Hace años me dijiste:
«Te acordarás cuando yo muera»
Pues no hizo falta enterrarte
Porque has muerto de pena
«Te acordarás cuando yo muera»
Pues no hizo falta enterrarte
Porque has muerto de pena
Al inicio de
este desdichado año lo advertíamos: hacer un recuento de lo que nos sucedió
como país es doloroso, muy doloroso. Constatar las grietas, intrigas,
traiciones y claudicaciones deja un mal sabor de boca. Comprobar que
actualmente el mal reina sobre el mundo, que la crisis y el caos se normalizan
como política de estado, es nefasto. Es la derrota (no sabemos si momentánea o
definitiva) de la libertad.
Valga esto
para corroborar una situación que genera malestar, preocupación. No obstante, y
por doloroso que sea, es necesario asumir dicha tarea y realizar el recuento de
lo sucedido. En la ausencia de diálogo con la historia se bloquean tanto la
verdad como la proyección de posibles acciones futuras. Pues sí, el odio, la
ambición y el resentimiento triunfan actualmente, pero vale la pena preguntarse
cómo llegamos a esta calamitosa situación.
Pensando al
respecto siempre se ha tenido en mira a las víctimas, siempre en un extraño
deseo de culpabilizarlas de la paupérrima vida a la que han sido arrojadas. Y
sí, la ciudadanía siempre pudo haber hecho más y más por la democracia, pudo
haberse inmolado por los grandes ideales de occidente, pudo haberse sacrificado
en beneficio de las generaciones futuras, hacerse mártires en una lucha justa y
necesaria. Pudimos unificarnos en torno a una sola meta, alrededor de una sola
interpretación de la cuestión. Sin embargo, la ciudadanía en el mundo
disciplinario –que es el actualmente concebible, y el predilecto por los
formados dentro de la órbita técnico-profesional– es multiforme, diversa en sus
preferencias y puntos de vista. En el mundo de la racionalidad instrumental
somos arrojados a nuestra formación y, con gusto o sin él, hacemos sociedad
desde esa óptica particular. En ese sentido el artista actúa desde la órbita de
la estética, los científicos desde la investigación, los abogados desde las
leyes, algunos periodistas desde la búsqueda de la verdad (que tanto flaquea
hoy en día) y así sucesivamente. No quiere decir que sea la única manera de
concebir la cuestión[1],
pero sí es la más dominante. La pregunta, sin embargo, queda planteada para los
políticos.
Los políticos
por su formación son los hombres y mujeres de lo público. Quienes así asumen la
carrera política deben, en teoría, enfocarse en la transparencia y el rescate
de la discusión pública de diversos temas como derechos humanos, economía,
ecología, servicios, sociedad, veeduría, fiscalización de los recursos, entre muchos
otros. Y, conviene recordarlo, en las sociedades occidentales la carrera
política no deviene en una obligación. La política se asume desde la
convicción, es una elección de vida –en la que bien se puede desarrollar la
persona o no, puesto que al igual que el resto de disciplinas no hay ataduras
al respecto.
Una de las
cosas exigidas a las personas que se dedican al ámbito de lo político con
respecto a su elección de vida es explicitar su postura ante las cosas, pues en
su decisión y opinión se engloban las aspiraciones de sus electores, a quienes
en última instancia pretenden representar. Son así representantes de una determinada
opinión conjunta que emerge de la sociedad y que se eleva como posibilidad de
reconfiguración de lo político y social. Por lo tanto, su accionar corresponde
idealmente a una articulación de esa determinada opinión en beneficio del
debate público en general.
Dicho esto, y
adentrándonos en nuestro tema, vale decir que la articulación requerida para la
acción política ha estado ausente de la actividad política venezolana de los
últimos años. Se ha pretendido hacer creer a la opinión pública que la
existencia de dos actores políticos preponderantes –chavismo y oposición– hacía
de la sociedad venezolana una dualidad monolítica en la cual las personas
debían ubicarse disciplinadamente y mediación alguna. Bien sabemos a la luz de
las guerras intestinas del chavismo que tal visión tan rígidamente polarizante
ha sido una farsa. Lo mismo sucede con la oposición, la cual en cuestión de
tres años ha pasado de ser fiel representante de los deseos de la gran mayoría
de los venezolanos a una cosa extraña que cuenta con tres o cuatro cabezas
visibles cuyos planes, desconocidos para la población, no sabemos si son un
refrito de un país pre-hiperinflacionario o una genuina atención a lo que ya
es, no hay duda de ello, una crisis humanitaria. Apuntando hacia esa dirección,
conviene tomar en cuenta el recuento hecho por Héctor Schamis en el año 2017[2]:
la oposición contó (hasta ese momento) con al menos cuatro estrategias para
afrontar un hipotético cambio de gobierno. Vale recordar que ninguna de dichas
estrategias triunfó en su cometido, todas fracasaron en mayor o menor medida.
