"I crossed into a valley,
a valley so dark
that when I looked back
I can´t see where I begin,
I can´t see my hand
I don´t even know if my eyes
are open…"
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Box – Morphine
Me pone de un extraño malhumor. Es como un hedor cercano; la reacción
a una imagen que veo y no logro reconocer. Una incomprensión o una cierta
manera de no sentirme totalmente representado. Casi como el disgusto de estar
ahí, de tener el reflector viendo hacia mí y que una horda de sordos balbucee mi nombre. Mientras, mi cuerpo amarrado y amordazado; mientras, los sordos y el
público arrojan basura, desperdicios y más… en fin, una injusta manera de darme
a conocer.
Una interpretación que me saca de
mi lugar, de verdad lo hace. La verdad sea dicha: sobran esos grandes hermeneutas
del gentilicio que nos ven desde unos lentes que, además de tener gran
influencia, dejan de lado todo aquello de los sujetos de carne y hueso. Van de
idea en idea, saltando de desgracia en desgracia. Eligiendo cuidadosamente los
elementos de la próxima obra, representando a los desdichados que tan
maravillosamente sirven de inspiración. Desdichados, sí, esos que ni si quiera
pueden reflexionar por su insalvable cercanía con la genuina –y rentable– hecatombe
nacional. Grandes intérpretes, su manera de acercarse es una maravilla, una
verdadera hipocresía.
Son políticos, músicos, grandes
empresarios de la cultura, encuestadores, periodistas, figuras importantes del
medio: todos dispuestos a degradar la totalidad de la vida en beneficio de una
genuina aprehensión. ¿Qué será interpretar? ¿Intensificar, casi saturar, la
realidad para salir victoriosos en el discurso de la ceguera? ¡Vaya discurso! Es
aquel que se masturba a sí mismo, que se convence de estar atinado, que quiere
atrapar a las masas por medio de la justa exaltación de su estupidez.
Convencen al tarado, encuestan a
sus billeteras, cantan a los descerebrados: leen a la sociedad. Van en busca de
su reconocimiento, van camino a encontrarse con las palabras que ellos mismos
producen. Para qué ser ecuánime, cuando la Reina Indiferencia todo lo puede y
todo lo debe. Es la trama perfecta para una vomitiva realidad: al no
pertenecer, al no encontrarse inmersos, los que quieren pertenecer (y
defenestrar) verán con buenos ojos el mínimo espectáculo. Todo desde la
perspectiva más ligera, menos comprometida y más obscena. Prepárense y hagan
cola, el gran discurso pesimista vuelve al ruedo.
El camino al desconocimiento es sencillo.
Vengan al escenario y con los ojos cerrados susurren sus ideas, levanten la voz
y progresivamente capten la atención. Sean aplaudidos, sean vitoreados. Lo han
logrado, la faena no los recicla una y otra vez. Abran los ojos, vean el
estruendoso reflejo de miles de espejos apuntando a una sola dirección, sin
diálogo ni mediación. No se sorprendan si en el reflejo ven una imagen
reconocible, una imagen venida desde la macabra mismidad
Como diría el cantante: tiempo de
blandos, tiempo de rígidos. Todo organizado en la era de la dislocación
cognitiva. Sólo la apatía nos salvará y nos entregará al próximo ídolo, la
próxima estrella del malestar. Hagan fila, la nación pesimista los espera –si es
que algún día deciden regresar– con los brazos entreabiertos. ¡Qué viva la
violencia! ¡Muerte a la otredad! No
puede haber un discurso más elocuente… ¿verdad?
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