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No hace mucho tiempo estuve en un
seminario. El mismo giraba en torno a la comprensión del fenómeno del racismo y
la posibilidad de superarlo a través de la representación artística. La verdad
es que el seminario fue bastante entretenido. Vimos videos musicales, escenas
de una película estadounidense, leímos literatura infantil, entre otras
exposiciones artísticas y culturales.
Los que me conocen saben que
llevo algunos meses en Colombia, los que me conocen aún más saben que ese
tiempo ha transcurrido en el Valle del Cauca. Una de las particularidades de la
zona en la que me encuentro es el tema étnico[1].
La preponderancia y la separación estratificada de la sociedad entre indígenas,
comunidades afros, mestizos y demás es algo que, al menos en mi burbuja caraqueña,
nunca había visto en toda su complejidad.
Comento esto con doble intención:
en primer lugar, revelar un ambiente de tensiones en el que el pensamiento
sobre lo social pudiese tener muchísimo terreno, más aún en un país en pleno
proceso de paz[2]. El
tema me interesa, no para tomarlo como línea de investigación sino para ver las
raíces de la cultura en la que me he desenvuelto en mi condición de hijo de
colombianos. Dicho eso, y con esto empalmo mi segunda intención, he encontrado
que mi interés no es compartido por las personas con las que me he rodeado. Con
quienes he podido comentar la cuestión de manera holgada, y más allá de mis
limitaciones al respecto, ha sido justamente con algunos compañeros de las
etnias indígenas del Cauca. De resto, he percibido un desinterés muy
particular.
La falta de interés la pude
evidenciar justamente en el seminario al que asistí. Los ejemplos bajo los
cuales evaluábamos el tema giraban en torno a reflexionar sobre la música pop
estadounidense, la complejización de las actuaciones cinematográficas de Oprah
Winfrey, entre otros. Al menos desde el ámbito académico no parecía una forma
adecuada de atender el tema racial (si es que al menos ese fuese el propósito
real). Y sí, el arte y la expresión artística globalizada cumplen como
elementos justos y necesarios para la discusión; sin embargo, no deja de llamar
la atención que en un seminario sobre racismo se saltara tan olímpicamente el
tema sobre los grupos étnicos de Colombia y su situación en la actualidad.
**
Llama la atención, pero no
sorprende. La verdad sea dicha, esa misma tendencia la viví durante mis años de
estudio en Venezuela. Aún cuando la sistemática violación de derechos humanos,
la hiperinflación y la hambruna no habían ocupado seriamente nuestras mentes,
aún cuando pensábamos que el sistema político pudiese ser flexible, aún cuando
pensábamos que la posibilidad de una convivencia pacífica era “real”, muchos de
los intereses teóricos y reales de las personas iban en contravía a lo que
sucedía a nuestro alrededor.
En las ciencias sociales
venezolanas, por ejemplo, podemos ver camadas de sociólogos expertos en temas
que afectaban realidades ajenas a la nuestra. Especialistas de lo que sucedía
en España, en Wall Street y la Franja de Gaza,
analistas en lecturas geopolíticas anti-sistémicas e indignadas que
nunca pudieron ni quisieron visibilizar los entramados de corrupción del Estado
venezolano. Muchos construyeron su objeto de estudio a partir de la fantasía,
el fanatismo y la evasión. Ignoraban por conveniencia los ademanes y
arbitrariedades del régimen.
Así, nuestros esfuerzos teóricos
fueron encaminados a desentramar temas tales como la crítica de la sociedad
capitalista, el proceso de reflexión decolonial de los últimos años, la
teorización de la democracia como espacio del disenso, uno que otro retazo
nietzscheano, pliegos posmodernos de izquierda y una que otra cosa rara, como
por ejemplo el ecosocialismo o algo así como una lectura cercana al anarco-comunismo
(cosa que aún sigo sin descifrar).
Sin embargo, y antes de que se me
acuse de ser censor de la producción de conocimiento, no podemos soslayar
ningún esfuerzo que se haga desde el pensamiento. Todo lo proveniente del
adecuado trabajo de comprensión e interpretación de las realidades que vivimos
debe ser rescatado, estudiado y puesto sobre evaluación crítica. Se puede hacer
básicamente sociología sobre cualquier cosa, es una de las bondades de nuestra
disciplina y de eso estamos al tanto.