Traigo a la
memoria este recuento por la venida de una nueva estrategia que formula una
nueva promesa de cambio de gobierno: las elecciones del 20 de mayo. Ya es harto
conocido que las condiciones de dichas elecciones no son las ideales en tanto
que benefician únicamente a la dictadura[3],
sin embargo algunos miembros de la dirigencia opositora han decidido
participar. Es una decisión entre muchas, difícilmente respetable si se mira
que el país estuvo en velo ante un nuevo proceso de diálogo entre el gobierno y
la oposición que hacía promisoria la defensa del proceso electoral en todos sus
ámbitos[4].
Es una nueva estrategia enclavada única y exclusivamente en el presente, en el
aquí y ahora –puesto que no se plantean los problemas que vienen al día
siguiente de la elección. La única
proyección que tenemos al respecto es un supuesto equipo de gobierno, la
dolarización de la economía y demás elementos que seguramente la dictadura
sabrá vencer con más desanimo y decepción.
Desde exigir
el abandono del cargo[5],
hacer un antejuicio de mérito a Maduro[6],
fundar figuras paralelas (legítimas sí, pero paralelas al fin)[7],
hasta exigir la renuncia del dictador bien sea apelando a su buena intención[8]
o al discurso que refiere a su nacionalidad y el problema (jurídico o racial,
da lo mismo) que eso significa[9].
La idealización de la calle y la protesta[10]
también ha servido como supuesta estrategia, otra más del montón que se cuenta
por sí misma y que no tiene un correlato o relación a futuro. Se han probado
distintos modos de abordar el ejercicio de oposición política, y el fracaso
sigue siendo continuo –e incluso se podría sospechar que deliberado. Pues la
imposibilidad de articular una respuesta política a propósito de la innegable
existencia de una dictadura y una crisis humanitaria es llamativa, cuanto menos
preocupante.
Uno de los
aspectos llamativos de nuestra crisis es la ausencia de proyección a futuro,
tan característica del venezolano y el americano en general[11].
El futuro, como sueño de concreción de las acciones de la actualidad, esperanza
de un mundo mejor y proyección de la voluntad, desempeñó en su momento un papel
similar al de una institución moderna. No en vano existieron futuristas,
futurismos y demás. La ausencia de futuro, siendo este tan importante para
nosotros, es a su vez la ausencia de toda institución confiable, es la muerte de
todas las promesas de un mundo mejor, el abandono de la idea de un mundo
estable y aprehensible para los artilugios de comprensión moderna. Se pasa
entonces de una interpretación anclada en la certeza a una interpretación
libre, relativista, sin anclaje alguno más que el presente mismo. El futuro,
como tantas otras instituciones, ha dejado de contar. El ambiente moderno se
desvanece en la imagen del desierto de la cual nos habla Gilles Lipovetsky (1944),
autor para el cual vivimos en:
“(…) un desierto posmoderno que está tan alejado del nihilismo «pasivo»
y de su triste delectación en la inanidad universal, como del nihilismo «activo»
y de su autodestrucción. Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan,
pero a nadie le importa un bledo…” (2016,
p. 36).
El
fin de las finalidades es a su vez el fin del futuro, es el fin de cualquier propuesta
–dado que toda propuesta es en sí misma la significación del futuro–, el fin de
cualquier estrategia discernible o digna de planificación. Aunque este fin no
es un fin cerrado, más bien a la vista del autor es una apertura, es el fin de
una cierta manera de abordar la vida pero a su vez el comienzo de la
multiplicidad, de la emergencia de lo diferente y lo diverso. En ese sentido el
momento posmoderno no es algo meramente negativo pues supone la posibilidad de
que en él crezcan diversas perspectivas y posiciones al respecto de la vida en
sociedad. El momento posmoderno entonces devendría en:
“(…) mucho
más que una moda; explicita el proceso de indiferencia pura en el que todos los
gustos, todos los comportamientos pueden cohabitar sin excluirse, todo puede
escogerse a placer, lo más operativo como lo más esotérico, lo viejo con lo
nuevo, la vida simple-ecologista como la vida hipersofisticada, en un tiempo
desvitalizado sin referencia estable, sin coordenada mayor” (p. 41).
