"Teodoro canta. Hay en ese canto una
negra desnuda. Hay, dentro del sucio mabil del zambo Cruz, la sombra de un
cambural en las noches venezolanas. Hay en el alma de los que oyen el rumor de
otra alma más pura, más sencilla, que la miseria y el hambre y el vicio podrido
les borró. Hay dentro de ellos un sueño que les legó su tierra y olvidaron. Hay
dentro de ellos ese sueño, profundo como el viento que mueve las hojas del
cambural, plateadas de luna, entre la sombra del conuco que ellos debieran
trabajar, entre la sombra de la tierra venezolana oscura bajo la noche. (Hojas
del cambural bañado en luna: sueño de la voz de Teodoro.)
Una negra que ha llegado hace poco –Socorro,
la de Pagüita– mueve las caderas y enseña los dientes en el beso como Teodoro
en su canción. Ella también sueña, como los otros, en el oscuro viento nocturno
que hace sonar las hojas de los árboles venezolanos entre la oscuridad que
apaga la tierra oscura, sola, sin hombres. Dentro de la música –voz pobre de Teodoro,
voz pobre de su guitarra– ellos bailan, hombres y mujeres llenos de ron y de
amor; ellos bailan y ríen y tiemblan y se angustian y tiemblan; ellos abrazan a
sus mujeres.
¿Pero esto es baile?, ¿o, quizás,
amor?, ¿o, simplemente abrazo de sexo?, ¿o, sueño loco y desesperanzado?...
Hasta el viejo Pedro Luna se ha emocionado un poco y acompaña con su voz esquelética
la alta voz de Teodoro.
Lejos y dentro de ellos, está la
noche sobre la tierra venezolana que produjo esta música, que los produjo a
ellos, que muere sola entre la sombra, bajo el olvido, surcada de viento
oscuro, pero no de humanidad."
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