De quiénes hablo en específico es
de los interesados en la libertad y la justicia social, resoluciones de
conflictos, situaciones de tensión social, defensa de derechos humanos y de
autodeterminación, entre otras vertientes que se encargan de mirar problemas
que lindan con los terrenos de la política, la economía, la historia, el derecho
internacional y demás disciplinas que atañen al campo de lo público, lo
comunitario y lo global.
Similar al caso del seminario de
racismo al que asistí, muchas veces se puede observar en la lectura hegemónica
que se forman a propósito de esos intereses que, cuando se intenta teorizar al
respecto, se opera bajo la lógica de desvirtuar
la realidad. Y antes de que se me acuse de viejo lector marxista, hago la
aclaración: desvirtuar la realidad es no hacerle justicia a la vida en sus amplias
dimensiones. Faltar a la verdad, en beneficio de una manipulación, es también
desvirtuar la realidad.
Algunos ejemplos propios del caso
colombiano podrían ser los siguientes: desvirtúa la realidad aquel que acusa a
las etnias indígenas de fomentar la guerra en Colombia, así como desvirtúa la
realidad el que asume que la lucha de la guerrilla nunca estuvo ligada con el
narcotráfico, lo mismo que el que sigue sin identificar a los carteles de la
droga, la mano invisible del paramilitarismo y al conservadurismo como los
pilares que aún se benefician de la sangrienta disputa[3].
Para el caso venezolano serviría lo siguiente: desvirtúa la realidad quien
habla de castrochavismo y no de
socialismo real, desvirtúa la realidad quien resume los problemas del venezolano
al rentismo petrolero. En ese sentido, desvirtuar la realidad es ser injusto
con las vidas que analizamos. Y como de la vida y de lo humano, lo
verdaderamente concreto, están llenos nuestros análisis, esto nos pone en un
grave problema.
***
Dicha injusticia deviene en un
casi conveniente olvido de los demás factores que están en juego. Zonas
olvidadas, amnesia selectiva, todo sobre la marcha en un proceso que pone las
coordenadas de comprensión y entendimiento en lugares y discursos alterados o
equivocados. Todo esto puede tener una doble causalidad: o la lectura
equivocada o pasada de época por parte de quién investiga –producto a veces de
las limitaciones de nuestra interpretación de la realidad– o el deliberado y
planificado sostenimiento de la injusticia –producto, muchas veces, de
intereses que se ocultan a nuestros ojos.
Que una persona haga una lectura
equivocada de la realidad es algo que siempre sucede, el universo de
complejidad y ebullición social hacen que todo sea sujeto a la prueba del tiempo,
de los argumentos, de la pertinencia, entre otros. Nadie se salva de ese
proceso, lo que hoy hagamos terminará en un simple testimonio de nuestro atino
o nuestro desvarío. Al escribir sobre la sociedad estamos sujetos a esa doble
hermenéutica de la que nos hablaba Anthony Giddens[4],
que no es otra cosa que la lectura crítica que hacen los otros al respecto de
nuestras elaboraciones teóricas, bien sea en beneficio de la verdad o la
fundamentación ética de nuestras disciplinas. Sea como sea, nadie tiene la
totalidad de la verdad del mundo como para plasmar un tratado que haga plena
justicia a la vida que transcurre. Siempre habrán limitantes, de lo contrario
no quedaría nada que reflexionar, nada que pensar, todo estaría ya formulado,
ya esquematizado y elaborado para nosotros. Nuestra finitud es en ese sentido
una bendición.
Dicho esto, vale la pena evaluar
el otro caso. El deliberado y planificado sostenimiento de la injusticia no
significa otra cosa más que la continua tergiversación de la realidad en beneficio
de ciertos intereses. Ya lo hemos abordado someramente en otro escrito[5].
Se trata de esa interpretación que en lugar de utilizar el lenguaje para hacer
justicia a las realidades que vivimos, lo que hace es sobre-complejizar lo
comprendido, sea para confundir, sea para alterar el curso de las cosas, para
relativizar los imperativos éticos en discusiones sobre lo público, o
simplemente para justificar la continua pauperización de la vida y lo humano.
