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Hace algunos días atrás
hablaba con un amigo sobre lo difícil que era ser padre o madre en este país.
Si, usted ha leído bien: un joven de 21 años, y sin hijos, acaba de escribir
que en este país es harto complejo ser padre y no ser hijo.
No que lo segundo
desmerezca complejidad en la circunstancia nacional, pues como buen joven puedo
dar testimonio del hastió y de la desesperanza que abraza a nuestra generación
día a día. De esa mentalidad se compone, al menos en mi caso, los muchos días que
transito en la realidad venezolana.
Pero en un ejercicio de
practicar algo que tanto he pregonado durante los últimos meses, entiéndase
pensar a la otredad, comencé a analizar la situación de los padres y las madres que día a día conviven no solo con el hecho de haber visto el
desmoronamiento de nuestra republica sino además con el temor de que en
cualquier momento sus hijos o hijas puedan caer victimas del hampa o
asesinados.
Gran parte de la
juventud que protestó enérgicamente durante el año pasado veía como algo común -dentro
de nuestra atrofiada sensibilidad- que
hubiese heridos por perdigones o en la frente o en el torso. Hoy, un año
después, tenemos el ejemplo de Kluiverth
Roa[1],
el joven asesinado a manos de un PNB con un disparo en la cabeza.
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Debo confesar que he
estado consternado tan solo tres veces en mi vida: el 5 de marzo del año 2013,
el 19 de febrero del año 2014[2]
y el día del asesinato de Kluiverth. Aquel ha sido uno de los días en los que
más me ha dolido la nacionalidad; día por cierto que arrebató a un joven más de
los tantos que año tras año la delincuencia. Todo como consecuencia de de una
política dirigida a la división y no la unión, todo como consecuencia del
malestar de nuestra sociedad.
Que un joven de 14 años
sea asesinado de manera tan vil, en una semana que por cierto contó con 4
estudiantes opositores al gobierno ajusticiados[3]
por el aparente poder invisible de nuestra sociedad, habla no solo de una
crisis moral sino además de la realidad de una generación: o complaces con el
silencio o sucumbes por hablar. Nuestro gobierno nacional en lugar de atender
tal problemática hizo la vista gorda al justificar el destino de Kluiverth por
supuestamente pertenecer a una secta de derecha…
No sorprende. Es una
falacia más del régimen. En dictaduras a los jóvenes y a la historia se les
intenta borrar: a los primeros por insurgentes y a la segunda por ser el testimonio.
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Sin embargo al pensar
en Kluiverth me imaginaba mi mundo-de-vida a los 14 años: echar vaina, caminar
por La Pastora, Mecedores, Cotiza, la Avenida Baralt y mi Quinta Crespo. No era
mi prioridad principal la política y tampoco creí que fuese a terminar en la
Escuela de Sociología de la UCV. Imaginar salir del colegio y ser perseguido
por policías y ser impactado por una bala no estaba en mis planes.
Hoy en día es el pan
nuestro de cada día. Salir a la calle es un acto de valentía. Ningún chamo de
14 años podía esperar ser ajusticiado, ser acorralado y ser asesinado en pleno
día por el simple hecho de disentir ante el pensamiento absoluto. Hoy en día,
tal imposibilidad se ha vuelto una realidad tan cruda que arrebata el animo a
más de uno.
Yo lloré por Kluiverth,
no por conocerlo, sino por lo que representa: una generación de jóvenes que
intentan sobrevivir en este país de balazos. Y en ese punto pensaba en mis
padres y en lo difícil que ha debido ser para ellos convivir con mi mediana
participación política. Lo normal es que nosotros veamos envejecer a nuestros
padres y amargamente soportemos su partida, no que ellos tengan la desdicha de identificar
cadaveres en una morgue o en un ataúd.
El padre de Kluiverth
es el padre de muchos muchachos que han decidió destinos distintos al del país
o que han sido asesinados. Recuerda esta situación a una broma de mal gusto, a
un chiste muy cruel, quizá a un comentario de un miserable canciller venezolano
en VTV.