La
cohabitación sin exclusión es parte de este momento posmoderno y que, al menos
de primer momento, vemos en la dinámica política nacional. Por años hemos visto
cohabitar en el gobierno a militares, narcotraficantes, ideólogos de la
revolución, distinguidos personajes del mundo financiero, a la clase media, a
la clase baja, a Alberto Völlmer, a Mario Silva y demás. En el seno de la
unidad opositora también ha surgido una cohabitación, bien desde el plano
político-económico (los bolichicos, Derwick y Ramos Allup, por ejemplo) o,
desde lo que nos interesa específicamente, el plano de la articulación de una
estrategia política. Pues desde la oposición han surgido distintos lemas,
distintas consignas que aún siguen quedandose en lo promisorio del desierto. La
posibilidad de existencia de una nueva forma de aproximarse al juego político
atrae, la sola proclamación de una nueva táctica política es seductora, pero
sin articulación alguna el desierto deja de ser promesa para convertirse en realidad
desoladora y sin salida. Conviene en ese sentido ubicarnos junto a Lipovetsky en
nuestra llegada al desierto:
“¿Alguna vez
se organizó tanto, se edificó, se acumuló tanto y, simultáneamente, se estuvo
alguna vez tan atormentado por la pasión de la nada, de la tabla rasa, de la exterminación total? En este tiempo
en que las formas de aniquilación adquieren dimensiones planetarias, el
desierto, fin y medio de la civilización, designa esa figura trágica que la modernidad prefiere la
reflexión metafísica sobre la nada. El desierto gana, en él leemos la amenaza
absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los
tiempos modernos, hasta su término
apocalíptico” (p. 34).
El
desierto deviene por el triunfo de la aniquilación, de los grandes poderes
desmitificadores de la razón moderna que optimistamente se propuso planificar y
ordenar la vida y se encontró con el estruendoso rostro del azar, la muerte y
lo inexplicable. Incluso la revolución murió en la mente de sus simpatizantes:
el consumo la absorbió[12]
y la convirtió en una carpeta de dólares preferenciales[13].
La revolución fue el desinteresado desfalcado de nuestra nación, la
desaparición del dinero de un país petrolero en cuentas de los neo-yuppies de
nuestra generación. El desierto en efecto barre con todo, sin distingo de credo
o preferencia política.
Los
grandes cometidos sociales y las promesas de un cambio político lucen ya
lejanos. Los discursos políticos actualmente sirven de artefacto lúdico en
beneficio del cual nuestros políticos han sabido reafirmarse constantemente
–tanto en el fallido intento de tomar el poder una y otra vez como en nuestra
normalísima tradición de cohabitación y repartición de la renta petrolera. Uno
puede comprobar dicha reafirmación en la medida de que los políticos
venezolanos han devenido en una suerte de monaguillos, hombres de fe, cuya
principal formación intelectual no se sabe si viene de un panfleto de autoayuda
o de alguna liturgia religiosa. Al parecer, el diálogo con la realidad ha
cesado. Sin embargo ellos son los especialistas, los encargados de sacarnos del
hoyo en el que estamos metidos, los elegidos para normalizar la vida
democrática[14],
no hay duda de ello. La opinión pública, formada en la órbita disciplinar, así
lo ha exigido. La consigna es: “dejen a los políticos trabajar”, lo mejor es no
interferir, lo público y lo político es de los especialistas. A la ciudadanía,
masa de infames analfabetos políticos, le toca la pasividad o algún milagroso
porcentaje de encuestólogos que agregue credibilidad.
La ciudadanía
así fijada dentro de la dinámica disciplinar debe seguir el juego de los
profesionales, que ya no asumen su formación desde una elección de vida sino
casi como un mandato divino. No olvidemos que
“(…) el
sistema funciona, las instituciones se reproducen y desarrollan, pero por
inercia, en el vacío, sin adherencia ni sentido, cada vez más controladas por
los especialistas, los últimos curas, como diría Nietzsche, los únicos que
todavía quieren inyectar sentido, valor, allí donde no hay otra cosa que un
desierto apático” (p. 36).