****
La manipulación es el fin último,
y entre eso y la simple e inocente finitud de nuestra interpretación sobre las
cosas hay una larga y desoladora distancia. Cuando pienso en ese tipo de
manipulaciones pienso en colegas que, siendo supuestos simpatizantes del
feminismo y del movimiento LGTBI, apoyaron al gobierno de Venezuela, haciendo
caso omiso a la notable y ya documentada homofobia oficialista[6].
En ese sentido, la radicalización de la teoría (que por suerte no significó la
claudicación de las personas que en un impulso ajeno al poder siguieron y siguen
formulando reflexiones necesarias al respecto) sirvió como chantaje para
denunciar una cierta noción del occidente contemporáneo, noción que por cierto
no se encontraba del todo en Venezuela[7].
Reflexión sobre lo inexistente, todo en aras de ubicarnos en problemas
importantes pero sobredimensionados dadas las características. Era más
sencillo, entonces, hablar sobre otras cosas, mirar hacia otro lugar, mientras
nuestro país se caía en mil pedazos.
Así tenemos expertos sobre
Foucault y su discusión en torno a la cárcel que desaparecieron al hacerse
público el abrumador poder que ejerce el pranato[8]
sobre la vida de los ciudadanos. También tenemos expertos en decolonialismo e
indigenismo, defensores de la autodeterminación del gobierno de Nicolás Maduro,
que callan ante la situación de los pueblos indígenas víctimas del gran negocio
de supervivencia geopolítica que es el Arco Minero del Orinoco[9].
Haciéndose pasar por una suerte de posmodernidad negativa, algunas
interpretaciones se montaron sobre la ola del anti-occidentalismo más
contemporáneo tan sólo para retomar las banderas de algunas ortodoxias
olvidadas.
Se podría hablar incluso de una estética de la incongruencia, una de las
actitudes que sustenta esta desvirtuación de la realidad. Se trata de ese espíritu
que consagra al discurso situado en otras latitudes, olvidando lo propio,
omitiendo los errores de sus planteamientos, dejando la coherencia de lado,
siempre valiéndose del enredo argumentativo para aglutinar cierto público
entorno a la complicidad y la tontería. De esta forma, la estética de la
incongruencia se hizo eco en las universidades y ahora encontramos cómo son
perfectamente compaginables la democracia radical con el adiestramiento
militar, el marxismo-leninismo con el budismo, el feminismo con el radicalismo
islámico, el ímpetu ecologista con el avance del neo-estalinismo, la teoría de
la liberación con nuestro creciente paramilitarismo endógeno, entre otros. Todo
sirve para todo, más allá de que nada de lo que se diga tenga sentido argumentativo
lógico: es su finalidad, la confusión y la manipulación son sus victorias
personales. La verdad, la transparencia y la coherencia también flaquean en los
días que corren. La estética de la incongruencia tiene como finalidad la
continua desvirtuación de nuestras vidas.
En ese sentido se podría decir
que, de los que se dedicaron a estudiar los conflictos y las tensiones
sociales, pocos se dedicaron a la lectura rigurosa de lo que sucedía en el
país. Vimos problemas en el capitalismo mundial mientras nuestro gobierno de
hipotecaba el futuro de la nación en beneficio del gasto público y la compra de
conciencias[10].
Se llegó a ver a la clase media venezolana como un problema por su continua
resistencia y escasa voluntad de cohabitación con el chavismo, cuando la
violencia de nuestros barrios hacía que nuestro índice de mortalidad fuese
similar al de un país guerra[11].
Veíamos enemigos imaginarios en el neoliberalismo mientras la estatización
rampante ya iba haciendo estragos en la economía nacional. En fin, los que eran
o parecían ser nuevos elementos de la discusión sobre lo político, lo social y
lo público devinieron en puntos distractores sobre lo que pasaba en el fondo de
nuestra sociedad.
La crisis se vino cocinando a
través de los años. Algunos advirtieron los riesgos de mantener una economía de
mentira y avizoraron la creciente corrupción; no obstante, muy pocos alertaron
sobre la situación de los derechos humanos que comenzaba a ser razón de
preocupación internacional[12].
Aún así no pudimos prever la crisis. Irresponsablemente la gran mayoría hizo
caso omiso: evadimos todo y miramos hacia otro lugar[13].