Nuestros padres han
visto desmoronarse a las instituciones y al espíritu nacional. Hoy más que
nunca Venezuela flaquea ante la violencia, verdadero problema que nos atañe a
todos y cuyos responsables se sitúan en lo más alto del ejecutivo nacional.
No imagino peor dolor
que ver a un hijo morir. No imagino peor destino que ser asesinado después de
salir del colegio. No imagino que tan cruel haya sido el país con Kluiverth
Roa.
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Otro caso calamitoso de
nuestra época es el del señor Rodolfo González, padre de la profesora Lissette
González[4],
quien fue acusado sin pruebas y cuyo final fue el de terminar con su vida[5]
en un intento de evitar un infierno mayor como lo es el de una cárcel
delincuencia en Venezuela.
No queda más que
reflexionar la golpiza psicológica que recibimos hoy en día los venezolanos.
Nuestro país, nuestra patria cada vez nos vuelve más cínicos y más insensibles.
La trituradora realidad está acabando con nuestro futuro y con nuestro pasado.
Es inaudito que un
señor de 65 años haya decidió acabar con su vida por lo terrible de su injusta
sanción, que respondía más a la lógica delincuencial de nuestro gobierno que a
los parámetros legales de un gobierno democrático. Leopoldo López, más allá de
la opinión que a usted pueda merecerle, dijo algo que comparto sin ningún
temor: todos y cada uno de los venezolanos hoy en día nos encontramos en una
celda, presos de una realidad que no queremos, que no deseamos, que
aborrecemos, pero con la cual nos toca convivir.
El señor Rodolfo
González ha tenido que convivir con lo que comentaba al principio: con 65 años
vio caer a la democracia y vio también caer a muchos jóvenes. Vio en sus
derroteros a una sociedad que fundó su propia democracia. Una sociedad de
hombres y mujeres de virtud y un país
rico, no por su petróleo sino por sus ideas.
Quizá el destino del
señor Rodolfo González no pudo ser otro:
la vida a su edad, desde una cárcel injusta y con un gobierno como el nuestro
no parecía prometer ninguna recompensa. Al fin y al cabo, la pregunta sobre los
límites de nuestra podredumbre es mucho más sencilla desde la aparente libertad
que desde una celda en el helicoide.
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Tanto con Kluiverth Roa
como con Rodolfo González el mensaje es claro. El desanimo es la vertiente
hacia donde el gobierno está buscando empujarnos. No conozco ni al padre de
Kluiverth ni la hija del señor Rodolfo, pero estoy seguro que en ambos casos no
han mellado la convicción de un nuevo país. La necesidad de reencontrarnos es
vital.
Lo peor que nos puede
suceder es arrojarnos al vórtice de la desesperanza. No mantener la convicción
de la posibilidad de otro país es abrirle paso al pensamiento absoluto. Y esa
posibilidad se mantiene desde el simple hecho de interrogar a la realidad,
cuestionar al poder y pensar cada día al país.
Para no olvidar que
nuestro país está pasando por horas oscuras, para no olvidar que vimos caer de
manera injusta a miles de venezolanos, para no olvidar nunca las consecuencias
de la huella totalitaria en nuestra nación. Para no olvidar nunca al boyscout
ni al aviador.
[1] http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/actualidad/sucesos/quien-era-kluiverth-roa-el-estudiante-asesinado-en.aspx
[2] Noche
donde el Gobierno finalmente perdió su careta democrática. La represión de
aquella noche deberá ser por siempre recordada a partir del caso de Alejandro
Márquez y el video de su asesinato a manos de la GNB.
https://www.youtube.com/watch?v=rYr0u4uWhhE
[3] http://www.lapatilla.com/site/2015/02/22/la-ola-de-ajusticiamientos-a-jovenes-que-alarma-a-venezuela/
[4] Lissette
González es profesora de Sociología en la UCAB. El seguimiento a la aprehensión
de su padre lo hizo por medio de redes sociales y específicamente su blog:
http://conjeturasparallevar.blogspot.com/2014/10/un-abuelo-que-es-preso-politico.html
[5] http://elimpulso.com/articulo/fallecio-rodolfo-gonzalez-detenido-en-el-sebin-por-hechos-de-2014