El
sentido flaquea, tal como lo hace la razón pública (p. 51). Con lo que nos
encontramos en el desierto es con la emergencia del narcisismo radical que
parcialmente uno distingue en nuestros especialistas. La solución ya no es
traducida en una estrategia, menos en una articulación de propuestas. No, de lo
que se trata ahora es de la reafirmación egocéntrica de la persona, de cuál
idea y cuál la ilusión es la más atractiva de cara al mar de propuestas de
nuestra actual desvarío político. El narcisismo en ese sentido es el olvido del
pasado, la superación de lo preestablecido, de lo que formamos parte, pues
“(…) el
inconsciente abre camino a un narcisismo sin límites. Narcisismo total que
manifiesta de otra forma los últimos avatares psi cuya consigna ya no es la interpretación sino el silencio del
analista: liberado de la palabra del Maestro y del referente de verdad, el
analizado queda en manos de sí mismo en una circularidad regida por la sola autoseducción
del deseo” (p. 55).
Esta
circularidad regida por la autoseducción se entiende como el fin de la relación
tradicional y modernamente concebible, el fin de los esquemas con los cuales
conocemos y damos fe de la existencia del otro. Ahora nos abrimos a nuevas
relaciones, nuevas formas de concebir la verdad y de interpretarla. Eso sí, el
peaje necesario para cualquier interpretación y aprehensión de la realidad es
la conveniencia de Narciso[15].
Es decir, las soluciones pasan a ser objeto de la circularidad de una
individualidad. No hay ya soluciones o recetas que vengan de un conjunto o
alguna unidad de diferentes. Gracias al desierto todo, en especial la
aspiración de la transparencia y discusión de lo público, ha quedado en la nada.
Lo político en ese sentido es acción privada dado que “(…) vivir sin ideal, sin
objetivo trascendente resulta posible” (p. 51). La sociedad, su bienestar, los
derechos humanos, ideales que viene y van, pasan al plano de la intrascendencia.
El desierto es interpretado desde la individualidad sin vínculo, desde un
narcisismo inédito en nuestra humanidad.
Es
por ello que en el escenario donde compiten nuestros políticos vemos la muerte
de los ideales, una reiteración del caos pero no basada en la política del
hambre –propia de la dictadura, además– sino en la multiplicación de visiones
panfletarias de la realidad que poco ayudan en la articulación de una política
genuinamente basada en la unidad de los diferentes. La concertación de una
agenda común es superada por las apetencias individuales. En la dirigencia se
exige el derecho a la diferencia, que cada opinión sea escuchada y legitimada,
mientras la otredad concreta, los diferentes a los profesionales de la política,
muere a la espera de algo distinto. ¿Cómo es posible en ese sentido un rescate
tan frívolo al derecho de autodeterminación individual mientras existe un
desconocimiento hacia las demandas de la gran mayoría que ha sido golpeada por
la crisis? ¿El narcisismo enaltece la adoración de la persona a tal punto que
olvida las vidas de los demás? Se olvida el conjunto, los ideales y el consenso
por una preocupación individual propia del momento posmoderno, en la que no reina
el cuidado de la persona sino, curiosamente, el odio hacia sí mismo. Dirá
Lipovetsky:
“Al activar
el desarrollo de ambiciones desmesuradas y el hacer imposible su realización,
la sociedad narcisista favorece la denigración y el desprecio de uno mismo. La
sociedad hedonista sólo engendra a nivel superficial la tolerancia y la
indulgencia, en realidad, jamás la ansiedad, la incertidumbre, la frustración
alcanzaron estos niveles. El narcisismo se nutre antes del odio del Yo que de
su admiración” (p. 73).
El desprecio
por el Yo, por la mismidad, arroja al narcisismo a una situación de compleja atomización.
La inexistencia de una estrategia conjunta, la falta de articulación de un
mensaje común, de una política común, puede explicarse de esa manera en el
hecho de que la ausencia del otro es ya una realidad consumada. El odio del Yo
es también el odio hacia el otro, dado que nuestra única referencia del otro
está en su mismidad, en su individualizada corporalidad y no en su pertenencia
a un grupo, tradición o institución. Ya no es posible divisar a la humanidad en
el desierto, pues la humanidad misma es una institución en desuso. Por lo
complejo que resulta el camino vaciado de referentes nos hemos entregado a la
quimérica realización y confirmación de las mentalidades mesiánicas, a los
especialistas en autoayuda cuya única política deviene en la reafirmación de
ellos mismos fuera de cualquier relación con la realidad, el tiempo, el espacio
o los seres vivos. La reafirmación es, pues, cónsona con este desprecio por la
mismidad. Esta ratificación y odio a la personalidad se expresa en tanto que:
“La relación
con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al proceso de desencanto.
