizantes, predominaba una sensación de disipación de energías. Era
difícil descubrir algo así como una solidaridad disciplinaria entre sociólogos.
Algunos de ellos generaron lenguajes privados que ningún otro entendía; por lo
demás los monólogos eran contestados con monólogos. Alemania era un país que no
tenía sociología, sino sólo sociólogos, según lamentaba uno de ellos. Como cada
uno quería ser un original, todos ellos se convirtieron en extraños, un
verdadero salon des refusés, como
dijo alguna vez Max Weber en son de burla al describir su propio círculo.
(…)
Sin embargo, los sociólogos alemanes se estuvieron enfrascando una y otra vez, hasta su último encuentro en 1934, en el problema de averiguar qué especialidad practicaban en realidad. Enredados en dolorosa arrogancia, hablaban más de sí mismos que de la sociedad alemana de su tiempo y de las transformaciones verdaderamente dramáticas que ésta experimentaba.”
(…)
Sin embargo, los sociólogos alemanes se estuvieron enfrascando una y otra vez, hasta su último encuentro en 1934, en el problema de averiguar qué especialidad practicaban en realidad. Enredados en dolorosa arrogancia, hablaban más de sí mismos que de la sociedad alemana de su tiempo y de las transformaciones verdaderamente dramáticas que ésta experimentaba.”
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