"Unos
y otros eran insensiblemente llevados a poner su esperanza en la guerra, como
si de la guerra hubiese de salir la salvación para todos. Los que se creían
menos ilusos, aunque lo fuesen tanto como los demás, esperaban en un dictador
magnánimo con perspicacia y luces de sociólogo, capaz de comprender y bien
dirigir las fuerzas de aquella democracia corrompida y de echar por último las
bases de una verdadera nación y de la república verdadera. Poseídos a pesar de
ellos, de la fiebre revolucionaria, olvidaban, en la locura de la fiebre, sus
ideas y reflexiones de los tiempos de paz: olvidaban que la guerra no produce
casi nunca sino guerra, que casi ninguna revolución traen en su vientre sino
lágrimas y ruinas, que la obra de un dictador es, como éste, efímera y
deleznable; que el dictador con luces, magnánimo y perspicaz no surge sino rara
vez de los conflictos rojos; que a cada guerra civil se agregan a los ya
existentes nuevos probables dictadores bárbaros, porque detrás de cada general
vencedor se arrastra la inevitable cohorte de nuevos coroneles y generalotes
improvisados, ignaros y ambiciosos, en cada uno de los cuales anda escondido y
prosperando el germen de un Imperator futuro. "