El Yo ya no vive en un infierno poblado de otros egos rivales o despreciados lo
relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de
neutralidad asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto,
la extrañeza absoluta ante el otro. «Déjame sola», deseo y dolor de
estar solo. Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y
separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y los urca,
incapaz de «vivir» el Otro. No contento con producir el
aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que, una vez conseguido,
resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y
simultáneamente no se soporta a sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no
tiene ni principio ni fin” (p. 48).
Sin
principio ni fin, pero el desierto cuenta con una determinada actitud
narcisista que puede llevar a la política a desenvolverse en elementos tales
como la oración, el rezo y la creencia de que en un país con demonios
históricos y hondos problemas sociales podrá salir del atolladero desde la
multiplicidad de consignas inconexas entre sí. Desde el surgimiento de un nuevo
liderazgo que re-encante a las masas o tan sólo con la llegada de los nuevos
especialistas que, esta vez sí, pueda leer y sepan evitar el desastre. Las
esperanzas, así como las consignas, tienen asidero en el desierto, en las
ensoñaciones del vació.
No podemos,
entonces, descartar absolutamente nada. Esa es una de las maravillas del
momento posmoderno, del desierto que todo lo absorbe. Todo es posible. Aunque
bien sabemos que cuando todo es todo, en realidad todo es nada. Es curiosa la
paradoja en la que nos encontramos, ¿no les parece?
Referencias
bibliográficas
Caldera, R. T. (2000): Nuevo mundo y mentalidad colonia, El
Centauro ediciones, Venezuela.
Lipovetsky, G. (2016): La era del vacío: Ensayos sobre el
individualismo contemporáneo, Editorial Anagrama, Colombia.
[1]
Algunas veces los mundos disciplinarios se tocan e influencian, generando así
empresas tan atractivas como lo son la inter y transdisciplinaridad. Ambos
cometidos suponen movilidad dentro de lo estático que puede llegar a ser
nuestro actual esquema de formación profesional. Se aboga de esa manera por una
formación integral, reconociendo límites del conocimiento propio y admitiendo a
su vez la posibilidad de verdad en el discurso del otro.
[2]
“El problema de la
oposición no es solo qué decide sino cómo lo hace. Decidir unilateralmente
viola el principio fundacional de cualquier coalición. Un patrón se reproduce
en el tiempo: cuando el régimen está contra las cuerdas, la MUD pide la
campana. Tómense los tres ejemplos aquí narrados como ilustraciones de esa
claudicación.” En: https://elpais.com/internacional/2017/09/03/actualidad/1504390791_100148.html
[3]
"(...) el principio de
separación de poderes está severamente comprometido, dado que la asamblea
nacional constituyente continúa concentrando poderes sin restricciones".
