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miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿En un avión o en una tumba?

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¿Conoce usted la sensación? ¿Puede describirla? Aquella, donde al parecer no hay solución; aquella, donde al parecer navegamos en un barco destinado al naufragio.

Ha sucedido en el termino de 3 meses que mi vida ha dado un giro. Me siento diferente a como me sentía durante el mes de junio. Quizá haya sido mi cumpleaños o el Mundial de Futbol lo que me mantuvo entretenido. Sé que todo es diferente. Ahora he perdido aquel faro que guiaba en la tormenta.



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El primer caso: una fiesta de ingenieros de la UCV celebrada en Altamira. Mi primer indicio: Todos hablaban de distintos destinos, diversos viajes, cuantiosos problemas y pocas esperanzas. Aquella noche la brisa fría me dio la primera pista. Aquella sospecha de que algo no andaba bien. Sucedía que todos mis ingenieros planeaban irse de la nación que tiempo atrás suponían su patria. Creí tener la idea de que me encontraba alrededor de personas infectadas por una misma idea. Nadie veía solución para nuestro país.
(No importa. Yo si me quedo en Venezuela.)



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Parece ser esa la gran epidemia del país. Del Chikungunya hablaremos otro día. Me hice aquella noche una pregunta, ¿cuál habrá sido el mayor desfalco de la nación? ¿CADIVI o el de la marcha de aquellos aventureros que se planean a otras vidas lejos de Venezuela? No era el punto. Fue una sospecha inicial.

El segundo round fue en mi casa: la despedida de un ser querido. Mi hermano, mi gran héroe se iba a nuestra madre patria, la de Santander. Fue difícil, pero fue en el momento en que el Ing. Arreaza y el Ing. Cook lo dijeron cuando entré en razón. Todo el mundo está huyendo de una hecatombe, o eso es lo que aparenta ser este éxodo.

Vino a mi mente el profesor Páez con sus cifras y sus números sobre la comunidad venezolana en el exterior. Una cifra inmensa, un impacto mínimo. ¿A qué se deberá esto? ¿Qué acaso a nadie le aterra el hecho de que estamos perdiendo a nuestros jóvenes? Suena a resignación el conformarse con un futuro o en un avión o en una tumba. No quiero pensar demasiado, hace daño.

Mi pensamiento sigue siendo el mismo, ¿no?
(Yo creo que me quedo en Venezuela. A donde más iría.)



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El hijo mayor de Gersain se marcha del país. El hijo mayor de Milena se va porque ya Venezuela es peor que una guerra en el Medio Oriente. El hermano de Steven ha tenido que dejar la patria que durante 28 años le prometió un futuro que ahora resulta ser imposible.

¿Cuántos hijos y hermanos nos han abandonado? En un avión o en una tumba, no importa el número. Lo que indigna es la capacidad de metabolizar la barbarie. Si no estamos ahí pues, por favor, les suplico, díganme en donde estamos… ¿a dónde vamos?
               (Steven, ¿de verdad te quedas en Venezuela?)



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Sigo pensando en mi hermano, sigo pensando en el país. Sigo pensando en el profesor Páez y sus cálculos. Sigo pensando en aquella lejana certeza que significaba quedarme y vivir mi nacionalidad... Por donde vamos caminando es un sendero lleno de espinas. Seguimos remando en un bote que se va sumergiendo.

Quiero servir a mi país pero quiero sobrevivir en el intento. Quiero ser profesor de la UCV en el futuro –así, a lo Seoane, a lo Campos, a lo Viso  o como el propio Nicolás- pero quiero  un buen sueldo. Quiero que mis hijos nazcan en mi Caracas y que estudien en el San Judas Tadeo, pero también quiero que jamás sean víctimas del hampa. Quiero que mis seres queridos jamás pasen a ser cifras de la Morgue de Bello Monte. Quiero decir que sobreviví a la barbarie y que hice un mejor país…



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                (Entonces bachiller, ¿en un avión o en una tumba?)