No fuimos rigurosos con lo que nos sucedía, la ola vino con toda su fuerza y
hoy nos encontramos naufragando en un mar de explicaciones rebuscadas y, en su
mayoría, desacertadas.
*****
No se trata, entonces, de
censurar las distintas formas de pensar, por supuesto que no. Siempre será
valioso ir a los distintos autores que han nutrido la contemporaneidad en
diferentes lugares y circunstancias del mundo. Las diversas posiciones son
dignas de la rigurosidad del trabajo crítico en tanto que pongan las cartas
sobre la mesa y diluciden claramente de lo que tratan. La transparencia debe
ser una constante en ese sentido, no podemos hacer teorías encriptadas ni
interpretaciones del todo vale.
A pesar de ello, el ejercicio
propuesto es el de discernir lo que puede ser una tendencia que responde al
ocultamiento de la verdad y al encubrimiento de la injusticia. Ello puede
devenir a la larga en una cuestión de vida o muerte. Creo que muchos de
nosotros no dejamos de pensar en qué hubiese sido de Venezuela si hubiésemos
prestado atención a quienes ya avizoraban la crisis, qué hubiese sucedido si
nos hubiésemos enfocado en los sectores más vulnerables a tiempo y hubiésemos
tenido una adecuada lectura de las verdaderas intenciones del régimen. La
historia, a lo mejor, hubiese sido otra.
Pero como las ciencias sociales,
ni sus allegadas, son cuestiones de superstición ni de buenos deseos, no queda
otra opción sino tomar el testigo de las calamidades del mundo para así hacer
el mínimo de esfuerzo de prever el surgimiento de situaciones críticas como la
nuestra. En ese sentido vale la pena siempre rescatar lo que congrega por
encima de lo que divide. Y lo que congrega debe hablar sobre lo común, sobre lo
que vincula a los unos con los otros, sobre lo tangible y lo concreto.
Rescatar lo que congrega y lo
propio problematiza la relación de la
interpretación (como conjetura de la realidad) con las condiciones concretas de
las sociedades en las que vivimos. Pienso por ejemplo en el inicio de este
escrito: el racismo y la situación de los derechos humanos de las etnias
indígenas del Cauca. ¿La respuesta a ese problema se encontrará en la crítica a
la cultura de masas? ¿Son los videos musicales y las películas estadounidenses la
respuesta a una situación de histórica desigualdad? ¿Podemos abordar el tema
sin adentrarnos a las tensiones reales de un país tan diverso? ¿Podemos
siquiera concebir con rigurosidad el hablar sobre el racismo en Colombia sin
tomar en cuenta que hablar de ello supone una situación de vida o muerte para
las personas implicadas? Rescatar lo propio es también problematizar la
tendencia de no mirar los problemas de frente. Utilizar categorías rebuscadas e
idear entramados comprensivos que sólo sirven para distraer son también formas
de desvirtuar la realidad. La estética de la incongruencia es la forma del
pensamiento que se fundamenta, deliberadamente, en la imposibilidad de amalgamar
las reflexiones del mundo con la vida humanamente concebible. El pensamiento
así gestado opera únicamente desde la frivolidad y el engaño.
Como lo demuestra la historia
reciente del mundo, lo sencillo es dividir y polarizar la sociedad. Lo
complicado, verdaderamente complejo, es la concertación de diversos actores.
Hacia ello podría apuntar las reflexiones sobre lo venezolano, colombiano y
latinoamericano en general.
Esperemos que el tiempo y el
pensamiento perdido por los unos sea el ejemplo necesario para los otros en sus
intenciones de reconciliación. No perdamos más vidas por la injusta y
arbitraria interpretación de la realidad. Por favor y gracias.