En: http://www.el-nacional.com/noticias/mundo/alto-comisionado-onu-cuestiono-legitimidad-elecciones-venezuela_225856
[4]
Todavía menos se comprende la decisión de participar si recordamos que quienes
han optado por asistir a los comicios dijeron en su momento que se retirarían
del proceso de no haber condiciones, las cuales aún siguen sin existir: https://elpais.com/internacional/2018/03/10/america/1520637935_533623.html
[5]
“La mayoría opositora de la Asamblea
Nacional votó y declaró que Nicolás Maduro ha abandonado sus funciones como
presidente de la República y por lo tanto abandonó su cargo.”En: http://www.el-nacional.com/noticias/asamblea-nacional/asamblea-nacional-declaro-abandono-del-cargo-maduro_74475
[6]
“Delsa Solórzano, diputada a la
Asamblea Nacional (AN), informó este miércoles que el Parlamento debe tratar
como "urgente" la notificación del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)
en el exilio sobre el antejuicio de mérito del presidente Nicolás Maduro.”En:
http://www.el-nacional.com/noticias/politica/solorzano-debe-tratar-como-urgente-antejuicio-merito-contra-maduro_230572
[7]
“La Asamblea Nacional (AN) aprobó
este viernes la designación de los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia (TSJ).”En: http://www.el-nacional.com/noticias/oposicion/asamblea-nacional-designo-nuevos-magistrados-del-tsj_194449
[8]
“El movimiento Soy Venezuela exigirá
la dimisión del presidente Nicolás Maduro en la VIII Cumbre de las
Américas que se realizará en Lima, Perú.”En: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/soy-venezuela-exigira-dimision-maduro-cumbre-las-americas_230465
[9]
“El Tribunal Supremo de Justicia
(TSJ) designado por la Asamblea Nacional ordenó a los poderes Ejecutivo y
Electoral a demostrar la partida de nacimiento del presidente Nicolás Maduro,
con la finalidad de esclarecer si puede ejercer funciones como primer
mandatario.” En: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/tsj-designado-por-exigio-maduro-mostrar-partida-nacimiento_218364
[10] “La
dirigente opositora opinó que se debe “reinventar” la calle para protestar en
contra del régimen. “Le decimos al mundo entero que necesitamos liberar a
Venezuela. Sí necesitamos que la comunidad internacional nos acompañe”, declaró
Machado.” En: http://www.el-nacional.com/noticias/oposicion/machado-aceptaremos-ningun-acuerdo-que-implique-salida-maduro_201340
[11]
El filósofo venezolano Rafael Tomás Caldera comenta al respecto la formación
cultural que tiene el hombre del continente americano en razón de ser el hombre
del nuevo mundo. Dice el autor que al estar enmarcados al nuevo mundo nuestro
signo es el de la novedad, la innovación, el eterno experimentar y
reconocimiento con lo diferente. Esta relación se ve en nuestras formas de
consumo como en nuestras ciudades, en las ideas políticas y las modas
literarias. Ha habido un afán por lo novedoso en nuestras mentalidades que en
cierta medida ha servido para luchar por ideales elementales del occidentalismo
tales como la democracia, la igualdad y la justicia. No obstante, este afán por
lo novedoso arroja al americano a perder perspectiva de su situación histórica,
de su herencia y tradición cultural. Al otorgar primacía a lo nuevo, lo viejo
queda en desuso. Lo viejo no es más que rememoración romántica, cerrando así la
posibilidad para que el pasado sirva para la distinción de trayectorias y
posibilidades históricas. En ese sentido el pasado no genera mayor interés. Es
el futuro donde están nuestras mentes y aspiraciones.
[12]
“(…) si la revolución se ha visto desclasada, no hay que achacarlo a ninguna
traición burocrática: la revolución se apaga bajo los spots seductores de la
personalización del mundo” (Lipovetsky, 2016, p. 57).
[13]
“La verdad es que la estafa cometida
a la nación tuvo como origen las políticas económicas del gobierno muy
principalmente, y toda la gran disparidad económica del dólar incontrolable
ayudado por los propios importadores de las mercancías, felices y callados en
la obtención del dólar preferencial; para luego vender el producto al precio
del dólar negro. Auténtico negocio multimillonario que provocó la existencia de
actuales empresarios bolichicos y ricachones con poco esfuerzo. Allí estaban
también gente perteneciente a todos los estratos de la sociedad
(pequeños, medianos, altos empresarios y particulares aventureros), en muchos
casos, gente o sectores vinculados de una forma u otra a funcionarios del
gobierno, dichas solicitudes de divisas se hicieron a través de autorizaciones
previas otorgadas a través certificados de no producción nacional, para luego
ir a Cadivi y solicitar sus dólares y con ello el gran negocio del siglo.”
En: http://www.el-nacional.com/noticias/historico/los-dolares-preferenciales-hora-verdad_30829
[14]
“Hernández calificó
como “caído del catre” e “ingenuo” que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD)
se planteara el referéndum revocatorio como una salida para 2016. El analista dijo
esperar que el nuevo presidente de la Asamblea Nacional (AN), Julio Borges,
lleve al país de la confrontación de poderes “al equilibrio de poderes”. Que se
llegue “a una normalización de la vida democrática del país”.” En: http://www.contrapunto.com/noticia/carlos-raul-hernandez-la-gente-quiere-solucion-a-sus-problemas-y-no-discursos-politicos-124084/
[15]
“A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran
figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del
momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos
de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de
investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo” (p. 49).