(…) pero todos sentimos una vaga
nostalgia de ser así como él,
tan valientes para echar sobre lo ridículo de
la existencia
un noble manto de sinceridad.
José
Rafael Pocaterra.
El día domingo 17 de febrero del año 2019 murió Nicolás Toledo Alemán.
Escribo estas palabras y aún me cuesta asimilar la noticia. Supe hace algún
tiempo atrás que luchaba contra una enfermedad que pensé que superaría, contra
un cáncer que en definidas cuentas se lo terminó llevando. Nicolás, al igual
que unos cuantos profesores de la Escuela de Sociología de la Universidad
Central de Venezuela, marcó mi carrera profesional de una manera que quizás él
no supo, que quizás nunca se la hice saber.
En el dolor de no saber afrontar el hecho de su
pérdida física, escribo estas palabras que intentan lidiar con su muerte y con
la vida que deja tras de sí. Recuerdo que vi una sola asignatura con él, algo
relacionado con herramientas de investigación referidas al plano
organizacional. Honestamente, he de confesarlo hoy, vi esa materia más por él
que por la materia en sí. Nicolás era una leyenda en los pasillos de sociología.
Miembro de la juventud del MAS de los 70s, representante estudiantil al Consejo
de Escuela durante la reforma del pensum más determinante de nuestra escuela,
preparador y casi protegido de Jeannette Abouhamad, cuasi-fundador y
vicepresidente de Consultores 21 y pare de contar. Nicolás era, sin lugar a
dudas, un profesor por el que tenía que pasar durante mi formación. Sin embargo,
los recuerdos y los aprendizajes que más marcaron mi relación con Nicolás
giraron en torno siempre a las historias que me contaba fuera de clase, nunca a
lo dispuesto en el plan de estudio de la asignatura. De aquellas charlas
recuerdo su alegría a la hora de hablar de la Venezuela que ni yo ni los de mi
generación conocimos, una que otra historia de sus viajes por el mundo y
enseñanzas que, hoy lo pienso, iban destinadas a mostrarme la posibilidad de
pensar verdaderamente el país y mi vida profesional. La clase que vi con él fue
importante, pero más importante fueron las charlas anteriores y posteriores a
la clase, la amistad que ahí surgió.
Supe de su vida, de su admiración por Louis
Althusser y Nicos Poulantzas, de sus andanzas en Francia, de su frustrado
intento de doctorarse en el CENDES bajo la dirección de José Agustin Silva
Michelena, de los primeros años en Consultores 21, de las interminables
historias al respecto de la vida universitaria y aquellos años en los que la
vida no era sino un hermoso reto.
Su vida además transcurrió en el auge y debacle
de nuestro país. Ante esa circunstancia Nicolás siempre se mostró crítico,
siempre conservó el talante moral y ético de quien no sucumbe ante las garras
del poder. Muchas veces he hablado con amigos y conocidos sobre el lamentable
papel que han jugado los sociólogos en la dictadura venezolana. Así como se
resaltan a los Damiani, Lucena y Jaua de nuestra escuela también conviene
resaltar a los profesores que, como Nicolás, jamás entregaron una pizca de su
integridad ante los avances del autoritarismo. Profesores muchos que aún siguen
en nuestros pasillos y en nuestras aulas dejando la vida por un trabajo que
parece muchas veces ingrato, pero que nunca será innecesario.
Quizás ese sea el único dolor que siento en
este momento. A sabiendas de su enfermedad, no fui capaz de escribirle a
Nicolás. Fue difícil afrontar para mí aquella conversación, aquella oportunidad
de contarnos cómo estábamos viviendo nuestros respectivos trances fuera de
nuestro país. La conversación ahora quedará suspendida hasta que lo vuelva a
ver en otro plano. Mientras tanto, el no haber hablado con él por una última
vez será un peso que llevaré conmigo toda la vida.
Eso ha de ser lo último que nos deja Nicolás. La enseñanza final. Hacerles saber a los que aún tenemos entre nosotros lo mucho que los queremos,
reconocer la guía mientras haya aliento, aprender de los maestros que nos
regala la vida, nunca perder la oportunidad de comunicarnos, nunca ver como
innecesario el tacto y el contacto en esta calamitosa situación. Aprender,
aprender y aprender… y claro, dejar tras de nosotros el sincero afecto de la
amistad que nunca muere ni se olvida.
Esperemos entender algo de esto. Una última
lección del maestro.