[1]
“(…) la zona norte de
Cauca que fue considerado el vórtice de la guerra contrainsurgente, hoy padece
varios de los temores planteados ante un eventual proceso de paz con las Farc y
con un ingrediente adicional: justo en ese territorio se concentran las dos minorías
étnicas (indígenas y negros) que representan el 40 por ciento de toda la
población caucana.” En: http://www.semana.com/nacion/articulo/asesinatos-y-amenazas-contra-lideres-sociales-guerrilleros-y-sus-familias-en-el-cauca/531976
[4]
“Podemos aceptar que, lo mismo que en las ciencias naturales, en la sociología
no hay observaciones o “datos” exentos de teoría; que un esquema de “falsacionismo refinado” ofrece
una aproximación inicial (pero no del todo adecuada) a los problemas de la
verificabilidad; y que la aprehensión de una perspectiva teórica importante, o
la medición entre tales perspectivas, prescindiendo de que se reserve el
término “paradigma” a las ciencias naturales o se proceda de otro modo, son
tareas hermenéuticas. Más allá de esto tenemos que abordar una serie de
cuestiones que nacen de las profundas diferencias que separan las ciencias sociales
de las naturales. La sociología, a diferencia de la ciencia natural, está en
una relación de sujeto-sujeto con su “campo de estudio”; no en una relación de
sujeto-objeto; se ocupa de un mundo preinterpretado, donde los sentidos elaborados
por sujetos activos entran prácticamente en la constitución o producción real
de ese mundo; por consiguiente, la construcción de la teoría social implica una
hermenéutica doble que no tiene paralelo en ninguna parte…”. Giddens, A. 2012:
Las nuevas reglas del método sociológico: Crítica positiva a de las sociologías
comprensivas, páginas 187-188, Amorrortu Editores, Argentina.
[7]
El dominio de la consigna anti-patriarcal, pasando muy por alto los estudios
sobre matricentralidad y matrisocialidad desarrollados por autores como
Alejandro Moreno O. y Samuel Hurtado, es elocuente. No hablamos de la
inexistencia del patriarcado como genuina preocupación feminista; por el
contrario, de ahí nacen parte de nuestras perspectivas al respecto de la familia
popular venezolana, pues sin machismo es imposible pensar la dinámica de
nuestra institución familiar. No obstante, es notorio que la interpretación
feminista venezolana dominante de los últimos años evada este tema tan propio
de nuestra identidad cultural. Este olvido, dentro de nuestra polarización
política, no es azaroso: habla de la dinámica de los últimos años en la
academia venezolana. Lo que venía de la oposición al pensamiento oficial era
irrelevante, lo que no convenía a los fines retóricos de la revolución no debía
ser ni ser mencionado. Sucedió en el feminismo, en la teoría económica, el
discurso sobre la democracia y demás. En ese sentido, la polarización
pareció ser la piedra angular de nuestra
propia versión de lo que hoy conocemos como posverdad,
tema tan de moda en la actualidad que dice tanto y no dice nada a la vez.
[10]
“El epicentro del temblor está en la
administración de Hugo Chávez y, desde 2013 de Nicolás Maduro, caracterizada
por un incesante incremento del gasto como vía para mejorar la calidad de vida
y alcanzar respaldo político a través de aumentos de salario, becas, expansión
en el número de trabajadores públicos, pensionados y costosos subsidios.”
En: http://www.eluniversal.com/economia/140622/el-descontrol-del-gasto-publico-evapora-el-valor-del-bolivar
[11]
“Los índices de muertes en episodios de
violencia en Honduras (90,2 muertes violentas por cada 100.000 habitantes) y
Venezuela (72,2) situaron a estos países en 2012 -año de referencia que se usa
en el informe del PNUD- sólo por detrás de Siria, donde una guerra civil
estalló el año anterior (2011).” En: http://www.eluniversal.com/noticias/politica/venezuela-esta-entre-los-paises-con-mayor-tasa-muertes-violentas_64443
[12]
El caso de la jueza María Lourdes Afiuni es emblemático. El ruido, ya casi
olvidado, alrededor de su injusto encarcelamiento fue denunciado incluso por el
intelectual estadounidense Noam Chomsky, quien en su momento mostrara simpatías
por el gobierno venezolano y luego se deslindara a causa de este hecho. En: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/12/111221_venezuela_jueza_afiuni_carta_chomsky_chavez_jp
[13] “Yo he
preferido los dólares de CADIVI a que haya competencia económica: transigimos,
y en esa transacción entregamos la libertad pero no obtuvimos ningún
desarrollo. Y, en última instancia, de lo que se trata es que sólo la justicia
va a ser posible donde hay libertad; pues el desarrollo del individuo está
atado a su libertad y el individuo sólo puede ser responsable allí donde tiene
libertad”. En: http://www.noticierodigital.com/2017/03/guillermo-tell-aveledo-es-un-espejismo-pensar-que-podemos-tener-desarrollo-sin-libertad/