Alguna vez una de las sociólogas más inteligentes que he conocido denunció la facilidad de la crítica irreflexiva que se ejerce en forma discurso libertario y cómo la misma escuda los desmanes del poder. La de ella fue una denuncia perspicaz cuanto menos necesaria y ajustada para los tiempos que nos ha tocado vivir en Venezuela.
Sucede
todo esto en la medida que el esfuerzo intelectual, no sólo de los hombres de
academia sino también del ciudadano-de-a-pie, se sitúa en el polo de ejercer constante
denuncia hacia aquellos que son golpeados, humillados y reducidos a la nada.
Bien sea desde una golpiza en el claustro universitario llevada a cabo por las
hordas fascistas –dónde la culpa es aquellos que se dejaron golpear-, como en
lo vomitivo que resulta un piropo en la calle –dónde la mujer es culpable por…
bueno, por ser mujer.
Quizá
este esfuerzo intelectual del que hablo cumpla varias funciones. La primera de
ellas, la más obvia quizá, sea la de ser cortina justificadora de cualquier
atropello por el simple hecho de lo normal que el mismo es en nuestra sociedad.
Tenemos distintos ejemplos, quizá el más claro sea el de culpar a la víctima de
un robo por dejarse robar (“quién te manda a estar sacando el celular por esa
zona”, “tú sabes cómo está la vaina”, entre otros lugares comunes). La segunda
de ellas, la más peligrosa a mi entender, es la de justificar la injusticia por
constructos ideológicos y utopías que se confirman sólo en la teoría y pocas
veces en la práctica. Los ejemplos que se desglosan de esta última son notorios
en la historia del siglo XX; se enmarcan en la necesidad de justificar las
acciones que, por crueles que sean, cumplen la meta de hacer seguir en marcha
el motor del ideario político que sea (“todo sea en nombre de la revolución”,
“Deutschland über alles” y pare usted de contar).
Ciertamente
esta categorización es corta y cumple el papel de hacer ver que hay dos
procesos, uno inconsciente producto del prejuicio y otro consciente y pensado.
En ambos se deja de lado la discusión ética por lo que es el estado de la vida.
No
podemos evadir que hay condiciones materiales para saber dónde si y dónde no
sacar nuestro teléfono; sin embargo, que nuestra denuncia vaya hacia la víctima
y no hacia el victimario dice mucho del estado de nuestro país. A mi entender,
la razón de esto es el miedo, miedo de ver al verdadero culpable a los ojos,
miedo a ver que millones de venezolanos dieron su apoyo a un proyecto político
que ha sacado lo peor de nosotros. Es difícil asumir la culpa de haber apoyado
a un gobierno que estafó a los más humildes para servirse de ellos. Da terror
asumir que nuestro país es plataforma de narcotraficantes, pranes y malandros
comunes. Es horrible enfrentarse al desmembramiento de los núcleos familiares a
causa de la falta de oportunidades. Da pánico pensar en la cantidad de niños
que mueren al día de hoy, pensar en el numero de ellos prefieren las armas a la
educación.
Hoy
en nuestro país hay miles de familias sin comida, pacientes en hospitales
esperando a que la muerte sea un poco más gentil de lo que la administración
pública y privada lo ha sido, jóvenes desesperados ante la creciente ola de
violencia que día a día se lleva a cada vez más personas sin discriminar tendencia
política. Culpar de todo esto a los ciudadanos y a nuestra condición latinoamericana
–que es el sustento idiota de cualquier racismo que bien viene a cualquier
proyecto moderno- es desconocer los alcances de los socialismos reales durante
el XX; desconocer en fin lo que por los últimos años hemos vivido.
La
respuesta que se da ante esta cruda realidad es una respuesta evasiva, fundada
en el terreno de las ideas. Lo único importante son las teorías y sólo ellas
pueden guiar a los tarados que no saben nada del mundo. Porque hay que decirlo,
para muchas de estas personas el odio sobre la situación actual va hacia las
personas, precisamente, por ser personas, imperfectas, únicas en el mar la
totalización revolucionaria. Siempre la idea, finita, univoca, incorregible, es
el camino; la persona, como resistencia, es estorbo.
Se
puede observar en cómo se trata a las personas que se oponen a proyectos ideológicos de gran envergadura. En este polo
se sitúan casi todos los análisis de consciencia ideológica. Puede verse sobre
todo en el ámbito intelectual y en cómo reina el desprecio por las exigencias en cuanto a la radicalidad de la democracia,
la libertad y, paradójicamente, la igualdad. La democracia es una farsa de
élites, la libertad es abuso económico de unos sobre otros, dejando así a la
igualdad como único horizonte posible y tangible. A nuestro entender estas
personas que enarbolan la igualdad sustentan la base de su discursos en
proyectos ideológicos en donde los sujetos y las realidad verdaderamente
diversas son obstáculos. La igualdad se exige en la medida de que todos piensen
como ellos, escriban como ellos, lean como ellos; en fin, interpreten la vida
como ellos. El espacio para la diversidad es permitido en cuanto esa diversidad
sea la representación de la mismidad del poder, tan absoluto y cerrado como
cualquiera que se priorice a sí mismo por encima de la diferencia.
La
vida va más allá, no en vano los esfuerzos de unos cuantos en tratar de salir
de la esfera de la ideología por la ideología misma y del discurso por el
discurso. Quizá los esfuerzos intelectuales deban ir sobre la base del aprecio
sobre nuestro arraigo, nuestro pueblo, sin permitir injusticias y sin negociar
principios fundamentales.
El reto de cualquier interpretación sobre el
país se sitúa sobre su cultura, no malandrizada, siempre pensando en el disenso
como condición de la vida y con posibilidades de la concertación de acuerdos
mínimos, en la justicia sin importar el capital cultural o financiero y, por
sobre todas las cosas, no evadir que hay personas, que hay realidades tangibles
y que hay vidas de por medio que siempre deben ser respetadas.
Si
cualquier idea misional se prioriza por encima de la vida misma estaremos
siendo injustos con la diferencia. En ese aspecto, ¿qué tanto hemos contribuido
los hombres y mujeres de ciencia al respeto por la diferencia? En el desarrollo
teórico, bastante; en lo práctico de nuestro vivir… asignatura pendiente.