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jueves, 25 de julio de 2024

Historia de dos ciudades

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El 25 de julio cumplen años Caracas y Cali. La primera, la ciudad donde nací y crecí. La segunda, la ciudad que me ha acogido en mi extraña experiencia de retorno y migración. Ambas fueron bautizadas en el nombre de el apóstol Santiago, cuya festividad se celebra el 25 de julio por igual.

Normalmente tiendo a celebrar a ambas ciudades, ya que en Caracas está mi historia personal y en Cali he venido a aprender el valor de la autonomía y el trabajo en la soledad del destino migratorio. No obstante, me pasa que al ver imágenes de Caracas me doy cuenta de una realidad tan espantosa como inevitable: de reconocer muchos de sus sectores, he pasado a desconocer partes enteras de mi ciudad.

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Pasó específicamente con una foto que mostraba parte de la ciudad que luce como una pendiente, con su inconfundible mezcla de barriada popular circundada por escalinatas de concreto y edificios modernistas en el medio del oeste caraqueño.

Creo que he pasado por esa calle, es la calle donde en mi infancia asistí al velorio de un cliente de La Caleñita, el restaurante de mis papás ubicado en la Avenida Baralt. El cliente en cuestión era El Carnicero, personaje del que probablemente ni mis padres recordarán su nombre.

El velorio del Carnicero fue concurrido. Toda la calle estaba repleta de carros, motos, personas de todas las edades y gentes de todo el sector. Asumo que muchos habrán sido allegados a él en aquel microcosmos que era la Avenida Baralt.

Aún puedo ver los objetos que adornaban aquella casa humilde: vírgenes, vasos con agua, velones, matas de sábila y rosarios en un altar. También recuerdo mi insistencia en irnos rápido de ahí, por el aburrimiento que me generaban los compromisos adultos y por no recordar al muerto en cuestión.

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“¿Es el Carnicero, no te acuerdas?”.

A duras penas me acordaba del rostro de muchas personas de aquella época. El negocio era un sitio concurrido, lleno de gente de todo el paìs y del mundo entero. Era un microcosmos, con muchas nacionalidades y pocas fronteras.

Mis recuerdos a esa edad eran fugaces, quizá por el universo violento de la capital. Y, en efecto, no recordaba al Carnicero; pero de ahí en adelante cada que pasaba por esa calle pensaba en que yo había ido a un velorio en una casa de esa cuadra, que estuve dentro de una casa de unos desconocidos, siendo un extraño, rindiendo un flojo tributo a un fantasma sin rostro.

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En la foto vi la calle y dudé. “Se parece”, “puede ser, pero no veo la pequeña avenida que la atraviesa”, “no recuerdo esas escaleras ahí, puede que haya cambiado”. O puede que no, que en realidad esa parte de la ciudad, al igual que muchos paisajes del país entero, se encuentre en el olvido y el abandono de nuestra historia nacional.

El mayor cambio podría ser que la geografía del lugar ya no esté repleta por jóvenes o niños, si no por adultos maltratados por la crisis y por el resquebrajamiento de la sociedad que alguna vez fuimos. Y que quizás, en el recuerdo y a la distancia, sigamos siendo.

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Hablaba de eso hacía unos años con una amiga. El tema de conversación giraba en torno a la idea de hacer un mapa con los caminos que recorrí en Caracas, en parte como ejercicio creativo y en parte como guía de la ciudad que viví. De la casa en Quinta Crespo hasta el negocio en la Avenida Baralt, del negocio por la Cota Mil hasta Maripérez y de ahí hasta Plaza Venezuela. Los atajos del oeste, las historias de La Pastora y Lídice, la belleza del Este, los laberintos de San Bernardino y Bello Monte. El camino a la universidad y las casas de las amistades de siempre, las avenidas y los sitios que cambian de nombre, imágenes cuya forma ha mutado, preservando una esencia indescifrable.

He debido hacerme caso, porque ahora confundo el Bulevar de Cali con Sabana Grande en Caracas. El Maní, que nunca conocí, debe ser algo así como la Topa Tolondra, la meca turística de la salsa en Colombia. El Teatro de los Cristales es algo así como la Concha Acústica y la Universidad del Valle es la UCV en versión gótico-tropical.

En Cali, Las Tres Cruces, Cristo Rey y los Farallones hacen el simulacro de un Ávila dinamitado y atomizado. La Avenida de los Cerros es la Cota Mil y el Museo de la Tertulia es como Bellas Artes en pequeña escala. La Torre Cali es una de las torres de Parque Central huérfana de su otra mitad…

Así como los que nacimos y crecimos en ese vórtice de locura, violencia, estilos, artificios y afectos que es Caracas. Como los que seguimos viendo sombras y reflejos de calles y espectros en nuestros nuevos destinos.